Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.
Cuando Walmart comenzó a vender camisetas y hoodies marcados con la hoz y el martillo de la URSS por 18 dólares el septiembre pasado, la profesora de la Universidad de Pensilvania Kristen R. Ghodsee resumió su reacción en una sola palabra: asombro. “Cuando pienso en Walmart, pienso en calcomanías grandes de la bandera estadounidense”, le dijo a Broadly por teléfono. “¡Desearía haber podido ver cuando se tomara esa decisión en la junta corporativa!”.
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Ghodsee se sorprendió de forma similar cuando la Casa Blanca produjo un informe “muy extraño” (en sus palabras) titulado “The Opportunity Costs of Socialism” que buscó argumentar, entre otras cosas, que el socialismo era malo porque era más costoso comprar una Ford Ranger XL en Escandinavia que en Estados Unidos. “La gente”, deduce, “está sintiéndose obviamente un poco amenazada”.
Eso es entendible: en solo este año, los Socialistas Democráticos de América (DSA) presentaron 40 candidatos ganadores en las elecciones intermedias (incluyendo a la sensación política Alexandra Ocasio-Cortez). Teen Vogue comenzó a publicar explicaciones sobre el capitalismo y Karl Marx, y una reciente encuesta de Gallup evidenció que el 51 por ciento de estadounidenses entre 18 y 29 años tienen una visión positiva del socialismo.
Es el momento adecuado para el nuevo libro de Ghodsee, Why Women Have Better Sex Under Socialism, un texto bien argumentado provocativo que viene con ambiciones elevadas. Apunta a mostrar que el capitalismo es malo para las mujeres —en el trabajo, la casa, y la cama— y argumenta que todos podríamos beneficiarnos al inyectar un poco más de socialismo en nuestras vidas. “Si se hace correctamente”, escribe Ghodsee, “el socialismo lleva a la independencia económica, mejores condiciones laborales, mejor balance entre trabajo y familia, y sí, incluso mejor sexo”.
Como me lo propone Ghodsee, el socialismo es un antídoto para la cultura de empoderamiento que le dice a las mujeres que solo necesitan trabajar un poco más duro y apoyarse, al estilo Sheryl Sandberg, para llevar vidas más felices y más completas. “Creo que demasiadas mujeres jóvenes están paralizadas por este sentimiento de que no están trabajando lo suficientemente duro”, dice. “Este es un libro de auto-ayuda a la inversa: ¡Es la economía política la que está arruinando tu vida! Deja de culparte a ti misma”.
Con dos décadas de investigación sobre el socialismo estatal del Bloque del Este en su bolsillo, Ghodsee —una becada de Guggenheim que dicta estudios rusos y de Europa Oriental en Penn— está especialmente calificada para producir un libro que compara las vidas sexuales de las mujeres bajo el capitalismo y bajo el socialismo (de hecho, muchas mujeres en estados controlados por el comunismo en Europa Oriental tuvieron la oportunidad de experimentar ambos una vez sus países adoptaron el capitalismo de libre mercado luego de la caída del Muro de Berlín).
Los resultados crean una lectura asombrosa: una encuesta post-reunificación encontró que las mujeres de Alemania Oriental tenían el doble de orgasmos que las mujeres de Alemania Occidental. Otra encuesta encontró que el 75 por ciento de las mujeres de Alemania Oriental reportaron que su último encuentro las había dejado satisfechas, comparado con el 46 por ciento de mujeres de Alemania Occidental.
Mayor satisfacción sexual y tasas más altas de orgasmos no es lo que usualmente asociamos con relatos de la vida detrás de la Cortina de Hierro. En el Occidente, nuestra imagen del comunismo de Europa Oriental se reduce a estereotipos estilo Good Bye, Lenin! de filas miserables para recibir comida, purgas tiránicas y campos de re-educación opresivos. La verdad, señala Ghodsee, es mucho más compleja; especialmente para las mujeres. En una época en que las mujeres estadounidenses eran confinadas al hogar, Europa Oriental demandaba su participación completa en la fuerza de trabajo. Eran apoyadas con la introducción de atención médica gratuita, permisos de maternidad generosos, educación pública y viviendas subvencionadas. Había comedores públicos, lavanderías públicas, e incluso instalaciones de remiendos donde las mujeres podían dejar sus costuras.
“No quiero romantizar o idealizar”, dice Ghodsee. “La comida no era siempre tan buena y quizás no hacían un trabajo tan bueno con la ropa de uno como uno lo hubiera hecho en casa, pero la idea era que en un mundo ideal, en teoría, si uno colectiviza algo de estas labores, habría economías de escala, y serían mucho más eficientes. Y liberaría a las mujeres de lo que el mismo Lenin denominó el trabajo penoso y aplastante de las labores domésticas”.
