Según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades, más de 2.5 millones de personas mueren anualmente en EEUU. Tan solo mil de estas, sin embargo, tendrán el privilegio de tener un obituario publicado en el New York Times (nota: obituario no es lo mismo que un aviso de muerte pagado). Margalit Fox, escritora senior para el prestigioso diario y especialista en el tema, ha tenido la oportunidad de realizar más de 1.200 de estas reconocidas piezasen 20 años de carrera. Hablé con ella vía Skype sobre sus experiencias en esta profesión.
VICE: ¿Cuál dirías que es el mayor prejuicio de la gente sobre los obituarios?
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Margalit Fox: La mayoría de personas piensan que contamos con mucho tiempo para escribir los obituarios. Es un error común y muy comprensible. Ojalá fuera así, pero si lo piensas estrictamente en números, en un día mueren literalmente billones de personas. Incluso si solo tuviéramos en cuenta aquellos casos que representan algún interés periodístico para nuestro contenido, serían cientos de miles, si no millones. Nosotros tenemos solo cuatro o cinco redactores en nuestro equipo, por lo que el noventa por ciento de mi trabajo y el de mis colegas consiste en manejar las noticias de última hora, obituarios que informan y se escriben en el plazo límite, al igual que los artículos de otras secciones. Cuando tenemos algún tiempo de inactividad laboral o cuando nuestro editor quiere darnos un poco de respiro, entonces dirigimos nuestra atención hacia próximos proyectos, donde según los estándares periodísticos tenemos una gran cantidad de tiempo, es decir, tal vez dos días en lugar de uno, o para personajes realmente complejos, tal vez una semana. Pero esa es la excepción a la regla.
¿Qué hay de las cosas que se dice de los escritores de obituarios?
Que somos melancólicos, morbosos, depresivos y hasta obsesionados con la muerte. Creo que las personas que piensan eso claramente no han leído nuestros contenidos. Porque si leyeran nuestros contenidos, es narrativa pura. Y las historias, por supuesto, no son acerca de la muerte, son acerca de la vida. En un obituario de mil palabras, la muerte es solo el gancho. Puede que sea una o dos frases. Así que realmente se trata de la vida.
Algunos pueden argumentar que la causa de la muerte es información innecesaria. ¿Cómo responderías a eso?
Históricamente, la causa de la muerte nunca se informó por consideración a la familia, o se expresó con eufemismos. Así que si un obituario decía que alguien murió de una “larga enfermedad” sabías que eso significaba cáncer, o “corta enfermedad” un ataque al corazón. Curiosamente, uno de mis colegas que se crió en el sur de EEUU dice que, en esa región, si se decía que alguien “murió en su casa” significaba suicidio. Pero debido a que estamos reportando noticias tenemos que tener una lealtad completa a la verdad. Créeme, somos humanos, todos somos buenas personas y no queremos añadir más dolor a las familias en duelo, pero todo el periódico responde a la pregunta “¿Qué pasó?” y los obituarios no son diferentes. Afortunadamente, en estos días la gente está mucho más relajada al hablar sobre el cáncer, ya no es el gran tabú que era hace cuarenta años. Incluso si fue por sida o suicidio.
¿Cuáles son los tipos de obituarios más agradables para escribir?
Los que amamos son los que llamamos “personajes desconocidos en la historia“. Uno que me viene a la mente es el de una mujer llamada Ruth Siems. Era en gran parte una desconocida economista que trabajó para General Foods en su planta en Indiana, alguien que normalmente no hubiéramos escogido, excepto por una cosa: se inventó una receta fácil para hacer estofado. Dios la bendiga. Murió antes de Acción de Gracias. Fuimos capaces de escribir el obituario el miércoles antes de Acción de Gracias de ese año, y por supuesto que hicimos una investigación. Llamé a la compañía, y solo en esa temporada vendieron aproximadamente sesenta millones de cajas de ese producto. Así que esta anónima mujer cambió toda una cultura. He tenido el gran placer de escribir sobre muchas de estas personas. El inventor del Twister, el del Etch-a-Sketch, el del disco volador, el del maniquí de pruebas de choque… todo tipo de gente. ¿No es genial?
