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Reunirnos a cocinar vía Zoom ayuda a mi familia a sobrellevar el duelo

hombre cocinando vía zoom con su familia

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Todos tienen un punto de partida diferente para el momento en que este año se arruinó. Algunos podrían considerar que fue el día en que su liga deportiva favorita canceló la temporada próxima a iniciar. Otros podrían pensar que fue el día en que sus empleadores los enviaron a trabajar desde casa indefinidamente, lo que para los empleados de VICE fue desde el 9 de marzo. Es casi un hecho universal que las personas señalan, un poco en broma, algún momento del 2020 como el comienzo del fin del mundo, como el punto en que todo cambió irreversiblemente.

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Mi punto de partida llegó un poco antes, el 31 de enero de 2020, el día en que mi tía Jeanette murió repentinamente en su casa de Sugarland, Texas. Una parte irremplazable de nuestro mundo familiar se terminó ese día. Su muerte parece ser lo único que ha sucedido este año, además de las protestas de Black Lives Matter y una pandemia que, hasta ahora, ha resultado en más de 162,783 muertes tan solo en los Estados Unidos.

El 1 de marzo, alrededor de las 10 p.m. me encontraba en el Aeropuerto Internacional de San Francisco (SFO), esperando abordar un vuelo de regreso a Nueva York después de asistir al servicio fúnebre de mi tía en el Área de la Bahía. Se trató de una pequeña reunión en un restaurante en Oakland para los familiares y amigos que no pudieron para asistir a su funeral en Texas. En la televisión de nuestra sala de abordaje el canal que estaba sintonizado era CNN, y en la parte baja de la pantalla había un cintillo digital que decía algo sobre un virus. No le presté mucha atención, y luego de abordar me dirigí a mi asiento, uno de los de en medio, y me quedé dormido con la boca abierta. En retrospectiva, este parece ser un comportamiento extremadamente riesgoso; si hubiera sabido lo que sé ahora, habría usado una mascarilla y también habría pagado más para no sentarme en los asientos de en medio.

Jeanette era una figura matriarcal en nuestra familia, poseía una pequeña empresa y era maestra y consejera profesional con licencia. Su fe era extremadamente importante para ella, y siempre se enorgullecía de su familia y amigos, por lo que enfatizaba continuamente la importancia de mantenerse en contacto, incluso si no era posible estar juntos físicamente. Esto era un desafío para una familia originaría de la India que luego se dispersó por los Estados Unidos.

Ella era también una excelente cocinera. En los años 90, junto con su hermana, Annabelle, abrió un exitoso deli-bistró en California llamado Amelia’s. El deli-bistró introdujo ingredientes indios, como el pollo tandoori y la salsa chutney, entre los productos básicos del Área de la Bahía, como el pan tigre holandés. En ese momento, estos eran conceptos más radicales de lo que son ahora; pero incluso entonces, los trabajadores del campo tecnológico abarrotaban el lugar para disfrutar estos sabores, antes de regresar a trabajar a sus enormes computadoras color beige. (El primer bistró Amelia’s estaba cerca de una oficina de Sun Microsystems).

En las pocas ocasiones que visité el bistró cuando era pequeño, mi orden siempre era la misma. Pedía un sandwich BLT (tocino, lechuga y tomate), y mi tía Jeanette sugería que probara algo menos aburrido. Había opciones magníficas, me decía ella, como el pollo tandoori o el sandwich de lengua. Me negaba a probarlos y terminaba con mi BLT de cualquier forma, con el consuelo de saber que mi hermana pequeña pediría y un “BLT sin tocino”.

Mi paladar se volvió más aventurero con el paso del tiempo. En cualquier viaje para visitar a Jeanette, podíamos regresar en un avión con un sándwich de lengua de res inmaculadamente embalado, si así lo solicitábamos. Su pan de plátano era tan bueno y apreciado en nuestra familia, un producto valioso envuelto como un ladrillo de aluminio, que me resultó confuso cuando más tarde descubrí que otras personas usaban este manjar como una forma de salvar los plátanos que ya estaban a punto de echarse a perder.

Poco después del funeral, el esposo de Jeanette, Sri, creó un grupo de WhatsApp para asegurarse de que nuestra familia se mantuviera en contacto cuando regresáramos a nuestros diversos rincones del mundo. Finalmente, comenzamos a tener videollamadas semanales los domingos, a través de Zoom. Al principio, estas llamadas eran una extensión de su memorial. Compartíamos nuestras historias favoritas y hacíamos planes tentativos para cuando nos reuniéramos de nuevo, planes que desde entonces hemos tenido que reprogramar debido a las restricciones por el COVID.

