LGBTQ

Dejar de hormonarme siendo trans ha sido la mejor decisión que he tomado

Fui la primera trans menor de edad que se hormonaba en la Comunidad de Madrid. Hace un año decidí dejar de hacerlo.
Ana Iris Simón
tal y como se lo contó a Ana Iris Simón
persona trans sin hormonar
Imagen vía Instagram/Yardashian.s

Me llamo Yara, tengo 21 años y empecé a hormonarme a los 16. Fui el primer caso en la Comunidad de Madrid de una persona trans que se hormonaba siendo menor de edad. Aquello causó mucha controversia porque desde la unidad donde me trataban en el Ramón y Cajal, que en ese momento se llamaba Unidad de Trastorno de Identidad de Género, decían que nunca iban a hormonar a menores de edad porque significaba poner en riesgo su salud, cuando a mí me estaban supervisando y recetando un tratamiento hormonal.

Publicidad

Cuando cumplí los 18, necesitaba un certificado que acreditara que llevaba dos años de tratamiento hormonal para que me dieran el cambio de nombre en el DNI y poder llamarme Yara también legalmente. Fui sin él y me dijeron que era necesario, aunque conozco a otras personas trans que han cambiado su nombre sin necesidad de haberse hormonado. Fui entonces a la unidad del hospital y me negaron el certificado, con la excusa de que a mí me habían puesto en tratamiento de manera excepcional. Reconocer que me habían recetado hormonas siendo menor era problemático porque al resto de familias que querían que sus hijos menores se pusieran en tratamiento se lo habían negado. Acabé ganando la batalla mediante la vía legal, gracias a la Fundación Daniela, a la que pertenecía, y pude cambiar mi nombre en el DNI.

Decidí empezar a hormonarme en mi adolescencia porque cuando era pequeña siempre pensaba que si no me sentía hombre tenía que sentirme necesariamente mujer. Era o el rosa o el azul, no había más. Y, aunque me sentía rosa, me veía azul. Eso me hacía sufrir, así que pensaba —y lo pensé hasta hace muy poco— que ser lo más femenina posible era lo que iba a hacerme feliz. Cuando me crecían tres pelos, tenía que volver a casa a quitármelos. Cuando alguien me percibía como hombre o cuando se daba cuenta de que era una mujer trans, lloraba.


MIRA:


Dejar el tratamiento no nació de una reflexión profunda ni de ningún efecto secundario sino de un puñado de casualidades, de pensamientos que me fueron llevando hasta allí. Tomaba Meriestra, que era la pastilla que me daba los estrógenos y la cambiaron por otra, Climen. Leyendo sobre ella me enteré de que era la píldora anticonceptiva. Lo combinaba con Androcur, un inhibidor de testosterona. Y cuando me dio por leer el prospecto vi que una de sus contraindicaciones es que era cancerígeno a largo plazo, que no se aconsejaba tomarlo durante más de seis meses. Yo llevaba cuatro años haciéndolo.

Publicidad

El problema con las personas trans, especialmente con las mujeres, es que no hay un tratamiento específico para nosotros sino que nos dan el que creen que puede funcionar para el desarrollo corporal que cada cual quiere tener. Cuando me enteré de que Androcur era cancerígeno, pedí que me lo cambiaran. Me dieron Espironolactona. Una de las veces que fui a la farmacia a por la caja me comentaron que aquello era un diurético, un medicamento para ir al baño. Fue entonces cuando decidí dejar de hormonarme.

Al principio tenía mucho miedo a "masculinizarme". Cada vez que una persona me leía como hombre, o cuando me miraba al espejo y notaba cambios en mi cuerpo lo pasaba muy mal. A los dos meses volví a las hormonas. Hasta que un día, sin saber muy bien por qué, me rapé el pelo y me sentí muy bien. Siempre había llevado el pelo muy largo y me encantaba, simbolizaba para mí lo femenino, que yo era una mujer, pero acabó siendo también una carga, una esclavitud. Entonces cogí la maquinilla y lo mandé a tomar por culo sin reflexionar tampoco mucho al respecto. Pero me encantó. De hecho, lo conté en un vídeo en mi canal de YouTube.

