Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
Según la educación tradicional, en el sudeste asiático, el “fenua imi“, la desaparición de tierras, obligó a las personas a trasladarse a atolones lejanos en una región ahora llamada Oceanía. Aproximadamente 4.500 años de estabilidad global permitieron que las culturas de las islas se desarrollen y prosperaran de formas específicamente vinculadas con el medio ambiente local.
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Ahora el fenua imi ha regresado.
Guam, mi tierra ancestral, es una de las 38 naciones y territorios en las islas del Pacífico, incluidas Kiribati, Papúa Occidental, Fiji y Nueva Caledonia, donde los habitantes de estas islas, han vivido durante miles de años. En la historia reciente, nuestra patria ha sido dividida, colonizada y utilizada como peón en los esfuerzos bélicos de los Estados Unidos. La posición geográfica de Guam y su puerto natural de aguas profundas, Apra Harbour, la convierten en una de las bases más estratégicas del ejército de los EE. UU. en todo el mundo, por lo que las incautaciones militares de tierras han sido constantes desde la Segunda Guerra Mundial.
“Fenua imi”, la desaparición de tierras, ha regresado a Guam. Imágenes de drones por Lynn Englum, Vanishing Places
Ahora la isla enfrenta condiciones que la hacen casi inhabitable debido a la crisis climática: los brazos muertos del coral se blanquearon; los tifones y súper tifones ocurren con más regularidad, y basados en la posición de Guam dentro de la cuenca pluvial más activa del mundo; los depósitos de agua potable ya contaminados con desechos de la milicia se están reduciendo a medida que la temporada de sequía se vuelve más seca cada vez. Nuestra forma de vida de subsistencia se ve amenazada por derrames de aguas residuales nucleares, ciclos de pesca cambiantes y tierras salinas. Desde 1993, el nivel del mar que rodea a Guam ha aumentado 10 cm y se espera que aumente 91 cm en el próximo siglo. Las islas bajas en todo el Pacífico podrían volverse inhabitables para 2050.
Sin embargo, la pérdida de estas islas, atolones y archipiélagos es más que la pérdida de tierras: es una amenaza para el futuro político y cultural de las comunidades de las islas del Pacífico. Es por eso que, incluso frente al aumento del nivel de los mares, la pérdida de tierra cultivable, la contaminación por pesticidas y el uso del lugar como zona de guerra simulada, nos parece imposible abandonar la isla.
Las naciones insulares de todo el Pacífico ya se están preparando para abandonar sus hogares. En 2014, el entonces presidente de Kiribati, Anote Tong, compró una gran porción de tierra en una isla en Fiji para los ciudadanos que se vieran obligados a reubicarse debido a la crisis climática.
Esta migración representa una pérdida cultural. La tierra que nuestros creadores hicieron para nosotros, la tierra en la que están enterrados nuestros antepasados, está desapareciendo bajo el agua con cada vez más centímetros de tierra hundidos cada año. Cinco de las Islas Salomón se han perdido desde mediados del siglo XX, y el nivel del mar alrededor de Palau está aumentando a un ritmo tres veces superior al promedio mundial.
Tong ha creado un programa para “migrar con dignidad”, proporcionándole a los ciudadanos de Kiribati herramientas para reubicarse legalmente y encontrar trabajo con la intensión de proteger sus derechos humanos, antes de convertirse, como se los llama coloquialmente, en refugiados climáticos. Los ciudadanos de Kiribati “no serán personas que huyen de algo”, le dijo Tong a VICE News. “Migrarán, se reubicarán y, usando sus habilidades, se convertirán en miembros de las comunidades a las que van, incluso podrían llegar a ser líderes de ellas. Eso es lo que espero”.
Cada año se pierden más y más centímetros de tierra. Imágenes de Drone de Tarawa, Kiribati por Lynn Englum / Vanishing Places.
