K’umanchikua es la palabra en purépecha para hogar, pero también significa “lugar de sombra”. Esta dicotomía adquiere una dimensión casi siniestra si se toma en cuenta que el hogar del pueblo purépecha, el estado de Michoacán, fue donde comenzó la llamada guerra contra los cárteles de la droga, la política de seguridad que forjó la sombra que se cierne sobre el resto de México desde 2006. Ahora parece que no existe un solo rincón del país donde la violencia y los grupos criminales que la ejercen no tengan presencia pero, contra toda posibilidad, está Cherán, una comunidad indígena purépecha de casi veinte mil personas que hace diez años decidieron levantarse para tomar el control de su pueblo.
Las cosas en México no van bien y el estado de Michoacán es uno de los lugares en donde van peor. Tan pronto llegué a la capital, Morelia, me topé con una marcha de personas que exigían justicia por feminicidios recientes, y en las calles del centro se podían ver muchos anuncios sobre personas desaparecidas. Cherán está a casi dos horas en auto desde Morelia, pero hay que saber a qué hora ir y qué caminos tomar para evitar ponerse en peligro. Pasando por Uruapan, en una de las avenidas principales, justo después de ver un convoy del ejército patrullando, se ve pasar a miembros del crimen en una camioneta pickup. Los hombres a bordo traen radios y están armados, van escuchando narcocorridos, despreocupados y a plena luz del día. Al entrar a Cherán, después de pasar un punto de revisión, comencé a pensar en las pláticas por teléfono que tuve con algunos de los habitantes del lugar antes de venir y su descripción del pueblo antes del levantamiento. Asesinatos, desapariciones, descuartizados, cobro de piso, miedo y la brutal deforestación de su bosque por parte de talamontes que trabajaban para el crimen organizado. En los pueblos vecinos las cosas no han cambiado, la violencia continúa y los bosques fueron talados y suplantados por huertas de aguacate, cuyo comercio también se usa para lavar el dinero de grupos criminales.
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El negocio de los cárteles va más allá de la producción y el tráfico de drogas. Además de las extorsiones, secuestros y el tráfico de personas, estas organizaciones han expandido sus actividades hacia la explotación ilegal de recursos naturales. En el caso de Michoacán, se han centrado en el aguacate, así como en la minería y la tala ilegal de árboles, para lucrar con los minerales y la madera. De las 20 mil hectáreas que forman el municipio de Cherán, alrededor de 12 mil son de bosque de pino y encino, sin embargo, se estima que los grupos criminales arrasaron con más de 9 mil de ellas.
A principios de 2011, un grupo de mujeres comenzó a organizarse en secreto para hallar la manera de razonar con los talamontes. Además del hartazgo por la violencia, les preocupaban las consecuencias que traería para la comunidad perder el bosque. Sin árboles habría menos lluvia, lo que impactaría la ganadería y la agricultura locales, además de que el bosque es parte de la identidad indígena del pueblo, de manera que ultrajarlo era también una forma de atentar contra esa identidad. Las mujeres se adentraron en la arboleda y hablaron con los talamontes, pero su intento fracasó. Decidieron encontrar otra manera de hacerles frente, pero habría sido muy arriesgado hacerlo en el bosque, pues los talamontes estaban fuertemente armados y ellas no habrían podido hacerlo solas.
Al amanecer del 15 de abril de 2011, el grupo de mujeres cerró el camino que conecta al pueblo con el interior del bosque, armadas con palos, piedras y machetes, se las arreglaron para bloquear el paso a los talamontes que iban armados con rifles de asalto, y los tomaron como rehenes. Llevaron a los hombres al interior de una de las iglesias del pueblo, donde hicieron sonar las campanas y lanzaron cohetones para convocar a la población a salir a ayudar. La gente salió por montones.
Fueron horas muy tensas en las que las autoridades municipales intentaron liberar a los hombres detenidos, quienes estuvieron cerca de ser colgados en un árbol afuera de la iglesia. Hubo un enfrentamiento entre la policía municipal, otros talamontes armados y la gente de la comunidad, que estaba harta de ver por años cómo camiones cargados de madera salían del bosque y pasaban por las calles del pueblo, exhibiendo impunidad y generando miedo. Eventualmente, la policía y los políticos de todos los partidos, incluidos los del gobierno en turno, fueron expulsados, bajo sospecha de estar coludidos con los grupos criminales.
