No necesitamos un partido feminista, necesitamos feministas en todos los partidos

partido político feminista

Clara Serra dimite como diputada y abandona el proyecto Más País. Al que todo el mundo llama “el partido de Errejón”. Tra tra. Y las feministas asentimos con la cabeza y sabemos, antes de leerlo, que el machismo ha tenido algo que ver en esto.

Porque todas las feministas con conciencia política (valga la redundancia) sabemos que pretender participar en una lucha común sin abandonar la lucha feminista es una hazaña. Y todas sabemos que los espacios de lucha que no son el feminismo, tienen algo en común: el machismo.

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¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué no hacemos un partido, un sindicato, una república, una guerrilla feminista? ¿Cuántas veces hemos deseado que lo hagan otras, para sumarnos a esa cruzada de amazonas buenas (y buenorras), esa en la que —fantaseamos— nos sentiríamos entre hermanas, entre compañeras, entre algodones blindados, en el paraíso soñado… en casa? ¿Pero por qué ninguna lo ha hecho?


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Lo primero, porque eso no es cierto. Hace décadas que hay iniciativas políticas feministas que se han constituido en partidos y que se han presentado a elecciones. Sin demasiado éxito, por cierto. Pero, vamos, bastante animadas han sido, teniendo en cuenta el contexto.

¿Y por qué no nos decidimos, en la época dorada (morada, más bien) post me too, post “Manada“, post huelgas del 8M, a recoger toda esa fuerza, esa ilusión, ese cabreo, esa capacidad de organización, ese discurso, esa respuesta popular, ese talento, y construir la propuesta definitiva, anticapitalista, fresca, divertida, pendiente de los cuidados, con agenda renovada y formas de hacer distintas, que demostraría esa creencia —que todas compartimos aunque pocas confesamos— de que “nosotras” lo haríamos mejor? (que no es difícil, por otro lado).

Pues porque el feminismo es un contrapoder por definición (iba a decir “por naturaleza”, pero el feminismo trabaja, precisamente, para que no creamos en ella). Porque un feminismo genuinamente radical, el que pretende acabar con las manifestaciones más o menos brutales de la desigualdad, atacando directamente a las raíces de las estructuras que las legitiman, reproducen y sostienen, tiene que poner en cuestión —y en el punto de mira— los valores de una sociedad que aplaude y premia la jerarquía, la disciplina, la lealtad ciega y la renuncia a la crítica. Y eso es difícil hacerlo desde un partido. Porque un partido político es una estructura patriarcal, por definición. Con liderazgos personales, familias de poder, negociaciones oscuras, pactos opacos, y tragaderas para disfrazar de interés común el bien propio.

“El feminismo es un contrapoder por definición”

Sin acritud. Pero un partido político tiene como objetivo, legítimo y explícito, alcanzar el poder. Así, un partido político tiene que generar las estructuras necesarias para plantear propuestas concretas sobre qué medidas específicas tomaría en caso de ocupar el poder en todas sus esferas, desde el Banco Central hasta la administración local. Y eso, tampoco descubro nada nuevo, implica traducir un discurso —más o menos transformador— en un menú de medidas que se vuelven, normalmente, más conservadoras por el camino. Usando la palabra “conservador” en su sentido más estricto: conservar —más o menos— todo en su sitio.

En una fórmula así, no hay mucho sitio para la subversión y el feminismo es un movimiento subversivo. Porque pretende “subvertir” en sentido estricto, que es, según la RAE “trastornar o alterar algo, especialmente el orden establecido”. Porque pretende subvertir el orden social que asigna a las mujeres unas cualidades, y otras a los hombres. Porque pretende subvertir el sistema que considera que las “cualidades femeninas” son buenas, pero las “masculinas”, mejores. Porque pretende subvertir el contrato tácito que le llama a lo que nosotras hacemos gratis: cuidar, y a lo que hacen ellos, o nosotras cobrando menos: trabajo. Porque busca cambiar la idea de lo que llamamos “paz” y pretende que no incluya que esté normalizado matarnos y violarnos. Porque pelea para que abandonemos la idea de que ellos han venido al mundo a disfrutar y nosotras a ser amadas. Porque trabaja para que todas las herramientas y estrategias que hemos desarrollado para entender y combatir la que durante mucho tiempo nos ha parecido la opresión principal, las apliquemos por igual a que todas las personas, desde todas las perspectivas, seamos iguales.

Por eso, y porque si no subvertimos este orden, no cambiaremos nada, pues está establecido sobre el hecho de que nos resulte natural que nos exploten.Y a ellos, explotarnos. Y porque todas las formas de explotación que nos afectan, son cómplices de un sistema que ha contribuido a que se hayan naturalizado. Nos explotan en casa, en nombre del amor romántico y la maternidad. Nos explotan en la cama en nombre del amor romántico y la heterosexualidad. Nos explotan en el mercado en nombre de la libertad del capital. Y va a resultar difícil acabar con esos discursos, sin remover los cimientos.

Podríamos elegir a una líder y hacer carteles con su cara. Podríamos hacer, incluso, unas primarias. Podríamos alquilar sedes. Podríamos, incluso, ser legales al pagarlas. Podríamos comprimir todas nuestras demandas y reivindicaciones universales, globales e interseccionales, y embutirlas en un programa. Podríamos presentarnos a las elecciones. Podríamos, incluso, ganarlas. Y, ¿entonces?