Estados Unidos ocupó Guam por primera vez a principios del siglo XX como resultado de la guerra hispanoamericana. Sin contar un breve período durante la Segunda Guerra Mundial cuando la isla fue ocupada por Japón, Estados Unidos ha mantenido la posesión del territorio. En 1950, el pueblo CHamoru, los habitantes nativos de Guam, se convirtió en una minoría a medida que la población de la isla se disparó, con casi un tercio de sus habitantes provenientes de los Estados Unidos después de que Guam fuera utilizada como base para ataques estadounidenses contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
Los militares confiscaron el 82 por ciento de la tierra con fines militares. Las tumbas, la medicina tradicional, los artefactos milenarios y los restos de los miembros de nuestra familia fueron parcelados y arrasados. Las personas liberadas de los campos de concentración, como mi abuela, fueron presionadas para ir a campos de refugiados. Contaminaron la tierra con el Agente Naranja, desechos nucleares y proyectiles de artillería. Nuestro futuro ecológico fue puesto en manos del ejército de los EE. UU., uno de los mayores contaminadores mundiales.
Ahora, un tercio de Guam alberga instalaciones militares. Gran parte de la cobertura sobre cambio climático en la isla se ha centrado en cómo esos cambios dañarán las bases.
Mientras luchan por la protección del medio ambiente, la condición de nación de los estados insulares del Pacífico también se ve atrapada en una lucha internacional por su reconocimiento. Guam es uno de los 17 territorios no autónomos reconocidos por las Naciones Unidas, pero está en medio de un plebiscito sobre el estatus de la isla en relación con los Estados Unidos.
Hoy, vivir en Guam puede significar que el fuego de la artillería es uno de los primeros ruidos que un niño puede esperar escuchar, incluso desde dentro del útero. Esto puede significar que nuestros mayores mueren a edades tempranas y nuestras tías y tíos enfrentan enfermedades resultantes de las pruebas nucleares que se han llevado a cabo ahí; también puede significar también la ausencia de agua potable gracias a los desechos de la base de la Fuerza Aérea que se localiza sobre el acuífero.
Pero dejar Guam es despedirse del único hogar que la mayoría de mi familia ha conocido. Dejar Guam, en una migración controlada o de otro modo, se siente como admitir la derrota en una lucha de 500 años por la autodeterminación.
Me mudé a Washington, D.C. este año para trabajar en el apoyo a los movimientos de resistencia indígena mientras luchamos contra la crisis climática. Me digo a mí misma que vivir lejos de Guam, y fuera del Pacífico por completo, es un sacrificio que hice para asegurarme de que haya un ambiente seguro al cual volver. Pero, pongo en tela de juicio esa creencia. La diáspora de isleños como yo pueden crecer viendo al resto de su familia convertirse en extraños en nuestra isla con la afluencia de los miembros del servicio y a la vez verlos aislarse de aquellos de nosotros que nos hemos ido a tierras más altas.
La guerra y las incursiones militares exacerban la crisis climática, y la crisis climática agrava nuestras necesidades humanitarias. Este ciclo destructivo también regula la inmigración de soldados a las bases de las islas en Micronesia, lo que a su vez ha acelerado la degradación ambiental de la tierra de la que han dependido durante siglos para su sustento los indígenas de las islas del Pacífico. Esta degradación fuerza a los habitantes de las islas a abandonarlas y contribuye a silenciar los movimientos por la soberanía, arraigados en nuestras culturas de mentalidad ecológica.
Esto convierte a la reubicación organizada en una cuestión de soberanía indígena o, dicho de otra manera, convierte a la soberanía indígena en una forma de acción climática. Subraya la necesidad de escuchar a la población indígena de una región afectada por la crisis climática y pone en contexto los desafíos globales que enfrentan los indígenas defensores del clima.
Leilani Rania Ganser es una escritora, activista y sobreviviente de Kānaka Maoli y CHamoru. Sus artículos aparecen en In These Times, Foreign Policy In Focus, Korean Policy Institute y más. Síguela en Twitter.
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Lynn Englum
ha estado escribiendo sobre temas de cambio climático y resiliencia por más de una década. Durante el año pasado, viajó a lugares profundamente afectados por el cambio climático.
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