Estoy en una plaza normal y corriente de Zúrich, una de las ciudades más ricas de Europa. Poco antes, un chófer me ha recogido en una limusina Bentley en el aeropuerto para traerme hasta aquí. Un representante me conduce por un ascensor y a través de una pesada puerta hasta un ático enorme y lujoso con vistas al espectacular lago de la ciudad. Un lugar fantástico para montar una fiesta.
Pero este, el apartamento contiguo, que es aún más extravagante, y la oficina y la sala de tratamientos en la planta de abajo, son parte de Paracelsus Recovery, el lugar donde la élite mundial va a dejar las drogas.
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Miembros de la realeza saudí, políticos, oligarcas rusos, magnates de los negocios, niños ricos y famosos se han cepillado los dientes en este baño de mármol y se han quedado dormidos en esta cama con sábanas de seda mientras afrontaban sus adicciones a todo tipo de sustancias, desde la cocaína hasta el Xanax. Paracelsus Recovery es una de las pocas clínicas más exclusivas y lujosas del mercado de tratamientos de adicciones. Estas clínicas son conocidas por las terapias de desintoxicación funcionales que ofrecen a cualquiera que tenga problemas con las drogas.
Y que tenga una cuenta corriente con muchos dígitos, claro está. Olvídate de los 23 000 euros que puede costar un mes en la clínica Priory de Surrey, Inglaterra, o de los 44 000 euros por 45 días en el Meadows de Arizona, Estados Unidos. Paracelsus Recovery es otro nivel. Una semana de desintoxicación te puede salir por unos 70 000 €. Cinco semanas son 350 000 euros, quince veces el salario medio anual de un español.
A cambio, con el apoyo de 15 especialistas que van desde psiquiatras hasta personal de enfermería, los pacientes reciben un servicio hecho a medida y que atiende a “un cliente a la vez”. Si pagas el precio, te tratan como si fueras la persona más importante del mundo: limusina disponible las 24 horas del día, un chef personal, un mayordomo y un conserje.
Además, te dan acceso exclusivo a un spa de cinco estrellas, un terapeuta que reside en una de las habitaciones del apartamento, y una variedad de análisis y consultas médicas dignas de un astronauta (que cuestan 18 000 euros) para cuidar de tu cuerpo y de tu mente. Reciben tan solo alrededor de 20 clientes al año en su clínica de Zúrich, pero tienen empleados dispersos por el mundo para tratar a clientes pudientes que no tienen tiempo o que necesitan postratamientos.
A diferencia de otras clínicas de lujo, en las que se humilla a los pacientes obligándoles a hacer su cama o a quitar hierbajos de un jardín comunal, los magnates, las princesas, y las estrellas de cine que vienen aquí —de las cuales un tercio son clientes de Oriente Medio, un tercio de Estados Unidos y el otro tercio de Europa, Rusia y Asia— pueden llevar una vida muy cómoda sin preocupaciones.
¿Que quieres ir con tu séquito de 50 personas como hizo un príncipe saudí? No pasa nada, te ponen un piso entero en el hotel de cinco estrellas colindante, el Dolder Grand Hotel, y te instalan allí al terapeuta. ¿Que eres un presentador de televisión famoso con problemas de alcohol? Tranquilo, te llevan en avión justo a tiempo para tu programa y te traen de vuelta a Zúrich para continuar con el tratamiento.
“¿Que quieres ir con tu séquito de 50 personas como hizo un príncipe saudí? No pasa nada, te ponen un piso entero en el hotel de cinco estrellas colindante, el Dolder Grand Hotel, y te instalan allí al terapeuta”
Uno de los atractivos de esta empresa es la confidencialidad nivel espía que ofrecen. Mientras que muchos famosos van a desintoxicación por poco tiempo para mostrar que se arrepienten y que los medios les dejen en paz, la gente que viene aquí tiene mucho que perder. Los nombres reales de los huéspedes se censuran en los comunicados de la empresa, la dirección del piso no se hace pública, la matrícula de la limusina no es rastreable, los corres electrónicos están cifrados y los empleados tienen que firmar un contrato de confidencialidad absoluta.
“El anonimato para mí fue vital, porque tenía algunos clientes muy serios”, me dice Lucaz, un antiguo cliente del Paracelsus, por teléfono. El financiador polaco multimillonario, que gana 2 millones de euros al mes, decidió acudir al Paracelsus en 2015 cuando su estilo de vida fiestero se le empezó a ir de las manos. Junto a un par de compañeros con los que tenía una estrecha relación, llevaba una vida en la que juntaba negocios con fiestas masivas de 24 horas, tres días a la semana y alguna vez en yates privados en la Costa Azul.
Rodeados de escorts, Lucaz y sus amigos se metían tranquilamente entre 4 y 6 gramos de coca por noche cada uno, y la regaban con los vinos más caros del mundo. “Si hubieran descubierto que era adicto a la cocaína y al alcohol, y mis escapadas con mujeres, mis clientes me habrían dejado. Habría perdido muchísimo dinero”.
