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Todos somos Lady Chiles

Ya que nosotros a nosotros también nos cuentan chiles metafóricos en nuestro trabajo, lo menos que podemos hacer es dar seguro médico, prima vacacional y aguinaldo a las empleadas domésticas.

¿Ven cómo estamos indignadísimos por el caso de Lady Chiles, la mujer que grabó la gritiza que le puso a su empleada doméstica por “robarse” un chile en nogada?

Si estaban en un retiro espiritual en la pradera y no lo han visto, véanlo, indígnense, y ahora le seguimos:

Qué coraje, ¿verdad? Vieja altanera, abusiva, intolerante y sin calidad humana alguna.

Pues no quiero asustarlos, pero creo que hay posibilidades de que todos seamos Lady Chiles. Un poco, al menos.

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Normalmente yo no estoy cuando la chica que nos ayuda a limpiar viene a la casa, pero un día la encontré comiendo en la cocina y se sobresaltó como si la hubiera cachado robándose mi tiara de diamantes o haciendo hombrecito a mi primogénito. “Perdón, perdón, no alcancé a desayunar en mi casa y me lo traje, sólo agarré el comal para calentar mis tortillas”, me dijo mientras me enseñaba su tupper con comida. Y respecto a esto sólo me hago una pregunta: ¿Por qué los pobres siempre tenemos problemas que involucran tuppers? No es cierto, ésta: ¿Por qué el impulso de disculparse y justificarse por algo que no está haciendo mal y de lo que ni se le está acusando? Porque, supongo, hemos normalizado o al menos permitido que se normalice ese juego de poder donde yo (señora de la casa) tengo la única obligación de pagarte por el día, y tú (chacha) tienes el único derecho de pararte sobre mi fino suelo de plastiduela mientras limpias mis cochinadas; todo lo demás que yo haga por ti, como dejarte tomar de mi café o usar mi baño si ya te anda, no son más que un reflejo de lo cabrona que estoy de mi alma.

Para muestra de ese entendimiento tácito de poder absoluto sobre los trabajadores del hogar, en los comentarios del video de Lady Chiles hay joyas como éstas:

Pero hablar de eso es ir innecesariamente lejos, así que me quedo en casa y en mí, donde tras más de treinta años de creerme muy ecuánime y justa, hasta hace muy poco descubrí que a los empleados del hogar también se les pueden (¡ni siquiera “deben”!) pagar prestaciones.

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¡¿Qué?! ¡¿Prestaciones salidas de mi humilde bolsita?! Pero qué locura, si es de mi raza de bronce, si la chica que limpia, como yo, es freelance.

Tus prestaciones son despertar a mediodía y trabajar en pijama, no mames, y además no limpias el baño de nadie.

Pero pues ni modo, ése es su trabajo.

¿Cuánto cobrarías tú por hacer lo que ella hace? Ni de pedo los 250 por día que ella cobra, ¿verdad? Además, sí, tú no recibes prestaciones porque así es la vida, pero ¿por qué la vida va a ser así para alguien más si está en tus manos lo contrario?

Ay, ya pues, cállate, tú ganas.

En mi defensa, nadie en treinta años me “educó” en el tema de las obligaciones (morales, ya que no de ley) de los empleadores de trabajadores domésticos. Quiero decir que ni mi familia ni mi círculo cercano ni ningún medio que haya hecho la suficiente difusión del tema me comentó siquiera la posibilidad de, digamos, pagarles un aguinaldo al final del año aunque sean de entrada por salida. Para mí era algo que no existía y la única transacción lógica era: trabajas hoy, te pago, te agradezco y ya acabamos.

Una búsqueda rápida de “derechos de empleadas domésticas” en google da como primeros resultados páginas poco conocidas e incluso blogs gratuitos diciendo cosas como “deben reconocerse y respetarse su dignidad y sus derechos” (No, ¿neta?, ¿a poco? Yo creí que podía escupirles en la cara si se me antojaba) o noticias de otros países donde sí se están trabajando en reformas para este tipo de empleos. La búsqueda “prestaciones de empleadas domésticas” lleva a varias páginas argentinas con tips para calcular sus prestaciones; para México casi no hay nada.

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Hace unos meses me topé con un artículo en un periódico sobre los sueldos de las trabajadoras domésticas en el país, que incluía un infográfico con alarmantes (pero obvios) porcentajes de mexicanos que jamás habían dado una compensación extra a sus empleadas, ni hablar de aguinaldos, vacaciones o apoyo médico. El texto concluía con algunas de las frases más repetidas en las encuestas sobre el tema, donde brillaban maravillas como “la muchacha es como de la familia pero ella no come en la mesa” o “le tenemos mucha confianza pero preferimos que no use el baño cuando viene”. Ah, órale, chido su concepto de familia, qué gente tan buena.

Aun sabiendo todo esto, para no ofrecerle a la chica que me ayuda ningún extra me justifiqué pensando “Ps ni que yo ganara tanto” y “pero yo sí soy buena gente con ella”, pero la indignación y el odio contra Lady Chiles me llegó como un vergazo en la cara.

Por supuesto que yo no se la haría de pedo a mi empleada por unos chiles en nogada (porque para empezar ni me gustan), pero, si puedo pagarle a alguien por hacer algo que yo soy perfectamente capaz de hacer con mis manotas, ¿por qué no puedo reconocer que su trabajo merece, al menos, las prestaciones que como empleador no culero puedo dar sin problemas: 25% del salario como prima vacacional y, mínimo, medio mes de sueldo como aguinaldo?

Ay no, pero si le doy eso luego el fin de semana con qué pago mis chelas.

Cállate, pendeja.

Seguramente (espero) sí hay varios que dan compensaciones más justas a quienes los ayudan en sus casas, y qué chingón, escupan al salir si quieren por no tener ni idea de lo que hablo, pero para las demás Ladys y Misters Chiles como yo que estén por ahí, les dejo este mensaje: Hagan algo, aunque sea lo mínimo, lo posible por ser no sólo moralmente sino económicamente justos con sus empleados domésticos, porque de otro modo nosotros también somos indignantes, qué asco, qué feo.

Sigue a Graciela Romero:

@diamandina