Fue un proceso complicado para los habitantes de Cherán, pero lograron levantarse en armas y emprender una limpia en su territorio, que era controlado por el cártel de La Familia Michoacana. Los pobladores instalaron barricadas en las tres entradas del pueblo, custodiadas por hombres armados, así como puntos de vigilancia conocidos como “fogatas” en casi todas las calles, donde día y noche, hombres, mujeres y niños hacían guardia. Desde entonces y hasta la fecha, los tres puntos de acceso están controlados por la Ronda Comunitaria, el cuerpo armado encargado de la seguridad que patrulla tanto el pueblo como el bosque, con el objetivo de mantener a los talamontes y al crimen organizado a raya y fuera de los límites del municipio.
La gente en Cherán aún describe el proceso por el que pasó el pueblo como doloroso, pero necesario. No fue fácil hacerle frente al crimen organizado ni lidiar con la amenaza de su regreso y venganza. Tampoco fue tarea sencilla confrontar a los vecinos que apoyaron al cártel o a los que eran talamontes; una comunidad en conflicto y con cierto grado de resentimiento no se recupera ni se organiza de la noche a la mañana, pero en Cherán el intento rindió frutos. En asambleas populares se decidió que todos los partidos políticos quedarían prohibidos, porque se veían como la raíz de la división de la comunidad, así como aliados del crimen organizado.
Cherán logró hacer válido el Artículo 33 de la Constitución Mexicana, que permite a los pueblos de mayoría indígena regirse por sus usos y costumbres. La comunidad instauró un sistema de autogobierno conformado por representantes electos de los cuatro barrios que forman el pueblo. El Concejo Mayor de Cherán está formado por 12 K’eris, hombres y mujeres elegidos por la gente del pueblo cada cuatro años con la tarea de gestionar la administración pública del municipio y, por sobre todo, dar continuidad al movimiento que comenzó hace ya una década, junto con la reforestación del bosque, que está prácticamente completada.
Una de las partes más interesantes del legado de Cherán es su rol como modelo e inspiración para otros pueblos. Dos años después del levantamiento de la comunidad cheranense estalló el movimiento de autodefensas en Michoacán, en 2013. Cherán era citado por líderes como José Manuel Mireles como ejemplo y prueba de que se podía expulsar a los cárteles de los poblados que controlaban. Hay mucho que decir sobre las autodefensas, pero algo es cierto: aunque lograron desarticular, al menos parcialmente, a cárteles como Los Caballeros Templarios y La Familia, no se logró consolidar la estabilidad necesaria para reconstruir el tejido social. Ya sea porque las autodefensas fueron infiltradas por otros carteles o porque se formaron bandos y rivalidades, la violencia volvió, con nombres y cabecillas distintos.
En los últimos años, las pocas autodefensas legítimas que quedan están atrapadas entre conflictos políticos, otros grupos de comunitarios armados, los criminales de siempre y el avasallante Cártel de Jalisco Nueva Generación. El miedo al CJNG es tal, que los cárteles que controlan -o solían controlar- Michoacán decidieron juntarse para defender sus plazas. El grupo conocido como Cárteles Unidos sabe que por sí solos no podrían enfrentar la organización liderada por Nemecio Oseguera “El Mencho”, nacido en Michoacán y quien busca tomar el estado, casi a manera de reclamo como derecho de nacimiento.
Una de las noches que visité las barricadas en las entradas del pueblo, hablé con miembros de la Ronda Comunitaria sobre cómo han sido estos años de estar a la defensiva, siempre alerta en caso de que algún grupo criminal quiera entrar al pueblo o a sus bosques. Entre otras cosas, me dijeron: “Vamos bien, pero lo que preocupa son los Jaliscos. Esos cabrones están bien locos y muy bien armados”, seguido de un silencio un tanto agobiante, hasta que alguien más comentó: “Pero, bueno, aquí nomás damos la señal y salen cientos de gentes a los chingadazos si es necesario. Aquí jalamos todos y por sobre todos van a tener que pasar”.
