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un viaje místico a las profundidades

Por qué la apnea es el deporte más extremo y natural a la vez

12 personas han llegado a pisar la Luna, pero solo 6 han bajado a más de 100 metros de profundidad bajo el nivel del mar. ¿Por qué?
Imagen vía WikiMedia Commons

A lo mejor ahí abajo desaparecen todos vuestros problemas. A lo mejor a 150 metros bajo del agua vuestro trabajo es maravilloso, vuestra pareja es la más atractiva, vuestro coche es el más rápido y vuestra vida es la mejor. O simplemente los atletas que practican este deporte saben que el secreto de la existencia está ahí, en las profundidades, donde el ser humano se acerca a la muerte voluntariamente a través de un control perfecto y difícilmente alcanzable. Es ahí abajo donde se puede disfrutar de un momento de adrenalina de los más fuertes posibles —precisamente antes de una potencial muerte o asfixia. Ojo: para conseguirlo se requiere una calma y un autocontrol al alcance solo de un maestro 'Zen'.

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La apnea, o buceo libre ('freediving'), tiene muchas variedades, pero el concepto del bajar a las profundidades del agua sigue siendo el mismo… y por eso nos gusta verlo como el deporte más extremo de todos.

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La apnea no es solamente adrenalina como la que generamos al descender la ladera de una montaña a saco con unos esquíes. Bajo el agua no hay ruidos como los que llenan un estadio o un circuito. Ahí abajo, el único instrumento que puede —y no debe— fallar es tu cuerpo: un conjunto perfectamente engrasado compuesto por multitud de órganos fundamentales, como los pulmones, el corazón y el cerebro (sobretodo el cerebro).

"Oí [la apnea] descrita con estas palabras: 'Llegas a conocerte mejor'", dice William Trubridge, citando la recién fallecida Natalia Molchanova.

Trubridge es un buceador de inmersión libre profesional que en el mundo de la apnea no necesita presentaciones. William fue el primero a descender más allá de los 100 metros de profundidad sin la ayuda de pesos; a lo largo de su dilatada carrera ha intentado muchas veces proteger a su querida pasión de las acusaciones de aquellos que lo ven como un 'no-deporte', o simplemente como una actividad demasiado peligrosa para que sea entendido como deporte.

Cada vez que Trubridge intenta describir lo que experimenta a esa profundidad, cuando lo que tiene alrededor es solamente una cortina inmensa y negra de silencio, se termina quedando sin palabras. No hay términos apropiados para definir tanta belleza. Lo que siempre reitera, como muchos otros apneístas profesionales, es que practicar su deporte sin ayudas ni protecciones es prácticamente igual de peligroso que tirarse desde la cima de una montaña.

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El cuerpo humano rechaza la inmersión hasta los 10 metros de profundidad. Los pulmones llenos de oxígeno funcionan como un salvavidas que da la alarma al celebro y nos empuja para arriba con toda la fuerza que tiene. Para contrarrestar esta reacción protectora, debemos nadar hacia abajo, sin pasarnos de velocidad, controlando el despliegue de nuestras fuerzas constantemente.

Más allá de los 10 metros, la presión se dobla y el juego se hace difícil: los pulmones se reducen automáticamente a la mitad, como si de bolsas de la compra vacías se tratara. Pasados los 15, el cuerpo empieza a reaccionar dándose cuenta de lo que está pasando, y entra en lo que los científicos llaman el 'Master Switch of Life' o 'reflejo de inmersión mamífero'.

Por debajo de los 15-20 metros, el agua empieza a llamarte hacia ella, te deja entrar; lo único que tienes que hacer es ponerte en posición vertical, con los brazos unidos al cuerpo, y dejarte llevar. Una vez el agua te acepta, puedes acceder a uno de los espectáculos más bonitos que la Tierra pueda ofrecer a seres mortales como nosotros —algo que probablemente nunca veremos si no tenemos el coraje de practicar la apnea.

Imagen vía WikiMedia Commons.

Una de las operaciones que el 'Master Switch of Life' adopta es que el corazón late cada vez más lento, ayudando en el proceso a ahorrar oxígeno. De hecho, el órgano puede alcanzar una frecuencia cardíaca de apenas 14 latidos por minuto, un tercio de la frecuencia de una persona en coma. Esto es ciertamente notable… sobre todo si tenemos en cuenta que la frecuencia cardíaca estándar de un ser humano en reposo suele ir de las 60 a las 100 pulsaciones por minuto.

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El hecho más curioso, no obstante, es que según los fisiológos una frecuencia tan baja no debería permitir que el cerebro estuviera consciente, pero en cambio en el fondo del mar lo logra igualmente. ¿Cómo es esto posible?

Llegados a los 90 metros de profundidad, el 'Master Switch of Life' realiza otro movimiento vital para evitar que el cuerpo se reduzca al tamaño de una nuez: toda la sangre se desplaza desde los puntos externos del cuerpo —como manos, pies y cabeza— hacia el centro, precisamente en el tronco, que llega a rellenarse de sangre como si fuera una pequeña estufa que protege nuestros órganos vitales de la presión y del frío. Gracias a este proceso, el cuerpo se convierte en una versión acuática de sí mismo: delgada, fina, silenciosa y sutil.