Luego le dimos un giro a nuestras videollamadas y empezamos a preparar conjuntamente algunas de sus más populares recetas, para lo cual, en nuestro grupo de WhatsApp, hacemos una lluvia de ideas sobre qué cocinar el domingo. Mi tío John comparte una receta con una opción vegetariana y una no vegetariana, y todos se conectan a la videollamada el domingo, con todos los ingredientes ya dispuestos, listos para cocinar. La videollamada semanal ahora se completa con una lista de reproducción de Spotify y una combinación de cócteles. Actualmente también estamos en el proceso de recopilar las recetas de Jeanette para hacer un libro de cocina que también sirva de memorial para ella. En la recopilación se encuentran los éxitos de Amelia’s Deli, como el pan tigre holandés y el pollo tandoori; clásicos indios como la chana masala y el curry de camarones; y éxitos diversos como su chop suey americano. Un platillo imprescindible que no hemos logrado dominar colectivamente es el sorpotel; el cerdo a la especia tandori masala es un platillo para el desayuno de primer nivel, junto con un huevo frito y un rollo fresco, y era uno de los platillos más solicitados de Jeanette.

Nuestra familia es como un canal de circuito cerrado de comida india, uno con el que puedo identificarme de manera directa, mucho más que con cualquier nuevo reality show indio en Netflix. Juntos preparamos otros platillos favoritos de la familia, como las tortas de papa de la India, un platillo que mi difunta abuela (la madre de Jeanette) hacía al triturar unas papas y con esa pasta formar una torta, que luego rellenaba con carne picada (o verduras). Este platillo de preparación minuciosa, que muchos de nosotros evitamos por su laboriosidad, ahora decidimos prepararlo con empeño, incluso con felicidad.

Las reuniones semanales para cocinar, a las que asisten familiares en California, Washington, Texas, D.C., Indiana, Connecticut, Nueva York y Mumbai, son una forma de conectarnos con un propósito. La conversación varía, hablamos de las noticias nacionales de la semana y los acontecimientos locales en nuestros respectivos vecindarios. Celebramos los cumpleaños recientes, y los bebés se asoman súbitamente a la cámara, o le gruñen como si fueran tigres, o incluso ayudan con la preparación de los alimentos.

El proceso de armar un libro de este tipo es mucho más complicado de lo que había imaginado: hay que ordenar docenas de recetas, usando una combinación de unidades de almacenamiento, documentos y hojas de cálculo compartidos; debemos pensar en el diseño físico de cada página y buscar un proveedor para imprimir un libro reall. ¿Cómo organizas las recetas? ¿Quién cocinará qué? ¿Todos tienen un teléfono con una cámara que pueda tomar buenas fotografías de la comida? ¿Cuán ampliamente debemos compartir el libro? Sentimos el instinto de conservar al menos algunas recetas exclusivamente para nuestro círculo, pero no estoy seguro de si todos estamos de acuerdo en ese punto. Tendré que mencionarlo en una de las próximas videollamadas.

Ya que no es posible ver físicamente a la mayor parte de mi familia, estos mensajes y videollamadas por Zoom me proporcionan una cierta sensación de cercanía y propósito.

Espero con ansias nuestras sesiones de cocina dominicales, la cuales nos proporcionan una sensación de cercanía ahora que no podemos vernos físicamente. La videollamada semanal es el único evento constante y recurrente con el que puedo contar, sabiendo que lo disfrutaré y que habrá un resultado delicioso en ambos lados de la pantalla. Cuando puedo compartir uno de los platillos dominicales con un amigo u otro miembro de la familia, siento que estamos honrando a Jeanette. Su chutney fue un éxito con la mamá de mi novia, y un amigo disfrutó las tortas de papa en un paseo con distanciamiento social que dimos por un parque en Brooklyn.

No estoy promoviendo el uso de Zoom, simplemente es la manera más sencilla de reunir a una docena de miembros de la familia. Es uno de los casos en los que no meto las manos y simplemente dejo que la corriente de la conveniencia me lleve a un océano de privacidad comprometida. Mi padre, que es el hermano menor de Jeanette, me dijo que le entristece que no hayamos hecho estas sesiones de cocina vía Zoom cuando Jeanette estaba viva, ya que es exactamente el tipo de cosas de las que a ella le encantaba ser parte. Le encantaba cocinar, organizarse y conversar con nuestra familia, y esta actividad requiere de esos tres elementos.

Mi tía significó mucho para mí, pero hay otras personas en mi familia para las cuales esta pérdida es indescriptiblemente más dolorosa. Es algo que parece insensible de decir, pero sería incorrecto omitirlo. Mi papá le llamaba casi todas las noches mientras conducía a casa desde el trabajo; la terrible pérdida que significa para su esposo y sus dos hijos es una que solo puedo imaginar. Pero mi tía se aseguró de decirnos a todos repetidamente lo importante que era estar juntos y cuánto disfrutaba que eso ocurriera. Si yo iba a visitar a su hija en la Bahía o a su hijo en Seattle, ella nos decía lo felices que estaríamos juntos, incluso cuando ella no estuviera allí. Y yo le decía, en broma, que sentía que me estaba dando crédito por hacer algo que yo de por sí quería hacer. Y mientras espero con ansias el próximo domingo, siento una pequeña alegría al saber que ella estaría feliz de que estemos cocinando juntos.