La Fórmula 1 está en crisis: e incluso para un deporte que existe en un perpetuo estado de crisis, la situación actual parece especialmente grave.
Las carreras en Europa, el corazón histórico de la F1, pasan por un momento duro. Este año, Alemania se cayó del calendario; el futuro de Italia más allá del 2016 es incierto. Las audiencias televisivas también caen: desde 2009, el desplome global ha sido de casi el 30%, de 600 millones a 425 millones. Ya nadie quiere ver la Fórmula 1, según parece.
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La organización, como siempre, intenta solventar estos problemas de una forma pragmática. Las soluciones debatidas se focalizan en cómo “mejorar el espectáculo” de los domingos para intentar que los espectadores vuelvan a sentarse en las gradas —o, al menos, frente a sus televisores. La mayoría de ideas tienen que ver con cambios radicales en el formato tradicional de la F1, como por ejemplo disputar carreras más cortas, invertir el orden de salida, y en general quitar los últimos suspiros de libertad a los ingenieros igualando los coches todo lo posible.
Mientras tanto, el dueño del circo de la F1 Bernie Ecclestone defiende con firmeza que el deporte no pierde nada si traslada las carreras de la tradicional Europa a países con menos afición pero más dinero. El británico llegó a asegurar a la revista Autosport que la F1 “tenía buenos sustitutos [para los circuitos europeos]”. Cuando se le pregunta por sus propuestas para volver a llenar los circuitos europeos, Ecclestone también se centra en los cambios en “el espectáculo” —como por ejemplo volver a utilizar los motores de 8V, más ruidosos que los actuales.
Todas estas soluciones, sin embargo, son claramente cortas de miras. La verdad es que no hay un remedio simple a la rápida decadencia de la popularidad de la F1. Un círculo vicioso, creado por la propia estructura del deporte en su búsqueda imparable de beneficios, ha expulsado al fan medio y ha convertido la cúspide del motor en el reino de dos tipos de aficionados: los ultra-ricos y los obsesivos.
El Gran Premio de Alemania desapareció del calendario porque nadie podía pagarlo. El circuito de Nürburgring, que acogía la carrera, cayó en bancarrota y vio como sus contratos con la F1 eran invalidados por los jueces. La administración de Hockenheim, la otra instalación de élite del país, no estaba segura de poder vender siquiera 50.000 entradas, así que canceló el evento.
Parece increíble que el Gran Premio de Alemania no pueda ganar suficiente dinero como para mantenerse. Al fin y al cabo, Mercedes es el equipo hegemónico a día de hoy, y las batallas entre el alemán Nico Rosberg y su compañero de equipo, el británico Lewis Hamilton, han sido la tónica dominante desde el inicio de la temporada pasada. Otro alemán, el piloto estrella de Ferrari Sebastian Vettel, ha ganado cuatro de los cinco últimos campeonatos del mundo y goza de una popularidad creciente entre los fans neutrales.
La carrera debería venderse a sí misma sin esfuerzo, y aún así, los organizadores se encuentran en la lamentable situación de no poder ingresar suficiente dinero para pagar el inmenso coste de la licencia que la F1 exige a todos sus circuitos.
El coste de esta licencia, que orbita alrededor de los 30 millones de euros, es uno de los mayores problemas para los circuitos europeos. Los históricos trazados que la F1 solía visitar en el Viejo Continente (como Spa-Francorchamps en Bélgica o Monza en Italia) se ven obligados a competir con nuevas pistas que disponen de adinerados padrinos a quienes la rentabilidad económica les importa poco. Los nuevos circuitos de Abu Dhabi, Malasia, China, Bahrein, Rusia, Singapur, Corea del Sur e India son ejemplos de ello; el año que viene, Azerbaiyán se unirá a esta lista de recién llegados.
La Fórmula 1 es un negocio, y como tal intenta conseguir beneficios para sus accionistas. Las licencias de carrera generan alrededor de 1.700 millones de euros al año, y esa suma siempre crece debido a la inflación que suelen sufrir los contratos a medida que avanza la temporada. El dinero que ofrecen los nuevos mercados que desean atraer la F1 como método para establecerse en la economía global suele doblar las cifras que pueden permitirse los circuitos europeos tradicionales. Dado que la F1 se administra como una empresa con ánimo de lucro, y dado el peso de las licencias en los ingresos totales de la organización, tiene sentido que ésta decida priorizar los nuevos escenarios.
Esto deja a los circuitos europeos con dos opciones: arriesgarse a terminar en bancarrota por intentar competir a nivel económico y de instalaciones… o hacer como Alemania y sencillamente retirarse de la competición.
A veces, seguir luchando tiene su recompensa. Silverstone está prosperando después de su remodelación; el Gran Premio del Reino Unido atrae unos 120.000 espectadores de media el día de la carrera. En Bélgica, Spa-Francorchamps se ha vuelto tan eficiente en la gestión de los Grandes Premios que “solo” pierde 7 millones de euros al año. Este camino, no obstante, es complicado dada la principal dificultad que presenta: la generación de ingresos.
La mayoría del dinero que mueve el deporte viene de los anunciantes, y estos pagan gran parte de su contribución directamente a la F1 (los ingresos de los anuncios en las pistas, por ejemplo, son para la organización del campeonato: los administradores de los circuitos no reciben ni un céntimo). Sin dinero de los anunciantes y con un escaso soporte por parte de los gobiernos locales, la única solución que suele quedarles a los circuitos es subir los precios y cobrar más a sus espectadores.