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Para explicar el esfuerzo del atleta en la mayoría de deportes competitivos, normalmente usaríamos una línea ascendente que iría subiendo hasta su punto álgido a medida que nos acercamos al punto culminante de la prueba (partido, carrera, o lo que sea). En cambio, cuando pensamos en la apnea, la forma que mejor representaría el esfuerzo sería una 'V'. Lo que nos pide la inmersión es un perfecto conocimiento de nuestras capacidades físicas en dos fases: la ida y la vuelta, la bajada y la subida.

Muchos casos de muertes durante la práctica de la apnea —la mayoría en situaciones no oficiales, según los defensores de la disciplina— se han producido porque el deportista ha subido demasiado rápido o demasiado lento respecto a lo que realmente podía aguantar. En estos casos, la defunción suele llegar por edema pulmonar debido a problemas respiratorios.

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"La apnea es una actividad segura siempre que se cumplan los requisitos de seguridad", afirmó Santiago Jakas, presidente de la Asociación Española de Apnea Deportiva (AEA), en un artículo publicado por el periódico El Pais.

En situaciones límite, el cuerpo nos da una alarma en forma de convulsiones pulmonares para decirnos que no hay más oxígeno a nuestra disposición. Seguidamente, se prepara para utilizar una reserva privada —que nunca quiere gastar, porque es un recurso extremo— antes de dejarnos prácticamente muertos.

En ese momento, cuando hay un exceso de dióxido de carbono en la sangre, el cerebro abandona completamente los músculos y las articulaciones, provocando por el 'shock' movimientos incontrolados de las extremidades del cuerpo como si se tratara de un calambre eléctrico. Esta reacción se conoce con el nombre de 'samba' debido a la similitud con los movimientos típicos de este estilo de baile. Y no, no es coña: digamos que los practicantes de la apnea muestran un humor bastante macabro.

El cuerpo humano, pues, se pone a 'bailar la samba' justo unos segundos antes de entrar en síncope, o 'blackout', el momento en el que la mente abandona casi completamente el cuerpo y deja funcionar solamente al corazón. Éste reduce su velocidad a un nivel comparable de la reina Isabel corriendo una carrera frente a Usain Bolt y baja al mínimo las funciones vitales, esperando ayuda externa en un limbo inconsciente y silencioso que muchos llaman 'la muerte dulce'.

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A todo esto, por cierto, hay que unirle el agradable detalle que la presión nos puede hacer prácticamente estallar los ojos o los tímpanos como petardos si durante la práctica de la apnea no seguimos los procesos correctos de compensación.

Entonces, ¿por qué todo esto? ¿Para qué dedicarse a una disciplina en la que la muerte está en todos lados?

Pues por eso: ¿no es la cercanía de una posible muerte lo que hace que un deporte sea extremo?

Imagen vía WikiMedia Commons.

Aunque las inmersiones competitivas sean un deporte relativamente nuevo, el concepto de mantener la respiración y bajar a las profundidades de ese mundo desconocido que es el mar no es nada nuevo. Los humanos siempre han tenido curiosidad por las profundidades marinas, sea por la necesidad de buscar comida o por el placer del puro descubrimiento — y a veces como arma de guerra, como solían hacer los romanos.

"Llegas a descubrir tu superpoder", aseguró Ashley Chapman al periódico británico The Guardian. Chapman, originaria de los Estados Unidos, es una apneísta que ha establecido tres récords mundiales y que se dedica a instruir a nuevos practicantes de la disciplina. "Siempre que practico la apnea siento un miedosano, y me causa un gran respeto. Es bonito empujarse hacia los propios limites", explica.

Sabemos que es difícil convencer a otro ser humano para que haga algo arriesgado: todo los apneístas, por lo tanto, aconsejan a cualquiera que esté interesado que pruebe la disciplina de manera simple y siempre con la máxima seguridad. No hace falta llegar a los 100 metros de profundidad y no hace falta hacerlo en la fosa de las Marianas: para acercarnos a la emoción y al estado de paz que alcanza un apneísta, es suficiente con sumergirse en el dócil Mediterráneo… o incluso en la bañera de casa, si seguimos los procesos adecuados.

Lo más recomendable, sin embargo, es intentarlo siempre bajo la supervisión de un experto. Si seguimos las indicaciones de un veterano de la apnea y nos sumergimos con cautela, habrá un momento en el cual el silencio nos entrará por las orejas e invadirá nuestro cuerpo, de la cabeza a las puntas de los dedos, hasta envolvernos completamente como si de un confortable edredón se tratara.

En el momento adecuado, el corazón se nos calmará y bajarán sus pulsaciones, como si el silencio del agua fuese su nana más querida. Ahí deberemos cerrar los ojos y dejarnos llevar hasta el momento en que el cuerpo vuelva a necesitar oxígeno: justo el segundo anterior a la urgencia de respirar será el culmen de una paz que difícilmente se puede alcanzar viviendo en la superficie.

Es por ello que decimos que la apnea es el deporte más extremo de todos: porque es el único donde el punto álgido de adrenalina se logra con un control total de las capacidades físicas y mentales… y porque justo cuando llegamos ahí, cuando hemos tocado el paraíso oscuro de las profundidades acuáticas con la punta de los dedos, es cuando debemos volver a la luz en una carrera lenta y controlada hacia un nuevo aliento.

Niccolò Massariello ha colaborado en la redacción de este artículo. Síguele en Twitter: @nicolerebo