Las peores excentricidades de los ricos en sus vacaciones

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Viajes

Las peores excentricidades de los ricos en sus vacaciones

Los clientes ricos pueden llegar a ser lo peor.

Ilustración por Dan Evans

En general, los ricos pueden llegar a ser lo peor. Difícilmente puede gustarte alguien que derriba orfanatos para construir rascacielos o que vende armas al tercer mundo. Pero hay algo peor que un rico: un rico de vacaciones. Porque todos sabemos que hay que tomarse un respiro de la extenuante tarea de vender tu alma al diablo.

Pedimos a varios amigos que trabajan en el sector del turismo de lujo en Grecia, Francia y España que nos contaran anécdotas sobre lo peor que han visto hacer a los ricachones.

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Racismo en el club de golf

Una vez vino a nuestro hotel un banquero estadounidense de cuarenta y tantos con su mayordomo afroamericano. El banquero no movía un dedo si no era para darle al palo de golf. Ingenuo de mí, al principio pensé que el mayordomo tenía un trabajo de la hostia, teniendo en cuenta la pasta que ganaba su jefe. Pero en un momento dado el banquero le soltó la cosa más ofensiva que he oído en mi vida.

Acababa de hacer un mal swing y había perdido la bola en una arboleda. En ese momento, se gira hacia mí y dice en voz alta: "Ahora mando a mi labrador a buscarla", y el mayordomo salió corriendo a buscar la pelota.

Hizo que sus esbirros nos siguieran corriendo detrás

En otra ocasión, un alemán había reservado una suite para él y tres habitaciones más para sus guardaespaldas. Cuando llegaron, el tipo pidió que le mostrara el recinto del hotel en un buggy de los que se usan en el campo de golf.

Se sentó en el asiento del copiloto, con una botella de vino entre las rodillas, y aunque podrían haber cabido perfectamente dos personas más, hizo que sus esbirros nos siguieran corriendo detrás.

Estuvieron 45 minutos corriendo. De vez en cuando me pedía que acelerara solo para verlos intentar alcanzarnos. Se estuvo partiendo de risa todo el trayecto".

Christophe, recepcionista y gerente de un club de golf

—Deauville

Un cumpleaños muy especial

Una vez vino a Madrid un matrimonio ruso para celebrar el cumpleaños de la hija menor. En cuanto llegaron —ni siquiera pararon a registrarse—, me pidieron que contratara un avión o un helicóptero para que los viniera a recoger a la azotea del hotel esa misma noche y les hiciera un tour sobrevolando la ciudad.

Durante el vuelo, quería lanzar al aire globos en los que habían escrito sus mejores deseos para su querida hija. Además, todo tenía que ocurrir mientras sonaba en bucle la canción pop favorita de la niña.

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Huelga decir que no iban a aceptar un no por respuesta y que estaban dispuestos a pagar lo que fuera para llevar acabo su plan".

Gloria, asistente personal

—Madrid

Finales felices en el Egeo

Cuatro tipos rusos alquilaron dos de nuestros yates para hacer un viaje por las islas griegas. Uno era para ellos y el otro para un grupo de mujeres por cuya compañía también habían pagado. En seguida la cosa empezó a calentarse y aquello parecía el rodaje de una película porno.

Desde el momento en que salimos del puerto, los invitados se pasearon por la embarcación completamente desnudos, para sorpresa de la tripulación. Luego también empezaron a practicar sexo delante de nuestras narices.

Todas las mañanas, el barco se convertía en el escenario de una orgía que duraba hasta la noche, cuando enviaban a las chicas de vuelta a su yate en una lancha neumática

Me sentí muy violento durante todo el viaje, pero como técnicamente el yate es el espacio privado del cliente, no te queda otra que callar y ser discreto.

Todas las mañanas, el barco se convertía en el escenario de una orgía que duraba hasta la noche, cuando enviaban a las chicas de vuelta a su yate en una lancha neumática. Por muy tentador que suene, no es una situación agradable cuando estás trabajando. Pero bueno, lo importante es que el cliente se marche satisfecho, y estos lo hicieron fijo".

