El parkour me ayuda a olvidar lo mucho que echo de menos mi hogar

Este artículo es parte de nuestra serie Nuevos Vecinos, en la que jóvenes refugiados de toda Europa colaboran con nosotros como editores invitados. Puedes leer la carta de la editora aquí.

Talal Akkasheh, de 19 años, huyó de Siria a Egipto con su familia. Poco después de cumplir los 16, dejó a sus padres y su hermana pequeña en El Cairo y se marchó a Copenhague, donde hoy vive por su cuenta en un piso.

Dinamarca es un buen país porque ofrece muchas oportunidades. Mi familia nunca se mudaría aquí, y en cambio yo no me veo volviendo a vivir en Siria. Mi sueño es ser médico, como mi tío, y quiero cumplirlo aquí, por mi cuenta. Trabajo duro como camarero, tengo un sueldo, estoy cursando el undécimo año escolar y recibiendo clases intensivas de danés. Pero lo que más feliz me hace de estar aquí es poder practicar parkour.

El parkour me ayuda a olvidar cosas que de otra forma no sería capaz de olvidar. Me permite centrarme y me da un espacio en el que evadirme de todo. Mi vida entera gira en torno a mi condición de refugiado. Las clases de danés, las conversaciones con mi familia por Skype y cuando veo a mi hermanita —que ha crecido tanto que casi ni la reconozco—, todo eso me recuerda que estoy muy lejos de casa, que mi tierra ha sido reducida a escombros por las bombas, que vivo en un país extranjero y que no tengo ni idea de lo que me depara el futuro. Esos pensamientos se evaporan en cuanto me pongo a hacer parkour. Quizá por eso soy tan bueno, creo yo. Para mí es un ejercicio terapéutico.

Todos los días entreno durante tres horas en Game Copenhague, un centro de deportes urbanos. Practicar parkour es como subir unas escaleras: primero subes un tramo, y cuando ya estás arriba, vas por el siguiente, y así. Al principio tienes que aprender a saltar y aterrizar bien, luego ya empiezas a clavar las volteretas y los mortales. Ahí es cuando empieza la diversión. Ahora mismo estoy en ese punto.

Para hacer parkour tienes que perder el miedo y practicar a lo bestia. Te vas a hacer daño constantemente y tarde o temprano te romperás un brazo o una pierna. A mí todavía no me ha pasado, pero mi novia me recuerda cada dos por tres que tenga cuidado. Se llama Emma; nos conocimos en el instituto y llevamos ocho meses juntos.

Mi familia sigue mi progreso a través de una página de Facebook que he creado, en la que subo un montón de vídeos. A mis padres no les preocupa tanto que me haga daño porque saben que no me va a pasar nada. He huido de una guerra y viajado solo desde El Cairo hasta Copenhague con 16 años… Puedo soportar unos cuantos moratones.

Sabía que esto se me daría bien incluso antes de empezar. En Damasco miraba muchos vídeos en YouTube y siempre me preguntaba si sería tan difícil. Soy bastante atlético y sé saltar y caer bien, así que pensaba que yo también podría practicar parkour. Sé que no hay que fardar mucho de lo que se te da bien aquí, en Dinamarca, pero la verdad es que soy mejor que mucha gente que lleva entrenando el doble de tiempo que yo.

Me gusta más el parkour que el baloncesto o el skate porque me hace sentir más especial. No hablo danés tan bien como los otros chicos que conozco ni tengo tanto dinero, porque tengo que enviar una parte de lo que gano al mes a mi familia, pero nadie puede quitarme el talento. No necesito hablar danés a la perfección ni tener el último iPhone del mercado para ganarme el respeto de la gente. Eso lo tengo asegurado, créeme.

Firma aquí la petición de la ACNUR urgiendo a los gobiernos a asegurarles un futuro seguro a los refugiados.

Pues ayudar a Refugees Welcome, la ONG que ayuda a Talal y otros refugiados en Dinamarca, [aquí](http://Refugees Welcome http://refugeeswelcome.dk/stoet/).