¿Cerramos los CIES?, ¿disolvemos el parlamento?, ¿socializamos los medios de producción?, ¿nacionalizamos las empresas estratégicas?, ¿declaramos la república? ¿abolimos las leyes racistas, discriminatorias y legitimadoras de la explotación?, ¿reseteamos el poder judicial y lo despatriarcalizamos?, ¿abolimos la sanidad y la enseñanza privadas?, ¿emprendemos la reforma para la laicidad efectiva del estado?. Pues deberíamos. Pero, claro, eso se llama revolución y, para eso, necesitamos vencer a los poderes fácticos. Y, eso, seamos realistas, está complicado. O, por lo menos, nos va a llevar un rato.

“Si algo nos ha enseñado el feminismo es que no se puede luchar contra las opresiones de una en una. Que hay que combatirlas todas a la vez o perdemos y ganan los de siempre”

Y, ¿entonces? ¿Nos conformamos con medidas concretas, parches paliativos que domen las tendencias más graves y apaguen los fuegos que, desde las calles, porque hemos decidido dejar de ser explotadas, incendiamos?

Si algo nos ha enseñado el feminismo es que no se puede luchar contra las opresiones de una en una. Que hay que combatirlas todas a la vez o perdemos y ganan los de siempre. Que quienes pretenden señalar una opresión como la más importante y prioritaria, suelen ser quienes la encarnan. Y que suelen pedirnos que esperemos, porque en el fondo quieren un cambio de asientos, no acabar con los (sus) privilegios.

Si algo hemos aprendido luchando contra la opresión de clase, por la independencia, por la república, contra el racismo, por el ecologismo, contra el colonialismo, contra el militarismo, es que las feministas en esos espacios de lucha tenemos, como mínimo, el doble de carga. Porque luchamos contra la opresión que hemos “elegido”, pero también contra las que nos han elegido a nosotras. Y tenemos la pelea diaria de defender que nuestras propuestas y vindicaciones no son parciales ni marginales ni subjetivas, que sólo hace falta cambiar la perspectiva, para entender que son centrales.

Pero, también (qué de cosas nos ha enseñado el feminismo) hemos aprendido que todos los derechos de los que “disfrutamos” las mujeres, sin excepción, han sido conquistados por la lucha autónoma de otras mujeres, que lo sufrieron.

Por eso necesitamos espacios propios, autónomos, en torno a los que organizarnos quienes compartimos opresiones para definir y activar las luchas simultáneas necesarias para destruirlas. Que ya lo dice Assata Shakur, que “nadie en la historia ha conseguido su libertad apelando al sentido moral de su opresores”. Por eso la clase obrera ha necesitado organizarse al margen (más bien en contra) de la patronal. Por eso, las personas racializadas han tenido que organizarse al margen del opresor blanco y por eso las mujeres* necesitamos estructuras de luchas propias.

Por eso, en la lucha feminista, un partido político puede ser un instrumento, pero no debería ser la cristalización del movimiento. Me explico: ¿necesitamos agentes políticos que accedan —o intenten hacerlo— al poder formal, ocupen los espacios de decisión, participen en la definición de la agenda política, contribuyan a las políticas activas a todos los niveles y garanticen la traducción de los derechos de las mujeres y todos los colectivos vulnerables en oportunidades? Desde luego. ¿Es importante, por lo tanto, que haya partidos feministas y feministas en los partidos y, por tanto, en las instituciones? Pues sí. Pero, ¿debería el movimiento feminista devenir en partido político? Pues no.

“El movimiento feminista ha sido históricamente una metástasis subversiva que ha ido introduciendo en las sociedades conservadoras, pequeñas pero eficaces armas de sabotaje del sistema”

Porque el movimiento feminista ha sido históricamente (que tengamos constancia, desde la Revolución Francesa, por lo menos) una metástasis subversiva que ha ido introduciendo en las sociedades conservadoras (que tienden a conservarse), pequeñas pero eficaces armas de sabotaje del sistema. Armas que han permitido, visibilizar, cuestionar, debilitar y finalmente destruir, pilares de la estructura patriarcal, de forma que, al tiempo que cada vez está más cerca de tambalearse, la obligamos a actualizarse constantemente, y poco a poco lo es (estructura y patriarcal) cada vez menos.

Y para atreverse a construir y detonar esas pequeñas bombas de subversión cuya onda expansiva acabará —a la larga— en destrucción, hay que partir de la excepcional posición de privilegio de carecer de ellos. Hay que ser de las que no tienen nada que perder. Y eso nunca se tiene cuando se tiene el poder, o se aspira a ello.

Así, poco a poco, cuestión irrelevante tras cuestión irrelevante, os hemos colado desmontar la virginidad, la esclavitud doméstica, el débito conyugal, la heteronormatividad, la invisibilidad en la cultura popular, y mil cosas más. Y las que quedan. Por separado parecen poca cosa, cosas nuestras, cosas pequeñas. Pero miras hacia atrás con perspectiva y entiendes que el mal ya está avanzado.

Preparaos para lo que queda. Para cuando os deis cuenta, se estará cayendo el patriarcado. O es que ¿os hubierais imaginado, hace pocos años, a una mujer como Clara Serra ocupando la actualidad política, porque, en vez de pasar por el aro, ha renunciado? Pues eso, que mientras vosotros dormís, nosotras, de manera autónoma, diversa y autogestionada, soñamos.

@IrantzuVarela

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