Cuando cumplió los 30, su estilo de vida playboy fue a peor. Los negocios se le iban porque la fiesta le afectaba mentalmente, destrozó su coche deportivo en un accidente y su novia lo dejó. Lucaz buscó ayuda en un centro de desintoxicación de 12 pasos de Florida, pero recayó poco después. Al final, aconsejado por un amigo, reservó cinco semanas en el Paracelsus Recovery. Y le funcionó. Otros, en cambio, no pueden decir lo mismo. Pero lo que está claro de este lugar es que a todo aquel que viene aquí se le ofrece un tratamiento de cuerpo y mente que solo el dinero puede comprar.
“No hay una solución que funcione para todo el mundo”, dice Jan Gerber, el sofisticado director general de Paracelsus Recovery, que montó la clínica con sus padres en 2012 tras haber ayudado al dueño de una compañía a desintoxicarse en su hogar familiar. Gerber cree que sus clientes tienen muchas más oportunidades de mejorar con él que con sus competidores, debido a la firme política de la empresa de centrarse en sus clientes individualmente, una táctica que otros centros no pueden permitirse.
“Es impactante el número de ricos que tienen problemas de adición”
“Hay que identificar la razón subyacente por la que cada persona es adicta y tratarla. Tenemos que fijarnos tanto en factores médicos como en emocionales”, nos cuenta Gerber. “Las causas pueden ser psicológicas, como un trauma, negligencia infantil o trastornos de la personalidad, pero también pueden ser algo físico, como deficiencias bioquímicas, problemas estomacales, funcionamiento de glándulas, descontroles hormonales o dolores crónicos. También pueden ser espirituales, como una falta de propósito”.
La relación entre pobreza y adicción está demostrada y existe desde hace mucho tiempo; hay una correlación entre los índices de pobreza y la tasa de mortalidad por drogas en Europa y España. Pero estar forrado no te libra de ser adicto a las drogas. De hecho, puede incluso hacerte más vulnerable.
En Zúrich, quedé con Michael*, presidente de una empresa que ayuda a algunas de las familias más ricas del mundo a gestionar su dinero. La compañía tiene una cartera de 42 familias con un total de 4000 millones de euros en activos invertibles. Michael dice que las clínicas de desintoxicación suponen uno de “los mayores gastos” de este grupo de individuos: “Es impactante el número de ricos que tienen problemas de adición. De las familias con las que trabajamos, hemos ayudado al 40 por ciento con temas de adición”.
En abril, durante las “Conferencias internacionales sobre adicciones y trastornos asociados” de Londres, Chris Coplans de Narcóticos Anónimos dijo a un reportero de la revista Tatler: “Las clínicas de desintoxicación se han dado cuenta de que el dinero está en el lujo, los famosos y la gente con capital”. De hecho, este tipo de centros se han vuelto tan competitivos, que algunos han recurrido a chanchullos. El año pasado, se descubrió, gracias a una investigación llevada a cabo por periodistas del Times, que varias clínicas de lujo habían estado sobornando a psiquiatras para que estos las recomendaran a sus pacientes. Entre estas clínicas estaban Life Works en Surrey, Inglaterra, que es parte del Priory Group, y Kusnacht Practice, una clínica de élite cerca Zúrich, que pagó 180 000 € a un médico británico para que convenciera al cantante George Michael de que acudiera a sus instalaciones.
¿Pero por qué los ricos son tan propensos a ser adictos?
Gerber dice que la gente que lo tiene más fácil y que puede saciar sus deseos sin problema, se aburre en seguida. Además, no están preparados para enfrentarse a la vida. Para algunas personas, pasar de una vida modesta a la fama, el poder y la riqueza puede ser tan terrible como el caso contrario.
“Hemos ayudado a gente que ha heredado grandes fortunas pero que no tiene trabajo o propósitos y mucha gente llena ese vacío con drogas o alcohol”
Ser rico y poderoso puede servir como barrera para superar una adicción, dice Gerber. A causa de su poder económico y social, muchos no sufren las consecuencias de ser adictos tan pronto como una persona normal. “No te pueden echar de tu propia compañía por tomar drogas”, explica. Así que es más difícil que “toquen fondo” —ese momento de desesperación en el cual muchos se dan cuenta de su problema y aprovechan para pedir ayuda.
Además, Gerber cuenta que ha visto a lo largo de los años cómo mucha gente recurría a las drogas tras vender la compañía que tantos años les había costado construir y verse, de repente, sin nada que hacer y con una montaña de dinero.
No es un problema ajeno tampoco a aquellos que ya nacen en la abundancia. “Hemos ayudado a gente que ha heredado grandes fortunas pero que no tiene trabajo o propósitos”, y añade: “y mucha gente llena ese vacío con drogas o alcohol”.
Gerber cree que cuando son niños sufren las consecuencias de ser ricos, como que sus padres les ignoren o que les manden a internados cuando son pequeños. “Una de nuestros clientes recibió un yate de sus padres por su 40 cumpleaños, lo cual es increíble, pero nunca tuvo relación con ellos”, dice. “Era hija única y la habían criado sus niñeras. La relación más larga que ha tenido duró tres meses, porque no confía en nadie. Piensa que quieren su dinero. Para llenar ese vacío, se volvió adicta al Xanax y a las operaciones de cirugía estética.
