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Este artículo fue publicado originalmente en Motherboard.
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“Normalmente la inspiración me sobreviene de noche”, explica Wu Yulu, mientras gesticula hacia una caja de metal con piernas provista de una cola andrajosa, y una suerte de diseño que podría pasar por vello púbico, garabateado en su “rostro” a rotulador. Y entonces pulsa un interruptor y el insospechado robot roedor, se inclina hacia delante acompañado de un simpático estrépito. “Algunas veces, de noche, después de que mi familia se haya acostado, me despierto y ando en círculos por el patio trasero”, continúa Wu. Su voz se pierde, una vez pulsa el botón de nuevo. Entonces su creación se queda detenida.
A principios de esta semana Motherboard visitó a Wu, de 54 años, en su casa. Hoy, el creador de androides se ha convertido en una minicelebridad entre los medios de comunicación chinos. Se debe a la vasta familia de robots que ha concebido. En lo que algunos han querido ver como el último manifiesto contra la política del hijo único (recientemente fulminada), del gigante asiático Wu ha creado 63 robots, en su mayoría de aspecto humanoide. Él los describe como a sus “hijos”. Son hijos que se han sumado a su descendencia, que cuenta con sendos niños de carne y hueso.
Wu preserva a su descendencia biónica en sendos almacenes en la aldea de Ma Wu, ubicada en el distrito Tongzhou de Pekín, a una hora en automóvil del centro de la ciudad. El primero al que me lleva es una mezcla ente una zapatería caótica y el apartamento de JF Sebastian, el ingeniero genético de Blade Runner, quien se dedica a hacer amigos, de manera literal, para compartir su casa con ellos.
Todas las imágenes por Aurelien Foucault.
Hay hileras de robots del tamaño de juguetes que resultan solo ligeramente perturbadores, probablemente porque tienen cabezas de muñeca, que están alineado de manera orgullosa frente a una pared cubierta por antiguos recortes de prensa que describen a Wu como a “Papá Robot”. Algunos diseños son de lo más alambicados — en uno se ve a un humanoide montando a un insecto, un robot saltamontes con peinado de casco. Muchos de los robots están embalados y tienen acabados imposibles, en lo que resultan pequeñas muestras de la mente obsesiva de su creador.
Muchos de los androide han sido diseñados, puramente, para caminar, sin embargo pueden observarse otros múltiples talentos en exposición, por mucho que la mayoría de ellos sean netamente rudimentarios. Se distingue una especie de ciborg amarillo tiene un mechero en la mano y el cuerpo surcado por tubos que le permiten “fumar”. Otro lleva un guante de boxeo para administrar masajes ensartado en su extremidad derecha, mientras que su otra mano se ha convertido en un ventilador manual. Uno más, que tiene los ojos desorbitados y la cara cuadrada, aporrea platillos a un volumen que te taladra los oídos.
Wu ha bautizado a todos los robots en honor a él, y los ha numerado cronológicamente desde su nacimiento. Así, tenemos a Wu Número Uno, un pequeño androide andante con la barba pintarrajeada y un control a pilas, que presume de ser el primogénito, y que nació en 1986. “Después de fabricar a Wu Número Uno me convertí en un entusiasta de los robots. Por no decir en un loco”, relata. “Mi pasión por ellos va más allá del lenguaje”, explica.
Wu asegura que su pasión por los robots viene de su pasión por las piernas. El inasequible inventor abandonó el instituto, y más tarde se puso a trabajar como técnico y a acumular conocimiento en robótica, claro que en realidad la semilla de aquella vocación futura nacería en el patio de la escuela. “Yo me acuerdo de mis compañeros de clase jugando en el patio, persiguiéndose los unos a los otros, bailando y saltando por todas partes”, cuenta. “Y yo me preguntaba: ‘¿Cómo es posible que los humanos puedan caminar con dos piernas con semejante flexibilidad y coordinación? ¿Será posible emularlos con una máquina?”.