¿Cuáles son los criterios que tienes para escribir un obituario a largo plazo? Me imagino que no es solo un factor de importancia, también la probabilidad de morir, ¿no?
Tenemos suerte de estar enfocados en personas famosas, personas importantes que constantemente están haciendo cosas… También estamos atentos si oímos que alguien ha estado en el hospital, ha tenido un accidente o ha estado enfermo. Estas son personas cuyo trabajo es tan vasto, tan rico y tan complejo que no queremos escribir sobre ellos con tan corto plazo de entrega. Y sin embargo nunca se puede estar seguro de cuándo alguien está próximo a morir. Siempre puede ser la estrella de rock que muere joven de una sobredosis. Pero contamos con más de 1.700 obituarios anticipados en el expediente, que tienen cientos de palabras, hasta 10.000. Ningún periodista quiere escribir 10.000 o incluso 3.000 palabras de inmediato. Aunque 3.000, todos lo hemos hecho. Ciertamente lo he hecho.
¿Qué hace que un obituario sea un buen obituario?
En cualquier periódico, los obituarios son la forma más puramente narrativa. Creo que más que la historia del deporte que también es cronológica. Con los obituarios tienes esta bonita estructura narrativa que le da el arco, desde la cuna hasta la tumba. Pero también quieres sorprender al lector al final. Quieres cambiar el orden de las cosas y así. Así que esto es realmente una especie de placer, tomar ese tipo de decisiones artísticas. Es difícil hacerlos con una fecha límite encima, pero es para lo que estamos capacitados. Lo ideal es que tiene que tener vida la escritura, y por encima de todo hay que ser precisos. Una de las mejores cosas de escribir obituarios en el siglo 20 es que se nos permite ser escritores vivos, incluso escritores humorísticos, que es lo apropiado para este trabajo. Estamos muy contentos en decir que, en el New York Times, la de los obituarios es una de las secciones con más contenido del periódico.
Recientemente se publicó un artículo en The Guardian, donde el hijo de Idi Amin escribió solicitando correcciones en el obituario de su padre. ¿Tienes alguna historia similar?
Nosotros todavía tenemos que educar al público y a las familias a que estamos obligados a mostrar a las personas como realmente eran. A veces tenemos familias furiosas que nos llaman, me han llamado puta, mal periodista, me han dicho de todo. Durante los últimos diez años, cada vez que veo que tengo un mensaje, se me revuelve el estómago. Y a menudo es un mensaje ofensivo de la familia.
¿Hay alguna manera de preparar a las familias?
El mejor ejemplo que he escuchado de esto era de mi antiguo colega, Dennis Hevesi. Dennis es el hombre más dulce que ha pisado la tierra, pero también un buen periodista con cuarenta años de experiencia. Se me olvida en qué historia estaba trabajando, pero era claramente una especie de político caído en desgracia que había muerto, y estaba hablando con la familia de ese hombre. Le oí decir muy suavemente, pero también con mucha firmeza: “Sabes, voy a tener que colocar un párrafo acerca de los cuatro meses que tu padre pasó en la cárcel”. Dios le bendiga, él hizo su trabajo. Estoy seguro de que a la familia no le gustó, pero no estamos en el negocio de la veneración, y el mundo no se ha puesto al día con eso porque incluso en el siglo XXI se pueden encontrar obituarios victorianos.
¿Has tenido situaciones en las que entrevistaste a personas para su propio obituario?
He tenido el extraño placer de hacerlo por teléfono. Es la situación más bizarra que puedas imaginar, donde estás llamando a alguien y le dices: “Hola, no me conoces, pero que creo que vas a morir algún día, y nos gustaría hablar contigo para que cuando mueras, un millón de personas puedan leerte”. Así que uno tiene que ser muy delicado, y lo hago, de hecho, diciendo esos maravillosos eufemismos tipo: “Estamos actualizando el archivo biográfico”.