La1
Como cuando un niño se porta bien las últimas semanas del año antes de que lleguen los Reyes Magos, método infalible para asegurarse regalos, Televisión Española quiso rectificar cuando ya era demasiado tarde. Ayer montó un especial digno y más disimulado en el que se optó por una imagen más comedida, pero el daño ya estaba hecho: a ojos del espectador, La1 ya no solo es un sinónimo de manipulación periodística al servicio del gobierno, sino también, y esto es tan o más preocupante, una cadena que ha perdido su conexión con la información política. El televidente ya ha desconectado, en líneas generales, de la televisión pública, pero aún más cuando busca programas de alcance político.
La cobertura especial que ayer dedicó TVE a la jornada electoral vino marcada por dos grandes frentes. El primero, la imagen de Sergio Martín, director del canal 24 Horas, rodeado de mujeres en un plató especial habilitado en las inmediaciones del Congreso. Veías al tipo espachurrado en la silla, encantado de conocerse y saboreando su momento de gloria rodeado de representantes femeninas de los distintos partidos políticos, y te dabas cuenta de que por mucho que se intente moderar la línea editorial hay cosas que nunca cambian: la conexión tardía con la valoración de la encuesta de Íñigo Errejón volvió a levantar sospechas.
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En plató, María Casado afrontó la tarea más informativa, con un respaldo gráfico correcto que, sin embargo, tuvo que hacer frente al gran dramón de la noche en la cadena. Y es que el segundo gran momento de la noche en el ente público no fue televisivo. TVE quiso marcarse una sobrada y se sacó de la manga una encuesta a pie de urna que no dio pie con bola. Se dice que se gastaron –nos gastamos– más de 400.000 euros en una estimación de voto que se quedó corta con el PP y el PSOE y muy larga con Podemos y Ciudadanos. El problema no es que la gente mienta cuando se la encuesta al salir de los colegios electorales, sino que una televisión pública se gaste tanta pasta encargando una muestra que, como todas las muestras de este tipo, tiene una dudosa concepción de la fiabilidad.
La Sexta / Antena 3
Antonio García Ferreras se convirtió en el gran triunfador televisivo de la jornada. La cosa viene de lejos: en esta campaña electoral, como también en el último año y medio, La Sexta ha sabido ver que hay un nicho de mercado en la información y el debate político. Y lo ha aprovechado. Es cierto que desde una óptica muy orientada a la tertulia-espectáculo, al show, los gritos y los colaboradores estrella, pero lo que cuenta es que hoy por hoy el telespectador cuando sabe que hay un acontecimiento político ya tiene La Sexta como su primera y más clara opción.
El especial de Ferreras y Ana Pastor se basó en tres grandes sectores. El primero, la mesa de tertulia, con sospechosos habituales como Eduardo Inda, Xavier Sardá o Ignacio Escolar. En noches así uno prefiere este perfil de tertulianos impostados, exagerados y cien por cien televisivos que otras opciones más serias y rigurosas pero infinitamente menos llamativas como concepto de entretenimiento catódico. El segundo, el plató giratorio con políticos y estudiantes de periodismo. La típica tontería made in Sexta: ese empeño casi desesperante por darle entidad y empaque periodístico a sus propuestas, algo así como un intento de enmendar o compensar el hecho de que tengas a Inda o Sardá en la mesa principal.
Fue el tercero el que más éxito y réditos le dio a la cadena: el pactómetro. Tenía Ferreras una aplicación de Tablet que le permitía ir sumando escaños de las distintas fuerzas para teorizar sobre posibles pactos. Una movida más adictiva que World of Warcraft: Ferreras parecía el gestor de Cristiano Ronaldo sumando facturas, dándole vueltas una y otra vez a las probabilidades de alianzas, como si la pantalla táctil tuviera un poder magnético irresistible. Pasaban las doce de la noche y Ferreras seguía dale que te pego a las sumas, cuando ya nos habían quedado muy claras las combinaciones y sabíamos de memoria la suma de escaños.