1560928378812-1541084092923

Yara antes de dejar de hormonarse. Fotografía cortesía de Yara

Aun con el pelo rapado seguía teniendo una apariencia mucho más femenina que ahora, que han pasado ya unos meses. También seguía vistiéndome cien por cien femenina, pero notaba que en la tienda en la que trabajo había clientes que me percibían y se referían a mí en masculino y otros en femenino. Cuando me leían en masculino seguían dándome ganas de llorar, aunque estaba contenta con mi decisión y mi apariencia. Pero con el transcurso de las semanas, un día se refirieron a mí en masculino y me dio igual. Me sorprendí mucho a mí misma.

Publicidad

Empecé a probar entonces a comprarme ropa masculina y me gustó. También a notar que la gente me percibía como chico y no me desagradaba. Y empecé incluso a experimentar sexualmente con hombres gais en lugar de con hombres heterosexuales, que como mujer trans era con los que hasta entonces me había relacionado. Me abrí Grindr e incluso hice de activo en una ocasión, algo impensable para mí hace un año o dos, algo que también me gustó mucho. Empecé a descubrir un mundo sin etiquetas.

"Un día, sin saber muy bien por qué, me rapé el pelo y me sentí muy bien"

También me empezó a salir barba, más vello, acné, ensanché la espalda… todas las hormonas que no se habían manifestado cuando tenía 16 años lo hicieron entonces. Fue un proceso lento, de adaptarme a las circunstancias y a mi nueva apariencia. Con el tiempo, empezó a gustarme mucho más que se me percibiera tanto como hombre como como mujer y aceptarlo que vivir con el miedo a que alguien se "diera cuenta" de que era trans o me leyera en masculino. Cuando era pequeña pensaba que o era azul o era rosa. Lo que no sabía era que podía ser las dos cosas.

Desde que dejé de hormonarme mucha gente me pregunta que si me arrepiento de haberlo hecho, que si me siento o no una persona trans ahora. Hormonarme podría haber sido un proceso que quizá me podía haber ahorrado, pero todo lo que he vivido me ha hecho ser la persona que soy ahora. Me he descubierto a mí misma gracias a eso.

Publicidad

Por eso a todas esas preguntas respondo que no, que no estoy arrepentida. Que simplemente he evolucionado. Antes era una chica trans porque estaba educada en el binarismo de género. Ahora me he dado cuenta de que fluyo, de que no sé ni definir lo que soy pero es que tampoco tengo por qué hacerlo. No uso las etiquetas ni género fluido, ni queer ni nada así. Pero lo que sí sé es que soy mucho más feliz que antes.

Por muy varonil que pueda ser ahora en ciertos momentos, legalmente soy una mujer, en mi DNI pone que soy una mujer y me encanta. Me parece un corte total a la sociedad, hoy al firmar el contrato de mi piso, la chica que nos ha atendido en las gestiones me ha preguntado al verlo si "estábamos todos". En las discotecas también se han quedado extrañados alguna vez. Creo que piensan que soy trans, pero al revés: que soy un chico trans y que no me he cambiado el nombre en el DNI.

"Empezó a gustarme mucho más que se me percibiera tanto como hombre como como mujer y aceptarlo que vivir con el miedo a que alguien se 'diera cuenta' de que era trans o me leyera en masculino"

Si un agujero de gusano o un portal temporal me hicieran un día encontrarme por la calle a la Yara de 16 años, a la que tuvo que cambiarse de colegio porque le hacían bullying, a la que se pasó dos meses encerrada en casa cuando decidió empezar a ser visible como Yara, a la que peleó para que le recetaran hormonas siendo menor de edad, no le diría nada.

Le sonreiría desde lejos, sabiendo que todo por lo que iba a pasar, por lo que estaba pasando iba a hacer de ella quien hoy es. Una persona más fuerte, más segura de sí misma y que no se pone a llorar si alguien la lee como hombre. Una persona que disfrutar de ella misma en todas sus formas, con falda o pantalón, con o sin maquillaje, con más o menos vello y los hombros más o menos anchos. Una persona capaz de sentirse ella misma y de descubrirse con todas sus aristas, más allá del rosa y el azul.

Puedes ver los vídeos de Yara en Youtube aquí y mirar su Instagram aquí.

Suscríbete a nuestra newsletter para recibir nuestro contenido más destacado.