Sexo

El hombre que enseña a las ancianas a tener orgasmos

Sergio Fosela empezó como masajista, pero descubrió que sus habilidades servían para facilitar orgasmos a mujeres que tenían dificultad para conseguirlos.
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Fotografía cortesía de Sergio Fosela

¿Puede un hombre dar clases sobre orgasmos femenino? ¿Puede mostrarte niveles de placer que no conocías? ¿Puede masajearte músculos internos que ni sabías que tenías? Y si puede ¿Lo querrías como terapeuta o como amante? ¿Qué clase de sujeto tiene como vocación “darle placer a las mujeres”? ¿Deberíamos buscarlo o huir de él con todas nuestras fuerzas?

La primera vez que escuché hablar sobre Sergio Fosela, tuve que pedir que me expliquen varias veces lo que hacía. Me costaba creerlo. Me dijeron que sus técnicas “desbloqueaban orgasmos” en mujeres de cualquier edad. Incluso en mujeres ancianas. Mientras me revelaban suculentos detalles de su oficio en la fiesta de presentación de un nuevo juguete sexual, el juguete dejó de importarme. ¿A quién le interesa un aparatito a batería cuando escucha que el hombre de las manos mágicas está en la misma sala? Me lo señalaron. Era joven y guapo, lo que me pareció algo perturbador. “Sólo en Europa pueden crear la figura de un Don Juan de Marco terapéutico”, pensé. En Buenos Aires, de donde yo vengo, lo llamarían de otra forma.

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Como pedirle que me toque me pareció mucho. Me anoté en su siguiente taller. Quería, al menos, escucharlo hablar.



Sentado en medio de una círculo de mujeres, Sergio parecía el sol de un sistema solar, el astro más importante. Como los planetas, éramos ocho las mujeres ubicadas a su alrededor, las que esperábamos que nos irradie con su conocimiento. A las feministas más radicales, esta escena las enfurecería, de hecho, a veces lo hace. A estas alturas ya había visto que la queja más usual en los anuncios de sus talleres denunciaba un gran #mansplaining. La respuesta de sus casi 50 mil seguidoras de Instagram eran simples preguntas a las que no se les podía negar sentido común: "¿acaso no hay mujeres proctólogas?", "¿acaso no hay sexológas que tratan disfunciones masculinas?". Punto para ellas.

En este taller, Sergio iba a explicarnos por qué, aunque muchas de nosotras somos capaces de lograr el orgasmo solas, perdemos esa habilidad cuando estamos junto a un amante. Esa tarde escuché confesiones esperables acerca de corridas fortuitas, azarosas, sobre las que mis compañeras parecían no tener ningún control, y otras más sorprendentes, como la de una chica que, después de convencer a su pareja para tener una relación abierta, ¡ahora no lograba acabar con nadie que no fuera su esposo! No fue muy difícil entender por qué estos encuentros convocaban. El nivel de honestidad en las asistentes era brutal, liberador y encima divertido.

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“Sólo en Europa pueden crear la figura de un Don Juan de Marco terapéutico”

El análisis de los casos que presentaron mis compañeras resultó interesante. La charla fue técnica y, en general, Sergio habló de cosas que yo nunca antes había pensado, como la compulsión femenina por repetir patrones de masturbación demasiado rígidos, con posiciones o técnicas bastante difíciles de adoptar en un encuentro espontáneo con un ser humano: “sólo llegas si te frotas con una almohada y claramente tu marido no es una almohada”, le dijo a una. También hizo otras apreciaciones lúcidas y profundas: “tu relación puede ser abierta pero tu cabeza es monógama, por eso no llegas al orgasmo con nadie más que con tu marido ¿Qué pasaría con tu matrimonio si lograras disfrutar con todos los hombres por igual?”.

Me fui del taller con apuntes interesantes para pensar mi propa sexulidad e, inesperadamente, con tarea para el hogar. Al final, Sergio nos dio una lista de ejercicios que contemplaban tocarse en posiciones y lugares que no lo haríamos nunca. Un consejo interesante era no forzarnos a acabar. “Es mejor acumular la calentura para el próximo intento”, recomendó. Lo que seguía, si alguna se decidía a dar el paso, era pasar a las sesiones privadas: verlo a solas, ya no para que que eche luz sobre nuestros interrogantes sino, básicamente, para que eche mano sobre nuestro cuerpo. Aunque a mi eso me seguía pareciendo demasiado, también era demasiada mi intriga sobre cómo alguien llega diseñarse semejante profesión para sí mismo. Le pedí hablar a solas.

