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Referéndum catalán

Rajoy declara la independencia de Catalunya

Y Puigdemont la niega.
Susana Vera/Reuters

El titular es fuerte, pero así están las cosas a 20 de octubre: Rajoy ha declarado la independencia de Catalunya y Puigdemont la niega. Como consecuencia de esta declaración de independencia que, hoy por hoy, Rajoy defiende con más ahínco que la propia CUP, el presidente del Gobierno de España anuncia que activará (sin prisas porque independencia no hay) el 155 de la Constitución, ese artículo tan intrigante como el interior de un huevo kínder y que se resume en un único punto: pues mire, haga usted lo que considere oportuno. Bufet libre para Piolín. El president del Govern, recuerden, ese tipo que anunció que declararía la independencia para acabar reconociendo por carta ayer que declaró un trabalenguas pero no una independencia, anuncia que, sin embargo, la declarará (esta vez sí que sí) si Rajoy activa el dichoso huevo kínder. Dicho de otro modo, ambos necesitan lo que el otro tiene, pero nadie quiere hacer el intercambio.

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– ¿Está el enemigo? Que se ponga.

– Dice que se pone, pero cuando usted cuelgue.

En algo así estamos. Gila estaría realmente desbordado.

'Lo de Catalunya', como se conoce el asunto en las reuniones de amigos, familiares y compañeros de trabajo hartos del tema, acaba de pasar oficialmente de conversación recurrente a acertijo de los complicados. Si se encuentra usted en ese punto de desconcierto, quizá haya llegado el momento de cambiar de prisma para ser capaz de entender algo. Allá vamos. Este caos, en el que el Rajoy -que negaba toda posibilidad de éxito a este procés- defiende que Catalunya ha declarado su independencia, mientras los independentistas -que aseguraban que la República catalana llegaría en un dos telediarios ya emitidos- niegan que haya llegado, sólo puede entenderse asumiendo como sagradas estas tres palabras: Es-Una-Performance. Sí, una performance.

El procés ha sido, desde el minuto uno, una performance sin validez legal ni ganas de tenerla, un acto de desobediencia dirigido a llamar la atención de Europa ante un Gobierno español que no conoce la palabra diálogo. Frente a la performance catalana, el Gobierno de Madrid responde con realidad. De la dura. ¿Recuerdan a los titiriteros del Gora Alka-ETA, detenidos en Madrid y acusados de apología del terrorismo por lo que decían sus marionetas? Pues estamos ante la misma situación histérica ampliada en escala. Una performance enfrentada con instrumentos reales y agresivos del Estado. La mezcla de estas dos variables -ficción y realidad- incompatibles entre sí, nos deja un escenario político tan desconcertante como ver a Rajoy liderando el SÍ y a Puigdemont repitiendo que de momento NO.

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Usted no está viviendo lo que cree estar viviendo, sino una especie de Matrix en el cual se nos presentan gestos como realidades. Que cada movimiento del Gobierno catalán es una performance destinada a que Europa observe la situación, lo demuestra el hecho de que, de ser posible la independencia unilateral, a Puigdemont nunca se le hubiese ocurrido ni si quiera organizar un referéndum. Pensemos que no estamos ante una performance, sino que el procés, como nos contaron desde Catalunya antes y desde Madrid ahora, es un camino real con posibilidades de éxito: hay un referéndum, gana el sí, Catalunya declara la independencia y esto daría como resultado que nadie en la comunidad internacional reconocería a un nuevo país llamado Catalunya por falta de valor legal en cada uno de los pasos. Ni Gabriel Rufián on fire defendería en Twitter una aventura así.

No, el procés no tiene como objetivo la independencia con la que nos taladran estos días los telediarios controlados por el Gobierno, sino un futuro referéndum, legal y pactado

No, el procés no tiene como objetivo la independencia con la que nos taladran estos días los telediarios controlados por el Gobierno, sino un futuro referéndum, legal y pactado. Y gracias a la reacción del Gobierno de España, lanzando realidad de forma agresiva contra el simbolismo, ese futuro está más cerca. Europa mira. Era una performance el referéndum del 1 de octubre, un acto de desobediencia sin valor legal ni real, que fue reprimido con realidad tan dura como una porra policial en la cara de un ciudadano desobediente y pacífico. Era una performance sin validez legal ni real el gatillazo independentista representado por Puigdemont en el Parlament hace diez días y su respuesta será, de nuevo real y legal: sacar del cajón de los experimentos peligrosos el artículo 155.