Mención aparte, eso sí, para la pobre corresponsal que La Sexta tenía en la sede de UPyD. La vimos una vez en el formato multipantalla, justo al inicio del programa especial, y ya en ese momento nos preguntamos de quién había sido la brillante idea de destinar una reportera a ese tanatorio político. Tras conocer los resultados de la encuesta ya no volvimos a verla más en toda la noche. Visualizo ese momento en que avisa a toda la familia que esa noche participa en el especial elecciones de La Sexta y se me cae el mundo encima.
Antena 3, por su parte, jugó el papel de complemento. No deja de ser curioso que cuando se trata de información política Antena 3 parece la cadena filial de La Sexta, también en su puesta en escena y contenido. Pero a su favor hay que decir que se había guardado un as en la manga de muchos quilates: la presencia de Manuel Campo Vidal como tertuliano estrella. Brillante e inteligente idea: no solo porque todos teníamos el aliciente de verle hablar –hablar, a secas– sino sobre todo por saber qué diablos opina este hombre. Así, en general. Saber si es humano, si lleva bien el proceso de descongelación. Campo Vidal habló más ayer en diez minutos que en las dos horas y cuarto del careo entre Sánchez y Rajoy de la semana pasada, lo que confirma, aún más, el atraco monumental de ese cara a cara.
Telecinco / Cuatro
Lo de Telecinco y la política es como las comidas en casa de los suegros: solo vas cuando no queda más remedio, cuando es absolutamente obligatorio. Y vas a regañadientes, con la cara mustia y refunfuñando. El especial de Pedro Piqueras ayer fue algo parecido. Paolo Vasile decidió gastarse lo puesto en un programa que se la traía al pairo y que emitía porque había que hacerlo: grafismo de estar por casa, muy pocos tertulianos invitados, puesta en escena austera y ganas de finiquitar cuanto antes el paripé. La comparecencia de Pablo Iglesias les pilló en publicidad, pero tampoco les importó demasiado.
En realidad, tanto a Vasile como a la plana mayor de televidentes de Telecinco, les resbalaba bastante lo que estaba contando Piqueras y solo esperaban que salieran Rajoy y Sánchez a hablar para poder conectar de una vez por todas con el plató de “Gran Hermano 16: El debate”. Como cuando se canceló la emisión de “Mujeres y hombres y viceversa” por el trágico suceso del avión de Germanwings, ayer los hooligans de Mediaset también pusieron el grito en el cielo por el retraso con el que arrancó el debate que les interesaba de verdad, el debate con Jordi González, Han e Ylenia.
En defensa de Vasile, hay que decir que si tienes Cuatro para estos menesteres menos frívolos se entiende que te joda vivo tener que ocupar también la franja del prime time en un tema que te resbala y que, además, sabes que te dará poca audiencia: ¿quién en su sano juicio acude a Telecinco en una jornada como la de ayer? En la cadena hermana de Mediaset se limitaron a hacer una prolongación del programa matinal diario, “Las mañanas de Cuatro”, presentado también por Javier Ruiz, con resultados más que correctos. Un sólido equipo de contertulios –Cristina Fallarás, Ernesto Ekaizer o Elisa Beni– y una impecable pareja de presentadores –Ruiz y Verónica Sanz– consiguieron mejorar la propuesta de su cadena hermana.
13 TV
En noches como la del 20-D, es una bendición que existan cadenas como 13 TV. En realidad, lo de 13TV ayer es como cuando pierde el Real Madrid y los aficionados del FC Barcelona van en masa a ver los programas de Josep Pedrerol. No buscas tanto la información, el despliegue de medios o el espectáculo televisivo como las reacciones de sus presentadores y tertulianos. La rabia. El hundimiento. La mala leche. Buscas analistas rotos y contrariados por los resultados. Y por supuesto buscas ese momento en que alguien paga los platos rotos: para 13TV, que contó con Alfredo Urdaci, Carlos Cuesta y Antonio Jiménez como buques insignia, el gran perdedor de la noche estaba claro, y no fue otro que Albert Rivera, contra el que descargaron toda su ira. Música para nuestros oídos.