Estás en un bar con un amigo con el que disfrutas tomando una cerveza tranquilamente, habéis hablado de cómo ha ido la semana, os estáis poniendo al día de cómo estáis, y te comenta “me sabe mal decirte esto, pero creo que tu pareja no te conviene deberías dejarla”, o un “me cuesta comentarte esto, porque me sabe mal, pero deberías cambiar de trabajo, te veo muy estresado”, o tal vez “no sé cómo decírtelo, porque me sabe muy mal, pero creo que estás bebiendo en exceso”.
Y te encuentras allí con aquel comentario que te ha transmitido sin preguntarte si querías escuchar una interpretación suya de una parcela de tu vida, sin pedirte permiso para opinar sobre tu vida personal, y posiblemente sin ni siquiera haberse fijado en tu expresión no verbal diciéndole que no querías escuchar aquello que te iba a decir, pero que anticipabas que no te gustaría con ese “me sabe mal decirte esto”.
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Ahí lo tienes, tu amigo te ha explicado algo sobre ti basándose en una opinión suya sobre algo que no haces como él o ella cree que deberías hacer, una confesión que cree trascendental y que piensa que necesitas saber.
¿Cómo le dices que no quieres hablar de este tema?, ¿que la próxima vez que quiera decirte algo sobre ti que te pregunte si quieres saberlo, que no te parece suficiente ese “me sabe mal” para justificar su conducta?, ¿que no estás de acuerdo con el comentario que te ha hecho con su mejor intención, supuestamente?
Impactado por la rabia y la sorpresa, posiblemente te plantees que esa intención no era tan buena, que no tenía la finalidad de ayudarte, que no tenía el objetivo de abrirte los ojos, sino un interés más propio, un deseo de querer expresarlo, de no poder sostener aquello que nos quiere decir, o incluso de hacerte ver que tu vida no es tan perfecta.
Si piensas en ello acaso te sientas culpable, si le dices a tu amigo lo que piensas quizás te sientas culpable, si le dices a tu amigo lo que piensas él posiblemente se sentirá culpable, si te lo dice, tú sumarás más culpa, y si respalda su comentario en aquel “me sabe mal” aún más culpa, si cabe.
Cuando realizamos un juicio sobre la vida de alguien estamos entrado en un terreno pantanoso, en un espacio en el que podemos dañar al otro aunque sea con nuestra mejor intención. Escuchar nuestro comentario puede provocarle sorpresa, estupor ,rabia, resentimiento, rencor aunque también podria sentir gratitud y agradecimiento entre otras emociones y sentimientos, y aunque esta no es una gestión que nos compita a nosotros sí que lo es el ser conscientes del impacto que nuestra conducta puede tener.
“Hacer un juicio sobre la vida de alguien sin pedirle permiso y excusar tu comentario en un “me sabe mal” puede ser una conducta algo narcisista, egocentrada y manipuladora”
Hacer un juicio sobre la vida de alguien sin pedirle permiso y excusar tu comentario en un “me sabe mal” puede ser una conducta algo narcisista, egocentrada, manipuladora, e incluso con cierta victimización. Justificar nuestra conducta no evita el daño que puedas provocar, únicamente niega el mal en el que puedes estar incurriendo, lo excusa, minimiza tu sentimiento de culpa y quizás pretende evitar ponerte en una situación de estar en deuda con el otro por el malestar provocado. Además de que te libra de esperar o luchar por un perdón que tiene que llegar del otro, sino esta de acuerdo con lo que has hecho y tu quieres reparar el dolor causado.
Si quieres decirle algo a alguien acerca de su vida pídele permiso para hacerlo, si no quieres hacerlo puedes mantener tu opinión en tu privacidad aunque también puedes hablar con él asumiendo todo lo que se pone en juego.
Poder reflexionar y deliberar acerca de expresar nuestra opinión afrontando las consecuencias es símbolo de madurez psicológica. Decidir que vas a compartir tu visión responsabilizando de ella, sin ese “me sabe mal”, te puede colocar en otra esfera que tiene que ver con manejar la culpa que puedas sentir. Ojo la culpa la puedes sentir ya sea por omisión o por comisión.
Si sientes culpa, es importante responsabilizarte de ella, escucharla y deliberar. Si la culpa es anterior a la acción, puedes pensar qué dicen sobre ella los valores, las creencias e ideales que quieres sembrar y decide. También puedes observar si ese sentimiento de culpa tiene que ver con tu criterio o está relacionado con las normas morales de la familia y de la sociedad en la que te han educado.
Un niño nace en un estado de inconsciencia sobre el bien y el mal, tiene una posición anterior a las normas, y es en su camino evolutivo cuando la va integrando. Si la culpa decide por ti, no estás siendo libre para decidir responsablemente sobre tus acciones.
“Poder reflexionar y deliberar acerca de expresar nuestra opinión afrontando las consecuencias es símbolo de madurez psicológica”
Si la culpa es consecuencia de un acto, pregúntate si lo hecho para ti es correcto o no, independientemente del sentimiento. Si bajo tu criterio has actuado de buena manera, transita la culpa, convive con ella, acompáñala y poco a poco se irá diluyendo, y si puedes entenderla, mejor. Si consideras que has actuado mal, pregúntate si para ti tiene sentido pedir perdón, si es necesario reparar el daño causado. Puede que la respuesta sea afirmativa y que eso te lleve a buscar una acción en esa dirección. Además de reparar la acción, experimenta la emoción, piensa que hacerlo te ayudará a disminuir los errores y a desarrollar interés en mejorar.
Hagas lo que hagas, piensa y decide qué hacer con el sentimiento de culpa; lo que no ayuda es regodearte en él, castigarte, flagelarte como un mártir. Tampoco lo ignores, porque se irá amontonado y tu cuerpo de alguna manera u otra lo irá expresando.
Como dice la psicóloga Carmen Duran, “las reglas morales son necesarias para el buen funcionamiento de cualquier grupo; y el sentimiento de culpa, con su delimitación de lo bueno y lo malo, sirve para que se cumplan. Sin embargo, el desarrollo humano no se daría si nadie se atreviera a transgredir las prohibiciones, pues supone ser capaz de afrontar la culpa y no dejar que nos paralice”.
Otro cosa: en tu día a día intenta ser más veraz, deja de mostrarte como una persona correcta, olvídate de ser lo que se espera y sé lo que eres, y cuidándote a ti cuida al otro, pregúntale por todo aquello que quieras decirle sobre él y entonces ya no necesitarás ese “me sabe mal”. Lo humano es todo, poder mostrarnos de manera natural, con nuestras luces y sombras, y eso permitiría a los demás también poder hacerlo y poder integrar nuestros errores como algo cotidiano del ser humano.
Ah, y si leéis por ahí artículos que os dicen “qué hacer para no sentirse culpable”, no hagáis caso, porque sobre todo es importante recordar que no escogemos cómo nos sentimos, sino lo que podemos hacer con ello.