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Sergio aceptó una entrevista telefónica. Usualmente, su trabajo, su hijo y su mujer lo mantienen ocupado. Me contó que es sexólogo, sí, pero antes, claro, fue masajista. Hace más de una década, se limitaba a dar sesiones de masaje terapéutico y deportivo. Al parecer, aunque durante años esas técnicas le revelaron su capacidad de actuar sobre problemas físicos convencionales, la confianza que fue desarrollando con sus clientas le sugirió algo curioso: que tal vez, en la única zona que él no podía tocar, estaba el origen de alguno de los mayores bloqueos con los que se encontraba a diario.

"En mis sesiones de masajes algunas mujeres se abrían para contarme sus problemas íntimos e incluso dolores sexuales. Fui escuchando y entendiendo las limitaciones de la formación convencional, entonces me pregunté qué había más allá de lo que yo les podía ofrecer". Ir "más allá" representaba el desafío de uno de los grandes tabúes de su profesión. "Los masajistas no estamos formados para tocar el área genial, mucho menos para meter los dedos. No estudiamos esa clase de masajes. En algún punto, seguir de largo por esa parte de la anatomía convierte nuestra actividad en otra cosa, pero yo nunca quise ser un masajista con final feliz, ni un trabajador sexual, ese es otro servicio", dejó claro.

“Es mejor acumular la calentura para el próximo intento”

Para crear su “terapia sexitiva”, tal como la llama, Sergio hurgó en las disciplinas relacionadas a la energía sexual: medicina tradicional china, TAO, tantra, kundalini, reiki y las técnicas de digitopresión sexual del Tsú. Incursionó también en chamanismo mexicano y en reflexología general. Y cuando pudo sacar sus conclusiones, hizo su primera prueba en una amiga que le confirmó que sí, que estaba bien encaminado. Poco a poco sus clientas de masajes convencionales, comenzaron a abrirse a él también en este sentido. El éxito del método finalmente llevó a Sergio a escribir un libro llamado como su terapia, que ocasionó cierto revuelo en el mundo de la sexología. La intriga que creó en sus colegas provocó que algunas quisieran probarlo en carne propia.

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La joven psicóloga y sexóloga Iris Martínez fue una de ellas. “He de confesar que, aunque vengo de tradición nudista y mi cuerpo no era el problema, estaba muy nerviosa. El problema no era la desnudez, era el contacto", confiesa en su blog de experiencias profesionales. "Soy una persona de afectos reservados. No me gusta que me toquen, en general, no me siento cómoda. Pero ahí iba yo, dispuesta que me tocara tooooodo el cuerpo, una persona que conocía hacía unas horas".

Había algo más que angustiaba a Iris: "tengo una relación monógama con otra persona y aunque evidentemente habíamos consensuado que acudiera felizmente, la sociedad es cruel y te hace sentir culpable incluso por pactos que sólo incumben a las personas que conforman la relación". Finalmente Iris decidió avanzar con la experiencia, de todas formas, "por amor a la sexología".

"Me tumbé en la camilla y decidí relajarme. Sergio me hizo sentir super cómoda rapidamente", asegura. "Realmente no tenía ninguna demanda en particular, pero en su exploración él detectó algo que no estaba como tenía que estar. Nunca me había encantado la penetración, mi placer se localizaba externamente y, fuera de eso, lo demás estaba de más. De hecho algunas posturas me eran molestas en mis relaciones y sentía presión en el vientre Como era algo que muchas mujeres me habían compartido, nunca le di importancia. Bien amigas, el sexo no duele. No deberíamos sentir esas molestias. Descubrí que tenía una contractura en el útero. Sí, puedes tener contracturas, el útero descolocado. Hay todo un mundo", revela.

