Artículo publicado por VICE Colombia.
El fin de semana que acaba de pasar, la vicepresidenta de la República, Marta Lucía Ramírez, volvió a demostrar por qué no representa a las mujeres colombianas.
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El pasado 30 de noviembre, la columnista Catalina Ruiz Navarro publicó su habitual columna en El Espectador, esta vez titulada “Gracias por nada, presidente Duque”. En el texto, Catalina expuso varias razones por las cuales cree que este Gobierno en realidad no ha representado un avance para los derechos de las mujeres y la equidad de género en Colombia.
Entre ellas están el gran pajazo mental de nombrar un gabinete ministerial paritario o el discurso de “La Mujer” en el que insiste Duque, un concepto que, según Catalina, significa “una entidad metafísica y monolítica, (…) un dechado de bondad como la Virgen María, laboriosa como una hormiga u otros insectos, más inteligente y mejor en todo sentido que los hombres, pero sin cara, sin nombre ni apellido y, por supuesto, sin poder”.
Esa misma mujer es a la que Duque se refiere cuando dice que quiere que nosotras progresemos sin sentirnos discriminadas o violentadas, así como ha repetido varias veces su vicepresidenta. Pero Catalina le aterriza ese deseo, pues hace falta mucho más que eso para lograr combatir este sistema que nos ha oprimido —que nos sigue oprimiendo— durante toda la vida.
Catalina menciona violencias estructurales, como los obstáculos educativos, que van desde el acoso sexual hasta el embarazo adolescente; o el hecho de que hace tan solo unas semanas la Corte Constitucional discutía si se restringían las tres causales de aborto, cuando lo que necesitamos en realidad son políticas públicas en educación sexual y la opción de un aborto libre, seguro y gratuito para todas.
Finalmente, Catalina le pide al presidente que, frente a la ausencia de políticas de género por parte de su Gobierno, al menos implemente el acuerdo de paz, cumpliéndoles si quiera a las mujeres del campo: esas personas que le pusieron el pecho a la guerra, esas mujeres cuyos cuerpos fueron territorio para el conflicto durante muchos años.
Al día siguiente, Marta Lucía Ramírez le respondió a la columnista.
En vez de debatirle con argumentos, apeló primero a Dios, pidiéndole que nos librara del “odio y la amargura”. Luego habló de una entidad abstracta, como “mujeres de verdad”. Y finalmente, se refirió a la categoría contraria, es decir a las “mujeres amargadas”, haciendo una clara insinuación contra la columnista.
¿Qué quería decir Marta Lucía con eso? ¿Que Catalina Ruiz Navarro es una mujer amargada por criticar el Gobierno de Duque?
Para Catalina no debe ser nuevo el hecho de que la llamen “mujer amargada” o similares. Probablemente también le han dicho “bruja”, “mal cogida (un favorito personal mío)”, “abortera”, “cansona”, “gritona”, “cantaletuda” y, obviamente, no puede faltar el clásico “feminazi”, un término que, por cierto, la Real Academia de la Lengua acabó de agregar al Diccionario como palabra válida, en vez de aprobar amigues o amigxs, como parte del lenguaje incluyente.
Amargada. Feminazi.
Apelar a estas ofensas, que a muchas de nosotras nos dan risa, es la forma más sencilla de minimizar el feminismo. Es el recurso más rápido (y, tristemente, muchas veces el más efectivo) para hacer patente una caricaturización de nuestras críticas, de nuestros discursos, de nuestras marchas; de manifestaciones y luchas para lograr derechos básicos, como que no nos maten, por ejemplo.
En alguno de los tweets suscitados por el debate, una usuaria le dijo a Marta Lucía que reducir a una mujer crítica diciéndole “amargada” era el triunfo patente del pensamiento patriarcal. Y sí.
En vez de debatir mencionando hechos concretos (pudo haber sido una oportunidad para restregarnos sus labores concretas en la Vicepresidencia durante estos últimos meses, pero al parecer no había un logro específico con el que pudiera debatir), la primera defensa de la vicepresidenta fue Dios, una figura que se convirtió en el escudero favorito de este Estado (laico): como cuando, la semana pasada, nuestro honorable fiscal Néstor Humberto Martínez dijo en pleno Congreso que Dios le había entregado los audios con los que se defendió ese día de todo el escándalo de corrupción del que lo están acusando.