Michael, patrón

—Islas Cícladas

Como en casa

El hotel en el que trabajo ofrece un servicio llamado from home to home, para invitados que van a pasar largas temporadas con nosotros. El servicio incluye en el cambio de alfombras, sofás, cortinas y cosas así, con la idea de que el cliente se sienta más como en casa durante su estancia de meses.

Las reglas cambian por completo cuando los clientes son árabes o de la realeza. Hace poco tuvimos que cambiar hasta la bañera de una de las suites por una con un baño de oro y diamantes engarzados.

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María, gerente de atención al cliente

—Madrid

Cocaína a bordo

En verano trabajo como primera oficial en yates de lujo, que suelen tener un valor de varios millones de euros. Mi trabajo es mantener el equilibrio entre las expectativas del cliente y las operaciones de a bordo, así como supervisar a la tripulación.

Una vez, un inglés alquiló un barco de 35 metros de eslora e invitó a sus amigos a pasar una semana con él. Era un grupo de capitalistas cincuentones que trabajaban en el sector financiero y estaban deseosos de exhibir a sus jóvenes novias con tetas operadas.

Me costaba seguirles el ritmo, sobre todo a mi jefe, que no paraba de meterse rayas todo el día

Los tipos eran divertidos y les gustaba la fiesta, así que veían de lo más normal tener contenedores llenos de cocaína a bordo. Antes de zarpar, escondieron la droga por todo el barco. Al principio era gracioso estar de fiesta con ellos, aunque me costaba seguirles el ritmo, sobre todo a mi jefe, que no paraba de meterse rayas todo el día: en la comida, antes de dar un paseo en moto acuática, pescando y en plena noche.

Aquello se prolongó un par de semanas. Un día encontré drogas más duras a bordo y aquel fue mi punto de inflexión. Al día siguiente, hice las maletas y me fui en busca de un ambiente más saludable.

Sophie, primera oficial en barcos de vela

—Caribe e islas Cícladas

El serbio religioso

Lo que más se suele demandar son mujeres y drogas. Si no te quieres ver arrastrado a ese tipo de negocio, lo mejor es que lo dejes en manos de la gente adecuada. Conseguir drogas es fácil, pero muy caro. El tema de las mujeres es más complejo.

Sin embargo, mi experiencia más surrealista con clientes ricos no estaba relacionada ni con la cocaína ni con las prostitutas, sino con un tipo serbio que era director general de una empresa y un devoto cristiano.

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En su primer día de estancia, el hombre me pidió que cambiara de sitio el mobiliario, que le grabara varios CD con música bizantina y que abriera un par de botellas de champán de 1.500 euros cada una. También me pidió que le acompañara a todas partes: a la playa, a cenar y a un montón de fiestas. No quería que me moviera de su lado y, a decir verdad, yo me lo estaba pasando muy bien.

A las 7 de la mañana estábamos en Tinos, rodeados de señoras mayores en peregrinación

Una noche, de vuelta de una fiesta bastante salvaje, el tipo decidió que tenía que ir inmediatamente a Tinos, una isla a una hora de Míkonos (donde estábamos nosotros) para encender una vela y rezar. Para que os hagáis una idea, Tinos es como una Ibiza griega para abuelas cristianas.

Así que alquiló un barco de 40 metros y lo siguiente que recuerdo es que a las 7 de la mañana estábamos en Tinos, rodeados de señoras mayores en peregrinación a la iglesia de Nuestra Señora de Tinos.

Manos, botones

—Míkonos

Los jubilados ricos son lo peor

El peor trabajo que he tenido en mi vida fue a los 20 años, cuando estuve en una agencia de alquiler de yates. Fue a principios del verano, y en ese momento me pareció un buen plan eso de ir saltando de isla griega en isla griega. Una amiga que ya había estado trabajando allí me ayudó a entrar como camarera. Me advirtieron de que tendría que estar a disposición de mis clientes las 24 horas los siete días de la semana, y de que no podía quejarme de las interminables jornadas laborales. Todo resquicio de intención de quejarme se esfumó cuando me dijeron que iba a ganar 750 euros por una semana.