Una de las cualidades del movimiento en Cherán es su sentido de colectividad. En México se asesina a activistas y líderes de movimientos sociales y ambientalistas sin que haya consecuencias. Parte de lo que ha permitido a Cherán tener éxito en su movimiento y sostenerlo, es que toda la comunidad está involucrada y participa de manera activa. No hay líderes únicos, por lo que no hay una cabeza que cortar, y silenciar una voz o unas cuantas no acabaría con lo que se inició en el alzamiento hace diez años. Aunque hay roles claros que cada quien cumple, las actividades en las que los habitantes de Cherán pueden participar son variadas y esenciales para la continuidad de su movimiento.
Todos los funcionarios públicos del autogobierno son miembros de la comunidad, algunas de las personas que trabajan en los viveros solían ser talamontes y fueron incorporados a la tarea de reconstruir el bosque. Hay gente trabajando en el colector de pluvial que provee de agua bebible a la población a un precio muy accesible y hay quienes trabajan en la recicladora, donde se separan y clasifican desechos reciclables que son vendidos para ayudar a financiar los programas sociales del pueblo. Caminando por el mercado me detuve a platicar con una señora que vende frutas y me contó que desde que Cherán tomó control de su territorio, comerciantes de pueblos aledaños van los días de plaza a vender sus mercancías ahí, porque no hay quien les cobre piso o los extorsione. “Allá en mi pueblo no se puede salir a vender tranquilo, hay mucho malandro”.
Uno de los síntomas más evidentes del colapso social en México es que, entre los más desesperados, la paz se busca de manera armada. Los experimentos de liberar poblaciones a través de la organización comunal y con armas no terminan bien siempre. El concepto de autodefensas que inició en Michoacán se ha extendido a varios lugares del país, como Chenalhó, en Chiapas, donde un grupo de hombres armados recientemente se levantó, cobijado por las comunidades indígenas del lugar para defenderse del crimen organizado.
En los varios estados donde se ha intentado seguir el ejemplo de Cherán, las comunidades no han triunfado de la misma manera, pero para muchos el intento vale la pena. La tranquilidad que se siente en Cherán no es algo común en el resto de los territorios controlados por el narco en México. Mientras en el resto del país las cifras oficiales de personas asesinadas pasan de 350 mil y las desapariciones suman más de 80 mil desde 2006, en Cherán no ha habido ningún asesinato ni crimen mayor desde 2011. La vigilancia es constante y a todas horas; por ahora el pueblo sólo lidia con personas alcoholizadas en espacios públicos y uno que otro altercado en las fiestas patronales.
Repensar la democracia y el papel de los individuos como miembros de una comunidad ha permitido a Cherán sanar del trauma colectivo a través de la reforestación de su bosque y la recuperación de su territorio. La violencia cometida por los cárteles tiende a causar tanto temor en la población que las opciones de la gente suelen reducirse a morir, huir y ser desplazados de sus comunidades de origen, o quedarse y someterse al dominio del crimen y ver cómo pueblos pacíficos se tornan en zonas de guerra y barbarie. Pero no en Cherán. El acto de rebelión y resistencia de esta comunidad purépecha es la excepción a la regla de los pueblos sometidos por la narcoviolencia en México, y aunque la expansión de grupos como el CJNG representa una amenaza para la continuidad del movimiento, es evidente que la unión de los pobladores es más que el poder de fuego de un cártel.
A pesar de la documentación de las consecuencias de la llamada guerra contra el narco, poco se ha hablado sobre el impacto ambiental que ha tenido la expansión de las actividades de los cárteles de la droga. Cherán halló la manera no sólo de convertirse en un oasis de paz, sino de reconstruir el sentido de comunidad a la par que reforesta su bosque, como un proceso conectado entre sí, con resultados casi utópicos que el pueblo entero está dispuesto a defender. Durante mi última caminata con uno de los equipos de guardabosques, entre árboles de encino, uno de los miembros de la Ronda Comunitaria mira a su alrededor: “Así es la cosa, compa. Si llega el momento, pues aquí vamos a estar. Ya nos chingaron una vez, ahora somos libres y si hace falta, aquí estamos para morir de pie, como estos árboles”.
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