Cuando Wu consiguió alimentar eléctricamente la más famosa de sus creaciones, el Wu Número 32, tuvo claro que aquello era posible, incluso cuando tu presupuesto era tan ajustado como el suyo. La mayoría de sus robots estaban hechos con chatarra, o con metales de bajo coste que le suministraban las metalúrgicas de los alrededores.
Cerramos las puertas del almacén y nos metemos en un taller donde nos recibe una criatura de tamaño humano y de un amarillo como el de Los Simpson que sostiene una carreta. Wu presiona el interruptor y entonces las orejas del robot se empiezan a mover mientras la criatura entona un breve pero amistoso mensaje: “¡Hola a todos! Wu Yulu es mi padre y me voy a llevar a mi padre de compras. ¡Gracias!”. El robot da un paso al frente y se lleva a Wu de paseo.
El hilarante espectáculo de la carreta, y la infinita variedad de criaturas robóticas insospechadas que hay por todas partes, conducen inevitablemente a pensar que Wu es un excéntrico con talento, sino un genio loco. Sin embargo, es más bien un tipo introvertido y modesto, ligeramente precavido a la hora de responder, y manifiestamente quejumbroso cuando se trata de hablar de las facturas que paga de electricidad. “Cada vez hay más campesinos que se han tirado a fabricar inventos”, comenta. Y se encoge de hombros: “igual no hacen tantas cosas como yo, pero muchos están interesados en esto”.
Wu tiene razón hasta cierto punto: a menudo la prensa china se hace eco de las elucubraciones y de los diseños para la construcción inventados por los campesinos del país. En 2014 se produjo un caso muy sonado, cuando los campesinos de la provincia de Shandong dejaron de trabajar para construir enormes robots tipo Transformer con piezas de automóviles. Sin embargo, la incombustible creatividad de Wu — 30 años de invención, diseño y construcción de robots para uso personal — parece realmente única.
Nos preguntamos hasta que punto su obsesión por la robótica habrá afectado a su vida familiar. En 2007, el cómico británico Paul Merton viajó a China para realizar un documental dedicado al insólito creador chino. En aquella pieza, la mujer de Wu reconocía haber considerado abandonar a su marido, que vivía completamente consagrado a su hobby. Varios años atrás, en 1999, la residencia familiar de los Wu fue pasto de las llamas, debido a los inestables niveles de voltaje fagocitados por el equipamiento del inventor.
Pese a todo, Wu asegura que sus hijos, que hoy tienen 28 y 29 años, defienden el interés de su padre por los robots. Por mucho que les llevará un tiempo comprenderlo.
“Al principio, cuando empecé, mis amigos y mis vecinos me llamaban de todo: oveja negra, descarriado, demente y estúpido”, recuerda Wu. “No cultivaba la tierra, de manera que la tierra se arruinó. No podía hacer dinero — durante los primeros 10 años de esta dedicación — vivía gracias a los créditos que iban sacando. Hasta que en 2004 me invitaron a una competición de invenciones para granjeros. Entonces gané el primer premio, 10.000 yenes, el equivalente a 1.300 euros. Desde entonces, los demás empezaron a entender lo que hacía.
Hoy Wu alquila sus tierras, y, de vez en cuando, fabrica robots por encargo, por mucho que siga conservando la mayoría de sus creaciones él mismo. Después de más de 30 años de dedicación, su amor por sus criaturas chatarreras está lejos de disminuir.
“De alguna manera tengo una relación más cercana con ellos que con mis hijos”, comenta inclinado sobre un extraño robot con los brazos de uralita y con una cabeza de muñeca empalada inexplicablemente en lo alto. “El tiempo y la energía que he invertido en cada robot es una locura, y cada vez que termino siento que he conseguido algo importante, y me siento enormemente dichoso, la persona más feliz del mundo.
La verdad es que no conseguimos arrancarle una sola sonrisa durante su visita, pero ya que lo dice, daremos por buena su palabra.
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