Las cosas no eran perfectas, obviamente. Todavía existían brechas en el salario y segregación de género en la fuerza de trabajo, las mujeres seguían siendo alentadas a convertirse en madres, y Stalin se deshizo de muchos de esos avances en los derechos de las mujeres en su ascenso a la dictadura. “Personalmente yo no tengo ningún interés en defender a Stalin”, agrega Ghodsee . “Lo que diría es que uno no puede reducir la increíble variedad [de movimientos socialistas] a través de la geografía y la historia a Stalin y a los Gulag, eso no es justo. Eso es como reducir toda la historia del capitalismo a la esclavitud o a la Gran Depresión en los 30”.
“Esa antigua idea feminista de que lo personal es político, quiero argumentar que más bien lo político es personal, ¿cierto?”
Permitirles a las mujeres una nueva forma de independencia económica —y la red de seguridad para cuidar de sus necesidades básicas— tuvo un efecto dominó en sus vidas sexuales. El resultado fue una especie de emancipación que se alejó bastante de la revolución sexual occidental de los 60. Sexólogos patrocinados por el estado en países de Europa Oriental argumentaron que no se trataba de amor libre, se trataba de los contextos económicos y sociales en los que se llegaba al clímax. Algunos sexólogos checos incluso afirmaron que el buen sexo era imposible en parejas heterosexuales si los hombres no compartían las labores domésticas o el cuidado de los hijos.
“Ellos entendían que si uno está preocupado por pagar la renta, si uno está exhausto porque tiene tres trabajos, uno no va a tener sexo maravilloso”, explica Ghodsee. “Uno no va a relajarse en la habitación, uno no va a ser una pareja abierta y generosa”.
Agrega: “esa antigua idea feminista de que lo personal es político—quiero argumentar que más bien lo político es personal, ¿cierto? Que absolutamente todo lo que pasa en las economías políticas más amplias de nuestros países y nuestro mundo va a afectar lo que pasa en la habitación y lo que pasa en nuestras relaciones íntimas”.
Ghodsee, quien se describe a sí misma como “más una social-demócrata que una centrista”, dice que en un comienzo estaba reacia de separarse de las publicaciones académicas para escribir un libro orientado a lo comercial (ella ya había escrito seis libros, incluyendo muchas etnografías). “Está no era mi zona de confort—¡Definitivamente no lo era!” se ríe. “Lo único que me hace realmente feliz es que me dejan tener notas finales realmente copiosas”.
Finalmente, dice que fue llevada a escribir Why Women Have Better Sex Under Socialism gracias a sus estudiantes universitarios y su hija. “No sé si responsabilidad es la palabra adecuada, pero sentí que tenía una obligación o deseo de darle algo a la siguiente generación”, dice. “Porque ellos están luchando—puedo sentir su lucha, y puedo ver la ansiedad y la frustración”.
La solución, dice, no es patologizar la ansiedad femenina, la infelicidad, y los bajos impulsos sexuales. “Espero que el libro sea una forma de hacer que los jóvenes —especialmente las mujeres jóvenes— piensen en esa mirada, no es solo sobre uno, no se trata de ponerse a uno mismo de humor y comprar los juguetes adecuados y lencería. Se trata de tener una sociedad que nos apoye de verdad como mujeres”.
Aunque ella todavía profesa estar asombrada con el creciente interés de los millennials en el socialismo, ella cree que tiene sentido. A finales de los 2000, ellos vieron cómo la Gran Recesión acababa con los ahorros de los padres de “la buena clase media” que seguían las normas. Peor aún, dice, no existía ninguna red de seguridad para amortiguar su caída. “Muchas personas jóvenes fueron educadas creyendo que el estado socialista en Europa Oriental o el comunismo alrededor del mundo era realmente malvado”, dice. “Ellos escucharon esas narrativas, ¿cierto? Pero experimentaron la brutalidad del capitalismo neoliberal no regulado”.
Ghodsee sabe que la mera mención del socialismo es suficiente para llevar al colapso a los de la extrema derecha como Meghan McCain, pero es entusiasta al recalcar que no está promoviendo que Europa Oriental haga un regreso a gran escala del socialismo estatal—simplemente con eso, post-recesión y post-toma de Wall Street, nunca ha habido un mejor momento para ver si ciertas políticas e ideas socialistas podrían ofrecer una alternativa a los estragos del capitalismo sin trabas. Con la afiliación de los Socialistas Democráticos de América estallando de 11.000 en 2016 a 47.000 en julio de este año, hay muchas personas en Estados Unidos que podrían apoyarla en eso también.
“Los jóvenes llegan a ideas socialistas y son golpeados en la cabeza con El Gran Salto Adelante y los Gulag y las purgas”, dice. “Ahí fue exactamente donde sentí que podía decir algo que de verdad sería valioso—es decir, ‘Hey, existen de hecho algunas políticas por allá en Europa Oriental, especialmente sobre los problemas de las mujeres, que eran bastante buenas’. A pesar de que todo el sistema en sí mismo tiene algunas fallas muy grandes y de que nadie quiere regresar a eso, hay cosas que podríamos aprender. Hay un bebé en la bañera, y realmente deberíamos estar poniendo nuestra atención en eso”.
Why Women Have Better Sex Under Socialism por Kristen R. Ghodsee está disponible ya y pertenece a la Penguin Random House.