Sí, ir a ver un Gran Premio aún puede ser barato (dentro de un orden). La mayoría de circuitos venden entradas de ‘pelouse‘, esto es, sin asiento garantizado y sin pantalla de vídeo, pero al menos te dejan entrar. En el momento en el que empiezas a pedir lujos extravagantes, como por ejemplo sentarte en una grada, los precios se desorbitan. En Silverstone, el coste de pasar el fin de semana entero en la Fórmula 1 (incluyendo localidades para dos adultos y dos niños, ‘camping‘, comida y demás comodidades estándar) puede ascender hasta las mil libras, unos 1.300 euros.
Esto es un montón de dinero, especialmente comparado con otros eventos del mundo del motor como el MotoGP o las 24 Horas de Le Mans. Una entrada para ver el Campeonato del Mundo de Resistencia de la FIA (del cual Le Mans forma parte) en Spa-Francorchamps vale 31 euros; la misma localidad para ver la F1 cuesta unos 450 euros.
Con su escala actual de precios, asistir a la Fórmula 1 puede salir tan caro como ir un fin de semana a un ‘resort‘. Es un gasto inasumible para el fan medio: de nuevo, solo los ultra-ricos y los obsesivos se lo pueden permitir. El aficionado corriente —y su dinero— se quedan fuera.
Esto perpetúa una de las profecías autocumplidas más dañinas de Ecclestone. Al ver el deporte como una potencia global del marketing, Bernie ni siquiera considera la posibilidad de esforzarse para llegar a los fans más jóvenes.
“Los niños ven la marca Rolex, pero… ¿saldrán y se comprarán uno? No pueden pagárselo”, declaró Ecclestone en 2014. “Pongamos por ejemplo otro patrocinador nuestro, UBS: a estos niños les dan igual los bancos. No tienen suficiente dinero como para ponerlo en un jodido banco… la mayoría ni siquiera tienen dinero en absoluto. Prefiero tener como fan el tipo de 70 años que está cargado de pasta”.
La implicación es simple: si no puedes pagar lo que vale seguir este deporte ahora, ¿para qué debería este deporte hacerse asequible para ti? Total, tampoco no serás capaz de comprar lo que vende.
El ciclo continúa: los fans no van a los circuitos, ergo los circuitos pierden la capacidad de competir con el dinero y las facilidades que ofrecen las pistas de fuera de Europa. El éxodo continúa, y las carreras históricas ven reducida su importancia mientras la F1 busca nuevos mercados más rentables.
Esto tiene un efecto dominó. Los aficionados europeos son el núcleo de las audiencias televisivas de la F1; el desplazamiento de la competición a otros lugares del mundo representa que muchas carreras pasen a disputarse en horarios desfavorables. Esta temporada, 8 de las 19 carreras empezarán fuera del nicho habitual, a primera hora de la tarde. Por si esto fuera poco, en las últimas temporadas los cuatro primeros Grandes Premios del campeonato se han disputado en la madrugada europea. Solo la carrera nocturna de Bahrein ha aliviado un poco esta circunstancia.
Hay un límite, no obstante, al número de veces que puedes pedir a los aficionados que se levanten a primera hora o se queden despiertos la noche de un domingo para ver una carrera. La temporada de la F1 es una competición de nueve meses, y es casi imposible ver solo las carreras que se disputan en horario europeo sin perderse una parte importante de la acción por el camino.
Es justo aquí donde reside el círculo vicioso de la F1.
Ningún aficionado al deporte querrá perderse un evento que considere un ‘must‘. Esta es la razón por la cual las revanchas de boxeo se disputan en estadios mucho más grandes que los primeros combates, o por la cual los equipos pequeños de la Premier League pueden desplazar a 40.000 aficionados a jugar una final de Copa en Wembley cuando apenas reúnen a 10.000 fans en el estadio semana a semana. Si el espectáculo que es la F1 se convierte en un ‘must‘, entonces el aficionado corriente querrá verlo en directo por la televisión o asistir al circuito.
Es cada vez más difícil para los aficionados, en cambio, ver las carreras en la televisión; y no solo es debido a la gran variación en los horarios (que también), sino al paso de los Grandes Premios a la parrilla de la TV de pago. Esto expulsa a aún más fans, que se ven incapaces de seguir toda la acción de la temporada. Si los altos precio no son suficiente para disuadir a los aficionados de asistir a los circuitos, aún les será más difícil ir a ver algo que apenas pueden seguir en el día a día. Los circuitos europeos, por lo tanto, ven como sus cifras de asistencia y sus ganancias decrecen. Como más carreras dejan Europa, más raros son los horarios, menos interés muestran las televisiones… y así hasta el infinito.
No hay una solución fácil para esto. Los remedios solo pueden proceder de una profunda reflexión por parte de la organización: ¿vale la pena seguir buscando beneficios a corto plazo y aceptar que cada vez habrá menos fans, o es mejor ganar menos dinero pero hacerse más accesibles a los aficionados de a pie? ¿Es mejor que esté la grada llena, o solo las cabinas VIP del ‘paddock‘?
Haciéndolo fácil: ¿la F1 quiere nuestro dinero, o el dinero de las empresas?
Estas cuestiones deben ser respondidas, porque si la base de aficionados de la Fórmula 1 sigue decayendo, la disciplina podría encontrarse en la tesitura de no poder exigir el dinero que ahora requiere a circuitos, patrocinadores y televisiones. Sin este dinero, el ‘cash’ de las empresas sería lo siguiente en irse. No habría empresas; no habría aficionados.
Si esto llegase a ocurrir, no estaríamos hablando de una crisis: sería, directamente, el fin.
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