Me enviaron a un yate de lujo que habían alquilado dos matrimonios rusos de setenta y pico años. El yate les costaba 75.000 euros por semana, precio que incluía, cómo no, la tripulación, formada por mí, otra camarera, el cocinero, el capitán y una persona de limpieza. Haríamos un recorrido por las islas del Jónico, en concreto Paxí, Léucade y Cefalonia.

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Desde el primer día su actitud fue horrible. La primera comida que les serví era pasta con gambas, y en cuanto les llevé los platos, una de las mujeres me pidió que le pelara las gambas. "Ven aquí. Hazlo tú por mí", me dijo. Mientras las pelaba, lo único en lo que podía pensar era en meterle las gambas por los ojos, pero no dije nada. En cuanto terminaron de comer, la otra mujer me dijo que le diera un masaje en los pies. Les dije que yo estaba ahí para servirles la comida y la bebida. Ellos llamaron a la agencia y yo dejé el trabajo. Durante los dos días que estuve a bordo esperando que vinieran a recogerme, cada vez que los viejos se emborrachaban, la mujer del masaje me llamaba "zorrilla".

También tocaba la campanilla de servicio en mitad de la noche para que le trajera un vaso de agua, hacía al cocinero preparar otro plato en cuanto había acabado de cocinar o derramaba vino en el suelo a propósito para que fueran a limpiarlo. La guinda del pastel la ponía el marido de una de ellas, que cada vez que me acercaba a rellenarles la copa me agarraba el muslo y empezaba a subir la mano hasta que le amenazaba con decírselo a su mujer. Esto es lo que pasa cuando la gente de la tercera edad tiene demasiado dinero. Saben que no les queda mucho tiempo y se convierten en unos insoportables. Volví a casa en ferri y nunca vi un céntimo del sueldo.

Dimitra, camarera de yate

—Islas del mar Jónico

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Vino celestial

Trabajé como sumiller en el restaurante de un hotel de cinco estrellas. Una de las peticiones más frecuentes de los clientes ricos era que les sirviera su vino favorito, aunque no estuviera en nuestra carta. No sería nada muy grave si no fuera por que el vino que pedían muchas veces estaba en la otra punta del mundo.

A todas horas tenía que llamar a Londres, París, Nueva York o Buenos Aires para saber si disponían del vino elegido por el cliente —que podía costar entre 2.000 y 7.000 euros— y luego alquilar un avión y su piloto para que la trajeran a Barcelona a tiempo para la cena del cliente.

Gustavo, sumiller

—Barcelona

Una proposición indecente

A veces flirteaban conmigo algunos clientes casados. Me invitaban a una bebida en el bar y me daban su número de teléfono y ahí quedaba todo. Debo de tener cientos de números de teléfono de ejecutivos y políticos relativamente conocidos en la agenda del móvil.

A veces incluso me invitan a su habitación.

Recuerdo una vez que estaba trabajando en la recepción y se acercó un padre cincuentón con sus dos hijas adolescentes. Pidió dos habitaciones en plantas distintas, una para él y otra para las niñas. Le di lo que me pidió y me premió con una propina de 100 euros. A la noche siguiente entendí el por qué de su petición.

La familia cenó en el restaurante del hotel y, al acabar, el padre mandó a las hijas a su habitación. Después se acercó a la recepción y me dijo con una sonrisa encantadora: "Si te aburres, ya sabes dónde encontrarme". Todavía está esperando que suba.

También hay mucho ladrón entre la gente rica. En una ocasión, una camarera de habitaciones vio que la clienta que acababa de irse se había llevado las almohadas y un cuadro. Tuve que pasarle el cargo a su tarjeta de crédito y llamarla para hacérselo saber. La mujer, lejos de negarlo, me contestó: "Sí, cárguelo en mi tarjeta, que no soy ninguna ladrona. Es que el cuadro me encanta". Se pensó que el hotel era como un centro comercial privado.

Émile, recepcionista

—París

Traducción por Mario Abad.