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Pero, ¿por qué el Gobierno de España responde con realidad a una performance que no tiene validez legal, sabiendo que esto acerca a Catalunya a su objetivo de que Europa mire preocupada? Agárrense que vienen curvas: para crear otra performance paralela. Acabaremos con una escotilla en el kilómetro cero de Madrid como la de Lost.

En la no-realidad españolista que se construye estos días aprovechando la peli titulada "Desafío Soberanista", la corrupción pierde varios puntos en la lista de principales preocupaciones entre los españoles, como ya los perdió en Catalunya cuando la no-realidad catalana entró a ritmo de crucero hacia la gran performance final. Nos encaminamos ante un país cuya agenda estará marcada los próximos meses (¿años?) por dos irrealidades paralelas, dos performances que -sería injusto decir lo contrario- no son iguales ni equiparables aunque sean coetáneas. La performance españolista, aupada a hombros de la catalana como un casteller se sube en otro, tiene como escenario final un retroceso cívico grave, la normalización de escenas y situaciones que, hasta ahora, las nuevas generaciones no habíamos conocido.

Sí, en los países con garantías democráticas como España también existen los presos políticos y, lo peor de la performance españolista que se instala estos días, es que lo iremos normalizando mediante el infalible método de negarlo

Quizá la más simbólica por suponer un nuevo récord en la escalada retrógrada, son las detenciones de los líderes de las asociaciones civiles ANC y Òmnium Cultural, los Jordis, acusados de sedición. Una encarcelación presentada como aséptica -"lo ha dicho una jueza"- y normalizada por gran parte de la sociedad, incluida parte de la izquierda estatal, en este nuevo contexto de performance españolista, que absorbe y naturaliza cada paso atrás con facilidad. No, en España no hay presos políticos, sino aplicación de la ley, defienden algunos, como si en algún lugar del planeta se condenara a los presos políticos sin aplicar la ley. Sí, en los países con garantías democráticas como España también existen los presos políticos y, lo peor de la performance españolista que se instala estos días, es que lo iremos normalizando mediante el infalible método de negarlo.

Si Catalunya llegó a la cima de su performance con el acto en el que Puigdemont declaraba la "independencia pero no", la performance españolista tocará durante los próximos días campo base, dispuesta a alcanzar cima con la puesta en marcha del artículo 155. No hay prisa porque no hay independencia, ni real ni simbólica y no será la apisonadora que los que gritaban "a por ellos", esperan ya que el PSOE va en el barco y se marea. Pero tampoco será algo a lo que estemos acostumbrados. No lo estamos en este baile de disfraces con consecuencias reales.

Se rumorea que se desarticulará la autonomía catalana por el método del corte de cables y no por el de martillazos. Y es que el PP no viaja solo, lo hace con PSOE (se marea con facilidad en este tipo de viajes) y con Ciudadanos (inventores de la biodramina y entusiasmados con experimentar con artículos fuertes de la Constitución). El corte de cables supone, en principio -todo es una aventura cuando vas de viaje a un sitio nuevo-, suspender las funciones del gobierno elegido por los catalanes y tomar el control de toda institución catalana que exista y tenga algo de músculo por parte del Gobierno central o técnicos del Estado. Tras un tiempo de toma de control de la situación -que puede durar lo suficiente como para que el próximo vestido de fin de año de Cristina Pedroche adelante a la corrupción entre los principales problemas de los españoles- habrá elecciones. Y entre tanto, movilización y frustración en las calles de Catalunya. Cuando lleguen las elecciones -dentro de toda una vida, ya que cada semana es un año- llegaremos a la encrucijada que marcará los próximos años: si la performance españolista funciona, si se normaliza un nuevo tiempo, ¿existe la posibilidad de impedir participar a los partidos que se declaren pro referéndum? Si se toma el control del Gobierno de Catalunya por haber hecho el simulacro, ¿por qué no evitar que suceda de nuevo evitando por ley que puedan presentarse a las elecciones?.