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Ya no hace falta hablar cara a cara con la gente

Es mucho más fácil comunicar y expresar una muestra de placer, asco o insatisfacción a través de un emoji que a partir de un rostro.
dos personas mirando un móvil
Imagen vía unsplash usuario Jacob Ufkes

No sé si os habéis dado cuenta de ello, supongo que sí —porque es algo evidente y además sois personas muy listas—, pero es que quizás no le habéis dado las vueltas necesarias al asunto o no habéis llegado a pensar en el tema con toda la intensidad que se merece, pero es que realmente ya no hace falta estar físicamente presente con nadie ni mirar a nadie a la cara para poder comunicarnos. Quiero decir, si queremos, ya no hará falta que lo volvamos a hacer en lo que nos queda de vida.

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¿Sois conscientes? Es que ya no hace falta, en este siglo XXI, que sigamos hablando con la gente de la forma tradicional, hablando con la boca y mirando con los ojos y respirando y expulsando sonidos extraños por la boca que formarán palabras que serán conceptos que, al final, describirán ideas y opiniones que nadie necesita. Ahora, simplemente, podemos mandar mails y, con todo esto de las aplicaciones, podemos contentarnos con mandar mensajes o notas de voz y ya está. Incluso ni eso, colocar un like por aquí o un corazón de Instagram por allá, podemos limitar nuestras relaciones humanas a esas sencillas muestras de cariño u odio que nos ahorrarán tener que lidiar con el diálogo.


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El caso es que si nos lo propusiéramos, podríamos pasarnos el resto de nuestras vidas sin hablar con nadie directamente, anulando por completo el tedio de escuchar a gente que no nos importa o de ver la cara de nuestros interlocutores fingiendo que nos escuchan y que lo que les estamos contando les interesa profundamente y por ello asienten con la cabeza y dicen “ahá” e incluso comentan algo relacionado con el contenido de lo que les estamos diciendo pero nosotros sabemos perfectamente que realmente lo que les estamos diciendo les importa una mierda, y toda esta pantomima es incluso aún más molesto que simplemente tener que escuchar a alguien diciendo cosas que nos la sudan en demasía.

Ahora podemos tener el lujo de vivir encerrados en nuestras casas, mandando cartas en sobres y chateando por Skype con nuestros colegas. Existe la posibilidad de no volver a interactuar o ver a un ser humano en persona. Podríamos hacerlo, es totalmente factible, la posibilidad está ahí. El mundo —esta sociedad— nos lo permite.

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Esos incómodos momentos en los que tenemos que discutir sobre temas densos de difícil resolución, en los que sudamos, balbuceamos y, al final, decimos cosas sin sentido. Ahora nos los podemos ahorrar y articular complejos y lúcidos discursos más acordes con nuestra forma de pensar.

Ya no hace falta improvisar al hablar, largar mierda que ni nos hemos planteado realmente. Podemos trasladar esta incomodidad dialéctica a la fría y confortable comunicación online, cada vez más humana y cada vez más capaz de acercar a las personas al estar dotadas de un sinfín de nuevas herramientas comunicativas imposibles de emular en carne y hueso (links, GIF, emojis…). Es mucho más fácil comunicar y expresarse vía internet que en la realidad. Una muestra de placer, asco o insatisfacción es mucho más fácil de comunicar y entender a través de un emoji que a partir del rostro de un ser humano que hace décadas que no expresa sus sentimientos a sus familiares. Volver a hablar sería un error, un acto medicore.

De hecho, hablar cara a cara actualmente es una falta de respeto, es como llamar a alguien por teléfono en vez de mandarle un mensaje por WhatsApp; es una intromisión desagradable en la intimidad de las personas. Supone obligar a alguien a comunicarse cuando quizás no quiere, es acoso. Además, la comunicación online puede servir de ayuda a la hora de filtrar la información.

Si queremos felicitar a alguien por el nacimiento de su hijo, podemos mandar un SMS que exponga “Enhorabuena por el nacimiento de Miguel”, y ya está. Fuera de internet nos veríamos obligados a adornar este mensaje con palabrería barata e insulsa, inmersos con desgana en esa jungla de conversaciones y frases totalmente insustanciales para alcanzar esos mínimos protocolarios que exige una conversación humana normal y que no nos haga parecer unos tipos raros, con esos “Hola Diana, buenos días, ¿qué tal? ¿Cómo va?”, esos “Pero buenoooo, que guapa estás” y “¿Y cuánto pesa el chavalín?” o los “Quedamos un día para tomar algo, ¿no?” que nadie realmente siente como sinceros ni útiles.

Hablar, por lo general, es una pérdida de tiempo y energía descomunal, algo que seguramente en un futuro cercano ya no se terciará por innoble, algo que, de hecho, ha sido lo que ha llevado a la humanidad a este estado de locura y cretinismo al que hemos llegado. Toda esta cortesía hipócrita y esa parafernalia social al final solo interrumpe el mensaje. Existe un superávit de parloteo que es el que ha generado todos los conflictos humanos. “Enhorabuena por el nacimiento de Miguel”, y ya está.

Por favor, contactadme por Facebook. Mandadme la comida por correo. Viajo por el mundo a través de Google Street View, llego a orgasmos gracias a imágenes que encuentro por internet. Una vida así es posible. Una vida en la que no volveré a estar presente al lado de ningún ser humano nunca más. Esta vida es posible. Ahora. Entiendo que es feo excluir a las personas de nuestra vida pero podemos intentarlo.

Sigue a Pol en @rodellaroficial.

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