Gerber afirma que una de las causas más comunes de adicción es la represión sexual. “Por ejemplo, el año pasado tuvimos a una princesa que era lesbiana. Era duro para ella porque tenía miedo de que la castigaran y la encerraran. Estaba traumatizada y provocó que se enganchara a las pastillas”.
Es fácil caer en la tentación de pensar que los ricos no merecen ser tratados con compasión, pero Gerber no está de acuerdo: “No los vemos como consentidos, aceptamos su realidad. No importa quiénes sean, todos los seremos humanos merecen empatía. Lo que la gente ve como un comportamiento de diva, es en realidad un serio problema que puede dificultar el tratamiento. Pueden dejar la terapia en cualquier momento si están frustrados. Es parte de la patología y no podemos juzgar a alguien enfermo por su comportamiento, aunque parezca arrogante y engreído”.
Sin embargo, la madre de Gerber y coordinadora clínica de Paracelsus, la doctora Christine Merzeder, nos cuenta que el narcisismo es un problema común entre sus pacientes. “Solemos ver a clientes con rasgos narcisistas o trastornos narcisistas de la personalidad. No prestan atención por mucho tiempo, no saben quiénes son. Pero pueden ser seres trajeados despiadados; carecen de todo remordimiento. A menudo, no te puedes fiar de ellos y les falta el sentido de responsabilidad.
“Así que, cuando les enjuician, les dejan sus parejas, se deprimen o les denuncian sus hijos, el mundo se les cae encima y acaban en clínicas de desintoxicación. Tenemos que ayudarles con aquello que no pueden comprar: amor propio, regulación emocional, relaciones y enseñarles a tomar las riendas de su vida, ser más responsable y tener esperanza”.
“Los clientes de Paracelsus no son diferentes”
Cuando le pregunto a Gerber cuál es el porcentaje de éxito de Paracelsus, me contesta con cautela: “Todas las clínicas afirman tener un porcentaje alto, pero en realidad es difícil saberlo”. Cuando la gente se marcha de estos centros, muchos pierden el contacto y otros tantos recaen. Sin embargo, Gerber cree que el programa de 12 pasos de muchos centros de desintoxicación, en el que los clientes viven un despertar espiritual y trabajan en grupos, es anticuado y restrictivo.
El hombre que más tiempo pasa con los pacientes es el terapeuta Louis Fitzmaurice, cuyo trabajo consiste en dormir en una habitación en el mismo piso en el que se quedan los clientes. Muchas veces, come con ellos. Le preguntamos cómo es vivir con un completo extraño, especialmente cuando se trata de gente con fortunas inmensas que trata de dejar alguna droga.
“Sí, es muy intenso. La mayoría de las terapias suelen durar un par de horas a al semana”, dice Louis, que lleva trabajando en el Paracelsus Recovery cuatro años. “Para algunos es duro. Es emocional. Se pasan momentos difíciles. Pero estoy aquí todo el rato por una razón. Nunca se sabe cuándo alguien puede querer hablar. Puede que se despierten a las 4 de la mañana y necesiten ayuda”.
Antes de trabajar en el Paracelsus, Fitzmaurice estuvo seis años en Liverpool, Glasgow y Dublín tratando a sintechos y reclusos adictos a las drogas. Ahora, asiste a la gente más rica del mundo. ¿Hay alguna similitud?: “Veo el mismo dolor, tormento, dificultad, abandono, desesperación y locura en el Paracelsus que en las prisiones y centros de Glasgow, Liverpool o Irlanda. Los mismos problemas de salud mental. Los clientes de Paracelsus no son diferentes”.
Matthew Gaskell, que trabaja para el sistema de salud británico (NHS), dice que aunque la gente rica sufre los mismos problemas de salud mental y adicción que el resto del mundo, “a menudo tienen más recursos para enfrentarse a las adversidades”. Por esta razón, explica: “Aquellos que viven la desigualdad social sufren en mayor medida, mueren antes, y tienen más probabilidades de tener una sobredosis, etc. No tienen cómo protegerse y tienen muchas más fuentes de estrés”.
De nuevo en el Paracelsus Recovery, le preguntamos a Fitzmaurice qué droga se consume más entre sus clientes.
“Todavía se ve mucha cocaína, pero cada vez hay más gente con problemas terribles con el GBL, los opioides y el Xanax. Pero lo peor es que viven en una burbuja que no han elegido ellos”, dice. “Una estrella del pop me dijo que cuando la gente lo miraba, ‘Me miraban como si fuera un alienígena… Como si tuviera algo de más, pero no es verdad, tengo algo de menos’. Me dijo que tenía un agujero que solo podía llenar con drogas. Es mentira eso de que si eres rico, eres feliz. Es una falacia y la gente no lo quiere ver. No le desearía ser famoso a nadie”.