Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.
Las hileras de pañuelos entre los árboles revolotean con la brisa del domingo por la tarde. Algunas son simples, con letras en negro, mientras que otras tienen un elaborado y sangriento contorno de México. Cada uno deletrea cuidadosamente un nombre y cuenta una historia.
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“Anabel Flores Salazar, una periodista del crimen organizado del Sol de Orizaba, fue sacada de su casa por un grupo de hombres armados el 8 de febrero. El cuerpo de la víctima se encontró con la cabeza cubierta por una bolsa, esposada y con los pies atados”, dice uno.
“Mauricio Ortega Valerio, 18 años. Ayotzinapa, México. Vivos se los llevaron, vivos los queremos de regreso. Nunca más”, dice otro, que hace referencia a la desaparición forzada de 2015 de 43 estudiantes en Guerrero.
Estoy en Coyoacán, Ciudad de México y frente a esta red de pañuelos bordados, algunos negros, otros blancos, otros rosas, se sientan un grupo de mujeres: Elia Andrade, su hermana Tania Andrade y Regina Méndez (además de su pequeño perro xoloitzcuintle, Tonalli), que juntas conforman los miembros fundadores del colectivo Fuentes Rojas, un grupo dedicado a la recuperación del espacio público a través de la protesta pacífica.
¿Su método preferido? El bordado.
“Algunas veces [las sesiones de costura son] realmente pacíficas, a veces bordamos solas”, me dice Elia Andrade. “En el momento en que la gente se acerca a leer los pañuelos, y se dan cuenta de lo que dicen, hay muchas personas que los rechazan [pero también] hay personas que comienzan a hablar con nosotros”.
Originalmente, el enfoque de Fuentes Rojas estaba en las víctimas de homicidios, de los cuales había aproximadamente 70 por día en México en 2017. Cosían los nombres y las historias con un hilo rojo vibrante –nombrar a los muertos es una técnica también empleada por la resistencia radical de Chiapas, el movimiento de los zapatistas– me dijo Andrade. El punto era crear una conmemoración tangible y cautivadora que fuera difícil de ignorar, especialmente en un país con una trayectoria tan alta de impunidad.
“Muchas personas deambulan por Coyoacán y muchas personas, muchas familias, tratan de no escuchar este tipo de cosas, o no quieren abrir los ojos a la verdadera situación en la que se encuentra el país; así que nos parece muy importante que rompamos estos espacios y no de una manera violenta, sino de una manera pacífica… porque debemos encontrar otras maneras de relacionarnos entre nosotros que vayan más allá de la violencia”, señala Andrade.
Con el paso del tiempo, el grupo amplió su enfoque: “se unieron más personas y hubo muchos que habían experimentado la desaparición de niños o padres”. En respuesta, y aunque los códigos de color no siempre se siguen estrictamente, Fuentes Rojas introdujo el hilo verde (“por esperanza”, explica Andrade), rosados para víctimas de femicidio: en 2016, al menos siete mujeres al día fueron asesinadas por motivos de género, y negras para periodistas fallecidos (tan sólo en lo que va de 2018 han muerto seis periodistas).
Y si bien la ocupación del espacio público siempre estuvo en la agenda de Fuentes Rojas (“El espacio público solo existe cuando uno lo habita y lo ocupa, ¿no?”, Señala Andrade), el bordado no siempre fue su vocación, algo en lo que su nombre –literalmente ‘Fuentes Rojas’– sugiere. Inaugurado en 2011, el colectivo surgió de una marcha en la Ciudad de México realizada por el poeta Javier Sicilia en memoria de su hijo asesinado, Juan Francisco. (Esta marcha en sí misma florecería en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, también conocido como el Movimiento Mexicano de Indignados). Las hermanas Andrade y Méndez fueron invitadas a participar en protestas pacíficas pero públicas, durante las cuales tiñerían de rojo las fuentes; sin embargo, después de varias reuniones, se encontraron con la idea del bordado.
Convertir la artesanía en una declaración política podría no ser nada nuevo pero en México, Fuentes Rojas dio origen a una nueva ola de artesanía. Al igual que las historias tejidas en cada pañuelo, la palabra sobre el proyecto de Fuentes Rojas hizo girar una red en todo el país, comenzando en Guadalajara, luego en Puebla, y abriéndose paso en otros pueblos y ciudades a partir de ahí. Andrade señala que “la iniciativa proviene de nosotros, de este colectivo”, pero algunos de los contactos a los que invitaron a bordar con ellas formaron “células y colectivos independientes, que se autodenominan (‘Bordando por la Paz’)”.
Hablé por correo con Teresa Sordo, la coordinadora de uno de estos grupos, Bordamos por la Paz Guadalajara. La “intención desde el principio era denunciar [los asesinatos y las desapariciones], salir a los parques para encontrar personas que necesitaran hablar sobre el tema que hasta ahora había sido silenciado por el gobierno con la ayuda de los medios”. Mientras tanto, Hazel Dávalos, de Bordeamos por la Paz, igualmente alineado en Ciudad Juárez, agrega que los pañuelos funcionan para recordar al espectador que las víctimas “son personas, no números”.
Está claro que su oficio es político, pero ¿es “arte”? No, llegó la respuesta contundente, al menos de parte de Dávalos: “Nuestro trabajo es una declaración política. Preferimos no llamarlo arte”, antes de elaborar eso “al llamarlo arte, estaríamos cerrando nuestra protesta a los espacios elitistas”.
Otros movimientos de protesta pública en México consideran que su trabajo es “artístico”. Por ejemplo, el colectivo de hilados de Lana Desastre, pioneros del fenómeno en México. Ellos bordaban todo, desde los vagones del metro de la Ciudad de México hasta los altares del Día de los Muertos, e incluso exhibieron 52 pechos de lana gigantes (bajo el juego de palabras español ‘Lactejiendo’, en el jardín de la Biblioteca Vasconcelos de la Ciudad de México. Su trabajo es tanto para “protestar como para embellecer los espacios públicos”, me escribe Miriam Mabel Martínez, miembro de Lana Desastre.
Arte o no, todos estos colectivos, al militarizar y politizar un medio tan comúnmente asociado con lo “femenino”, que está intrínsecamente ligado a la tradición textil mexicana de bordados, condenan poderosamente la impunidad mexicana mientras prestan una voz a los silenciados.
Como dice Andrade, “cada puntada, cada respiración, cada emoción, cada conversación; lo que nos interesa es la empatía. Apelamos a las emociones, completamente diferentes de las de poder o violencia. Sí, es una protesta pacífica, pero también es dura”.