Luego de eso, Marta Lucía sacó de contexto un término que Catalina usó en la columna: el de “mujeres de verdad”, con las que, según la vicepresidenta, trabaja para que se realicen y no sean víctimas de violencia. Pero luego de eso, la misma vicepresidenta violenta a la columnista con lo de “mujeres amargadas”.
Es decir: ¿las mujeres amargadas, como Catalina, o como yo, no somos mujeres de verdad? ¿Las mujeres amargadas no tendríamos los mismos derechos? ¿No deberíamos ser aceptadas? ¿O es que no nos deberían escuchar porque no somos mujeres de verdad? ¿Estaba excluyéndonos Marta Lucía Ramírez a las mujeres amargadas cuando se posesionó como vicepresidenta?
Pues siendo así las cosas, hacen falta más mujeres amargadas en Colombia. Mujeres que, como Catalina Ruiz Navarro, o como Carolina Sanín, o como María José Pizarro, Claudia López, Ángela María Robledo, Angélica Lozano, Aída Avella o Victoria Sandino, no les tiemble ni la pluma en la mano para publicar, ni la voz en la garganta frente al atril en la Cámara y el Senado para salir a denunciar todas las violencias, inequidades y opresiones a las que somos sometidas a diario y durante todas nuestras vidas.
Es decir, hacen falta mujeres que no callen nunca frente al aumento de los feminicidios en varios departamentos del país, a la falta de balance en los salarios entre hombres y mujeres de este país, a los cientos de miles de mujeres pobres colombianas afectadas por los impuestos a las toallas higiénicas, a las miles de estudiantes afectadas de tantas formas por el latente acoso en colegios y universidades, a la infantilización eterna de las mujeres que triunfan en diferentes disciplinas, como las “niñas” del Atlético Huila, que acabaron de ganar la Copa Libertadores femenina…
A diario nos toca todo esto. Lo vemos, lo escuchamos, lo leemos. Todos los malditos días de nuestras vidas, y a veces pareciera que nada cambia. ¿Cómo no estar amargadas, querida vicepresidente?
Y entonces, cuando apuntamos al problema, cuando señalamos que estas situaciones no son aisladas, sino que hacen parte de una violencia estructural contra nosotras que no cesa, cuando hacemos la crítica y miramos de frente a la agresión y muchas veces al agresor, ¿es ahí cuando usan el arma barata del término despectivo, de la neutralización lingüística? Pues, sí: con eso nos invalidan frente a la audiencia, presencial y virtual, desvían la atención de lo que estamos señalando con su ofensa.
¿O cuántas veces no recuerdan haber visto a alguien criticando o mandando a callar a Claudia López en el Senado porque es “muy gritona”? ¿Cuántas veces no recuerdan que la mandaban a callar por “amargada” cuando intentaba hacer cosas como responderle a los corruptos de este país o pasar una consulta anticorrupción en el Congreso?
Más de una, estoy segura.
Por el contrario, el hombre crítico es inteligente; el hombre que grita es fuerte, recio. Las mujeres que lo hacemos, en cambio, somos amargadas, showseras. ¿Ya van viendo por dónde va la cosa?
¿Cómo no seguir amargadas, vicepresidenta Ramírez, si el IVA que le van a clavar a la canasta familiar va a afectar de primeras a las madres pobres que son cabeza de familia? ¿Cómo no amargarse cuando a las mujeres en la ruralidad las han utilizado como botines de guerra durante décadas en este conflicto que amenaza con volver? ¿Cómo no amargarse la existencia cuando la economía del cuidado —el trabajo no remunerado que las mujeres hacen en el hogar— no es reconocido monetariamente por el Gobierno de este país, a pesar de contribuir al PIB de Colombia?
Al parecer la vicepresidenta y este Gobierno prefiere vernos pobres, acosadas, violadas, golpeadas, oprimidas y muertas, antes que amargadas.
Pero sigan llenándose la boca con su gabinete paritario y con Marta Lucía Ramírez en la vicepresidencia. ¿Hasta cuándo entenderemos que de nada nos sirve que la mitad del gabinete ministerial de este país sean mujeres, si no tenemos ni a media mujer feminista entre ellas? Marta Lucía, como otras, solo replica la violencia y la camandulería machista contra la cual luchamos las amargadas.
Ay, Ángela María Robledo: la tusa por no tenerte en la Vicepresidencia no se me ha pasado.