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Pero no todo fue placer: "la primera sesión fue muy muy muy dolorosa, muy insufrible. Pero la segunda, la segunda ya fue otra cosa. Tuve el primer squirt de mi vida. Me di cuenta de que todas somos capaces de tener un squirt". Iris explica que sus sesiones fueron espaciadas debido a sus miedos a regresar y que, a pesar de que iba desarrollando una nueva capacidad para lograr orgamos vía penetración vaginal, Sergio le hacía saber que aún estaba limitada.

"La primera sesión fue muy muy muy dolorosa, muy insufrible. Pero la segunda, la segunda ya fue otra cosa"

¿Qué la frenaba? ¿Miedo a enamorarse? Eso es demasiado cliché. "Mucha gente tiene miedo a lo que en terapia llamamos 'transferencia de sentimientos'”, explica, “pero no era mi caso, yo separo bien el sexo de la emoción". Lo que realmente le resultaba difícil a Iris era disfrutar de la experiencia sin tener la irrefrenable sensación de estar haciendo algo malo, de estar traicionando a su pareja, lo cual la llevó directamente a comprender su última gran lección: el placer propio no es de nadie más que de uno.

Iris, como otras de las chicas que pasaron por la experiencia, asegura que el resultado final fue un cambio total de su experiencia sexual. "Mi deseo nunca ha sido pobre, pero ciertamente he tenido rachas. Pues eso se terminó. Mi deseo está pleno, no depende ya de mi autoestima corporal. Me siento creativa, no me molestan las muestras de afecto erótico porque estoy siempre receptiva. Además disfruto muchísimo de mi vagina, sin dolor, y he podido tener orgasmos a través de la estimulación vaginal con mucha facilidad y mucha intensidad, cosa que antes habría sido imposible. Me he dado cuenta de que, cuando disfruto sin limitarme, el tiempo de orgasmo no es un problema, puesto que llega rápido", revela entusiasmada.

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"He destruido bloqueos mentales que tenía establecidos en mi cuerpo, y que no se correspondían con la realidad, tales como "yo no puedo", "eso mi cuerpo no lo hace", "mi vagina está rota", "tardo mucho en llegar al orgasmo" o "eso no porque a mi eso no me gusta". Y un largo etcétera. Me siento poderosa, me siento dueña de mi deseo, y disfruto muchísimo más de todos los encuentros sexuales".

A medida que relatos de este estilo se esparcieron por el ámbito de los sexólogos, el universo de Sergio se expandió en otro sentido. "Comenzaron a acudir a mi señoras mayores con ganas de experimentar lo que sus nietas le contaron, lo que ven en las películas, lo que espían en la web y ha sido una sorpresa y un honor que ellas confíen en mi", me explica. Un de sus pacientes mayores fue Pepita, de 74 años, una señora que recién al enviudar se sintió libre para buscar algo que nunca vivido profundamente: el placer sexual. "Sé que existe, pero no sé lograrlo y no quiero morirme sin sentirlo", le dijo en su primera sesión. Naturalmente, Sergio se tomó el tiempo para conversar con ella sobre lo que sabía de su cuerpo, sobre su educación y creencias de fondo. "Fue un trabajo muy ameno porque ella contaba con lo que realmente se necesita para conocerse: decisión".

"Comenzaron a acudir a mi señoras mayores con ganas de experimentar lo que sus nietas le contaron, lo que ven en las películas, lo que espían en la web y ha sido una sorpresa y un honor que ellas confíen en mi"

"Mi terapia no resuelve problemas profundos como la depresión o traumas irresueltos. Cuando es así, derivó el trabajo a especialistas puntuales. Cuando constaté que su problema tenía que ver con el desconocimiento y culpas que le habìan inculcado, entonces supe que podíamos trabajar juntos", me explica. Sergio revela que las mujeres grandes que llegan a él tienen cierta actitud punk, "están más allá de todo, ya no tienen inhibiciones y están más dispuestas que las jóvenes". Y definitivamente, para él, la edad no importa.

"Yo soy masajista, es mi vocación, yo toco cualquier cuerpo como el dentista toca cualquier boca porque lo que quiero es mejorar la salud a la gente. No busco nada más que eso" me recuerda enfáticamente, como si percibiera los fantasmas que aún deambulan en mi cabeza. Es cierto, no pude despejarlos. Yo vengo de Buenos Aires.

@denisemurz