Trabajo precario
Modificada por Carla Sánchez

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Dinero

Tener un trabajo precario no determina el respeto que mereces

Hay algo especialmente demencial en la ansiedad financiera con la que los millennials tienen que luchar hoy en día.
KN
ilustración de Kitron Neuschatz
Lia Kantrowitz
ilustración de Lia Kantrowitz

Este artículo aparece en "El número del poder y el privilegio" de nuestra revista. Subscríbete aquí.

Un año después de licenciarme en una universidad privada donde estudié artes, mantuve una breve conversación con mi dentista mientras me quitaba el sarro de los dientes. Tenía miles de dólares de deuda y una licenciatura en Literatura Inglesa que me enriquecía, pero seguía siendo lo suficientemente joven como para que mi visita al dentista siguiera cubierta por el seguro de mi madre.

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Todo lo que me costaría serían las herramientas de este hombre blanco rico y algunas preguntas sobre la Universidad donde había estudiado y sobre lo que andaba haciendo en ese momento. “Soy camarera en el restaurante de sushi de esta calle” afirmé mirando fijamente la luz de la consulta. Mi dentista tomó la bandeja de herramientas convenientemente desinfectadas. “¿Y para qué quieres esa licenciatura tan cara?” se rió, metiendo las manos en mi boca. “Estoy seguro de que tus padres estarán orgullosísimos”.


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Ese tipo de burla sobre cómo me mantenía a mí misma no era nueva aunque nunca oído a nadie expresarla tan directamente. Y, de hecho, tenía la sensación de que ya la había interiorizado años atrás. Con cada nuevo trabajo, me acordaba de que debería sentirme avergonzada por hacer eso con mi licenciatura tan cara bajo el brazo, bien fuera trabajar de camarera, pasear perros, trabajar en una oficina, ser secretaria o escribir por encargo. Cada vez que un antiguo profesor o compañero de clase con padres ricos venía y me veían esconderme bajo la mesa, recogiendo arroz pegado en la alfombra, esa vocecita rumiaba en mi cabeza. Pues mira, la voz de mi cabeza, como mi dentista, es imbécil. Y no tiene razón.

La lucha por mantenerse a uno mismo económicamente (y la angustia que acompaña la misión) no es nada nuevo. Pero sí que hay algo sobre la ansiedad financiera a la que se tienen que enfrentar los millennials que sí que es enloquecedor. Según datos extraídos de la encuesta que ha realizado VICE entre varios jóvenes, sí que se da una preocupación de forma general: el 43% de los encuestados dicen que el futuro les traerá menos estabilidad laboral mientras que el 48% considera que mantendrán la misma clase social. El 66% piensa que nos enfrentaremos a más problemas económicos, incluyendo crisis financieras.

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"En los 80, los niños de la clase media y media alta aprendieron que se merecían su riqueza mientras sus vidas funcionaban como las zanahorias delante de los burros, se burlaban del resto de nuestras familias que se veían obligadas a aceptar trabajos desagradecidos con salarios miserables y con pocos beneficios"

En los 80, la codicia se convirtió en cultura pop y esa era dio lugar a un montón de artefactos televisivos como el Lifestyles of the Rich and Famous, un programa que presentaba el estilo de vida extravagante de artistas, atletas y magnates de negocios ricos. Los buenos trabajos bien remunerados que permitían llevar una vida de lujos se convirtieron en el objetivo de la gente, mientras que se endiosaba a famosos como Donald Trump, que por aquel entonces tan solo era el hijo de una gran fortuna neoyorquina.

El periodista Haynes Johnston publicó en The Washington Post en 1987 que “desde los años 20, que se parece mucho a estos 80 que estamos viviendo, la nación no hacía asistido a esta gran celebración de la codicia y el egoísmo. Ahora, como por aquel entonces, Estados Unidos se ve abocada a seguir el ejemplo de los operadores que firman grandes acuerdos, los esquemas de hacerse rico rápidamente, los comerciantes, los manipuladores del mercado y los liberales de la política y la empresa. La ganancia privada es más importante que el servicio público. 'Hazlo' es el lema de esta época”.

