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Intenté pasar una semana sin utilizar ni un puto emoji

Se supone que los emojis son una muestra extrema de sentimientos cuando en realidad se utilizan para ocultarlos, hacerlos vendibles, fáciles y vulgares.

Os lo juro, los he visto. Ahí fuera hay gente que a veces no sabe expresar sus emociones más básicas con palabras. Gente que la magia de los grafemas —esos signos gráficos que la mayoría de nosotros utilizamos para escribir— les parece una cárcel que les impide comunicar lo que razona su cerebro o lo que permanece hundido en la sangre de su batiente corazón. Incapaces de penetrar en la selva de símbolos prefieren optar por utilizar un divertido dibujo que resuma más o menos lo que sienten y piensan. Esa imagen fácilmente identificable con un sentimiento de una sola dimensión es suficiente como para convertirse en el representante de sus emociones: una cara sonriendo con dos gotas de agua saliendo de los ojos (el emoji más utilizado en Twitter según el emojitracker); una mano con el dedo pulgar alzado; un rostro que guiña un ojo y expulsa un pequeño corazón rojo por su boca; un mono tapándose las orejas. Este es el espectacular bestiario al que muchos recurren para hacerse entender. La palabra ha muerto, confiemos en la imagen; más fácil de leer, más limitada y, por supuesto, más engañosa.

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Claramente me estoy refiriendo a los emojis, esos hijos más desarrollados de los burdos emoticonos de texto y más cercanos en espectacularidad a los barrocos kaomojis (emoticonos orientales) o a esos emojis animados de gatos gordos o niñas de pelo negro y mirada espectral. Si en su momento hubieran existido estos símbolos no hubiera hecho falta que ese tipo gastara tanto tiempo y tantas palabras en escribir La Ilíada, podría haberse limitado a hacer un librito ilustrado con estos divertidos y descacharrantes monigotes.

Si bien es totalmente certero advertir que cada vez existen emojis que supuestamente juegan con emociones más complejas y que estos no solo funcionan independientemente de su contexto sino que también se refieren a este para poder denotar cierta ironía o generar opiniones o sentimientos más rebuscados, no dejan de ser una solución rápida a un problema. Un atajo para no perder 10 segundos en explicar algo, son, al fin y al cabo, una reacción lógica de este apresurado sistema capitalista que antepone lo práctico a lo reflexivo. Apoyar este sistema de iconos es destruir los cimientos de la razón.

Cuando empecé este experimento de mierda lo más difícil fue empezar a deshacerse de los emojis más prácticos, como el icono del pulgar hacia arriba, el signo gestual ese de aprobación. Normalmente lo utilizaba en vez de los clásicos "OK", "de puta madre", "me parece más que correcto" o "de acuerdo, capataz". Al prescindir de él me dio la sensación de que expresarlo simplemente con caracteres era una forma de mostrar una evidente falta de pasión e interés por lo que se estaba hablando. Sí, en efecto, la supresión de las imágenes supuso la pérdida de la credibilidad emocional. Así que para solucionar este handicap opté por expresar mis aprobaciones de otras formas, como por ejemplo utilizando las mayúsculas ad æternum e incluso separando las palabras por sílabas. El "PER-FEC-TO" se convirtió en un favorito personal. Creo que tiene porte y es, hasta cierto punto, elegante. Pero no era suficiente. Me sentía mal, sentía que no estaba convenciendo a mi interlocutor.

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Otra situaciones complicadas surgían a la hora de pedir favores. Normalmente es más fácil conseguir las cosas si acompañas la petición con unos cuantos emojis divertidos. "Escucha, he tenido una movida con un amigo y necesito hoy a las 17 horas unos 500 euros, ¿me los prestarías?", esto, sin un par de smileys bien metidos y un mono tapándose la boca no va a funcionar en la puta vida. De algún modo, por muy rocambolesco que resulte ser el favor que pides, tienes más probabilidades de conseguir que te apoyen si utilizas un emoji. Evidentemente todo esto juega en contra del discurso pues estamos acostumbrando al receptor a aceptar este juego visual cuando en realidad lo que tendría que hacer es exigir una disertación bien hilada, coherente, irrefutable e innegociable.

Aquí intenté hacer un bicho con caracteres pero supongo que es hacer trampa.

Los sentimientos de aprecio y respeto también fueron complicados. La gente dispara emojis de besos, abrazos u otras muestras de cariño sin ser conscientes de la responsabilidad que esto supone. Es la banalización de los sentimientos, la oferta emocional más barata del Lidl. Antaño, una carta de amor apergaminada e impregnada con el rojo carmín del pintalabios de un ser amado era algo terriblemente profundo y significativo, una muestra de amor sin igual, indudable y sincera. Ahora, mandar ráfagas de labios, besos y corazones no garantiza ningún tipo de honestidad. Desde mi torre de marfil del que no usa emojis vi claramente como la gente espetaba supuestas muestras de cariño con total impunidad, devaluando indudablemente el valor de la verdad. Uno agradece estas muestras de "amor" pero en el fondo duele que sean absolutamente falsas.

Era evidente que la gente me percibía como un rancio pero esto me daba igual porque yo sabía de qué iba toda esta mentira de plasmar pictogramas. El esfuerzo de justificar una opinión vencido por la vagancia, la viva imagen de la hipocresía, el sucedáneo perfecto de la realidad. Cuán falso es ese emoji de un smiley muriéndose de risa, repetido varias veces y sufriendo carcajadas infinitas ante un chiste de mierda que todo el mundo sabe que no tiene gracia alguna. De hecho lo falso no es el emoji en sí —pobre criatura maldita—, es el cobarde que se esconde detrás del él: el interlocutor, el usuario al otro lado del teléfono, tu amigo.

Sin duda prefiero expresar con bellas palabras mis sentimientos porque, básicamente, les tengo respeto y se merecen que articule personalmente su forma —y no un ilustrador anónimo asalariado. El tema es este, los emojis se supone que son una muestra extrema de sentimientos cuando realmente se utilizan para ocultarlos, para hacerlos vendibles, fáciles y ofensivamente comprensibles. Aún así, curiosamente, prescindir de ellos hace que parezcas un estoico sin corazón, incapaz de emocionarse o tener pasión ante nada ni nadie.