El Premio Nobel de Literatura de Bob Dylan, anunciado hoy, ha provocado indignación entre los intelectuales estadounidenses que tenían la esperanza de ganara un extranjero como la novelista polaca Olga Tokarczuk o el poeta ruso Yevgeny Yevtushenko, por poner dos ejemplos cercanos a mi propia experiencia. Un escritor amigo mío llamó al Nobel de Dylan “una desgracia”; otro sugirió que ahora su masajista tiene razones para esperar que le otorguen el Premio Nobel de Medicina el próximo año. Pero como traductora de Tokarczuk al inglés, y ex estudiante de Yevtushenko, no estoy indignada. De hecho, en mi opinión, Dylan es la elección perfecta para el premio de este año.
Según el New York Times, el anuncio de Estocolmo fue una noticia sorprendente. Pero, en realidad, no debería ser una sorpresa. Durante décadas, Dylan ha recibido apoyo para ganarse un Nobel de parte de escritores de todo el mundo. Para aquellos que intentaban predecir el resultado de este año, Dylan también era un contendiente. La empresa británica de apuestas deportivas Ladbrokes estimó que sus probabilidades eran inferiores a las de Philip Roth, pero mayores que las de Joan Didion, Lydia Davis, y Karl Ove Knausgaard.
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Sin embargo, muchos críticos estadounidenses ven con desdén este hecho. La semana pasada The New Republic publicó un artículo titulado “Quién ganará el Premio Nobel de Literatura 2016“, una pregunta cuya respuesta apareció de manera sucinta en el subtítulo: “No será Bob Dylan, eso es seguro”.
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En ninguna parte de las reglas del Nobel dice que el premio se debe otorgar a alguien que no sea famoso. Más importante aún, en ninguna parte dice que los estadounidenses deben ser tan abrumadoramente ignorantes acerca de quién es o no es famoso, o valioso, en el vasto mundo que existe fuera de nuestras fronteras.
Para volver a los ejemplos que di al principio, Olga Tokarczuk es una de las escritoras que más vende en Polonia (y en el resto de Europa), y su crítica social matizada ha generado una controversia masiva que debería interesar a los estadounidenses, ya que el traslado de Europa central hacia una serie de regímenes represivos y reaccionarios tendrá sus consecuencias en la geopolítica de todo el mundo si no se controla. En la cúspide de su carrera, Yevgeny Yevtushenko llenaba los estadios con 50,000 personas, en donde recitaba obras como “Babi Yar”, un poema sobre el Holocausto.
Muy pocos estadounidenses están al pendiente de escritores como estos y de las problemáticas que tratan en su escritura. Pero a nadie se le ocurriría negar su importancia para la cultura mundial. Dylan, sea cual sea tu opinión personal de su trabajo, no es diferente.
Los artistas y las formas artísticas con frecuencia son apreciados en sus naciones de origen, únicamente después de obtener reconocimiento en otros lugares. Tanto Borges como el tango argentino se pusieron de moda después de causar revuelo en Francia. Da la casualidad que yo descubrí a Dylan en París, en una exposición de 2012 en la Ciudad de la Música. No crecí escuchando su música, pero me llamaba la atención la potencia de sus letras, ya sea que hablaran de los zeitgeists o sobre cuestiones existenciales más básicas.
Para que la literatura sirva de algo, debe alcanzar a sus lectores y escuchas; y eso es justo lo que hace Bob Dylan.
¿Acaso el problema es que esas letras parecen necesitar música para tener sentido y, por lo tanto, no se puede considerar propiamente como literatura? La poesía de Yevtushenko a menudo parece una canción y es parte de una tendencia importante en la poesía eslava que consiste en difuminar o hasta borrar la línea divisoria entre lírica y verso. A fin de cuentas, la poesía empezó como música y, hasta el día de hoy, sigue siendo más relevante cuando se mantiene fiel a esas raíces.
Además, como señala Paste, la dependencia de ciertas obras de elementos fuera de la página no ha evitado que 11 dramaturgos ganen premios Nobel en años anteriores, a pesar de que sus palabras fueron hechas para actuarse.
Tokarczuk y Yevtushenko enfrentan cuestiones con repercusiones que sabemos que importan. ¿El problema con Dylan es que los problemas de otras personas —en Europa Central y Europa del Este o en Sudamérica o África o Asia— parecen más importantes que los nuestros y, por lo tanto, su literatura cuenta con virtudes más nobles que las de Estados Unidos? No puede ser. Nosotros también estamos luchando con injusticias que amenazan con destruir el país. El movimiento Black Lives Matter es la evidencia más clara de esto.
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Así que, en nombre de este argumento, aceptemos que la poesía y la música están fundamentalmente entrelazados y que las restricciones temporales y artificiales de género no son suficiente para invalidar el premio que ganó Dylan este año. Aceptemos que el compromiso de Dylan con los temas cruciales de la sociedad estadounidense hacen que su trabajo sea igual de sustancial que el de cualquier otra persona y que los problemas de Estados Unidos son igual de graves y urgentes que los de otros países. ¿Acaso el problema con Dylan es su atractivo popular?
Como preguntó el poeta polaco Czesław Miłosz al final de la Segunda Guerra Mundial, “¿Qué clase de poesía es aquella que no salva / Naciones o pueblos?”. Para que la literatura sirva de algo, debe alcanzar a sus lectores y escuchas; y eso es justo lo que hace Bob Dylan. Que haya ganado el premio Nobel está muy lejos de ser una desgracia y de ninguna forma indica que el criterio del comité haya cambiado.
La literatura está destinada al fracaso si esperamos que se mantenga lejos del ámbito popular. Al negar que Dylan es merecedor de un premio Nobel, estamos ignorando este hecho y negando el verdadero poder de su música.
Jennifer Croft es la editora fundadora de Buenos Aires Review. Síguela en Twitter.