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En los 80, los niños de la clase media y media alta aprendieron que se merecían su riqueza mientras sus vidas funcionaban como las zanahorias delante de los burros, se burlaban del resto de nuestras familias que se veían obligadas a aceptar trabajos desagradecidos con salarios miserables y con pocos beneficios.

Así empezó una nueva era de prosperidad en la que se resaltaba la importancia de solo tener trabajos que te encantaran. Pasamos años viendo biopics inspiracionales que nos enseñaban que conseguir el trabajo de nuestros sueños era lo único importante, aunque no ganaras lo suficiente como para pagar tus facturas. Tal y como dijo Warren Buffett a los estudiantes de la Escuela de Negocios de la Universidad de Florida en 1988 “Debéis trabajar en lo que améis. Y es que estaréis locos si seguís aceptando trabajos que no os gustan porque pensáis que quedará bien en vuestro CV”. Buffett dijo esto cuando era la cuarta persona más rica del mundo y tenía más de 33.000 millones de dólares. En la actualidad, tiene 90.000 millones.

"Ser 'joven' hoy en día implica saber vivir con la mentira de que la gente que trabaja duro tendrá su recompensa"

A mí me educaron bajo estas premisas: trabaja duro, estudia en el colegio y así podrás trabajar de lo que te guste para ganarte la vida. Entonces, en 2008, durante mi primer año de universidad, llegó la crisis mundial. La Gran Recesión sirvió para que todos fuéramos iguales (algunos de los chavales a los que envidiaba por ir todos todos los años de campamento ahora tienen el mismo puesto de trabajo que yo, contando las propinas y firmando contrato tras contrato de trabajo).

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Pero ya han pasado diez años, y subiendo, y la mentira nacional a la que nos ha expuesto la crisis financiera sigue ahí. En la actualidad, los padres y abuelos de los millennials (que crecieron bajo los ideales de autodeterminación y la posibilidad de ascender de clase) siguen con la cantinela de “sentir orgullo tras un buen día de trabajo” que también se soltaba durante la miseria colectiva de la Gran Depresión.

Y no solo eso, también están juzgando las decisiones que toman los jóvenes, como si las cosas no hubieran cambiado. Ser “joven” hoy en día implica saber vivir con la mentira de que la gente que trabaja duro tendrá su recompensa, debes superar tus límites y apostarlo todo para “cumplir tus sueños”. Y además hoy en día, no solo se nos ridiculiza por no acumular riqueza sino que también nos riñen por aceptar trabajos que no son “importantes” o “gratificantes”. Ganar 8,80$ la hora en un restaurante de sushi con una licenciatura bajo el brazo debería ser, al menos en la cabeza de mi dentista, la clave para tener una vida laboral gratificante.

Todo esto suena muy duro hasta que se analiza la forma en la que muchos millennials están convirtiendo esta desilusión en acción con el Sueño Americano del consumismo. A lo largo y ancho del país estamos formando sindicatos, presentándonos a puestos públicos con plataformas de justicia económica y fomentando una cultura que honre la dignidad de la clase trabajadora.

Nuestros desafíos más inmediatos se mantienen: las deudas de tarjetas de créditos y préstamos para el estudio, el coste de la vivienda sigue aumentando y el coste del acceso a la sanidad es prohibitivo. Pero quizás la siguiente generación tenga más suerte en términos de justicia económica sin las fantasías individuales que se hubieran considerado un dogma. Después de todo, fue en mi trabajo de camarera donde aprendí a sentirme orgullosa del hecho de trabajar para pagar mis facturas periódicamente.

Es una jodienda continua, todo esto de ver injusticia por todas partes, pero, como mis padres, abuelos y ancestros, seguimos adelante. Podría haberle explicado a mi dentista términos como injusticia económica, clasismo o resiliencia, pero es que no tenía ni tiempo ni energía. Además, tenía sus manos dentro de mi boca.

Después, tomé el bus para ir a trabajar y pensé que mi trabajo no me ofrece la cantidad de respeto que merezco. Mi consejo: no dejes que nadie te diga lo contrario.

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