Música

Miren arriba, estoy en el Cielo: Cómo David Bowie se despidió del mundo con ‘Blackstar’

Hace una semana creí estar escribiendo una reseña del excelente nuevo disco de David Bowie, Blackstar, el cual deberían de comprar si no lo han hecho aún. Iba a enfocarse en la resurreción, los rumores de su muerte que circulaban alrededor del lanzamiento anterior de Bowie, The Next Day, y los huevotes que se necesitaban para regresar de eso con un sencillo titulado “Lazarus,” en honor al hombre muerto que Jesús increíblemente resucitó en el Evangelio según San Juan. Pero una vez más, Bowie jugó con nosotros. Me desperté ayer a la mitad de la noche, con una tristeza profunda, para enterarme de la muerte de David Bowie, y fue ahí que me di cuenta que Blackstar era sin duda una poderosa declaración, pero no la que yo esperaba.

“Su muerte no fue muy diferente de su vida —una pieza de arte,” dijo su longevo productor y amigo Tony Visconti en Facebook. “Hizo Blackstar para nosotros, su último regalo.” Tras compartir algunos momentos favoritos de la intimidante discografía de la leyenda con mis amigos, decidí escuchar el nuevo álbum una vez más, y me sacudieron lo obvias que eran sus intenciones. Blackstar es literalmente un performance sobre la muerte, un showman caminando una última vez entre el público hacia ese punto final en el que todas las vidas se cruzan. Es temerario pero reconfortador; si está en paz con cómo termina su historia, nos da la fuerza para sentirla también.

Videos by VICE

Los mejores puntos de entrada al mundo de Blackstar son los dos seductoramente obtusos videos para “Blackstar” y “Lazarus.” En el primero, una mujer en otro planeta encuentra el cadáver de un astonauta náufrago (¿Starman?) y extrae un cráneo incrustado con joyas que tiene efectos extraños en los locales, causando que lo que queda del esqueleto se vaya a la deriva hacia un sol negro. “Something happened on the day he died,” canta Bowie. “Spirit rose a meter and stepped aside / Somebody else took his place and bravely cried.” El saxofonista de Blackstar, Donny McCaslin, dice que le dijeron que la canción era sobre ISIS, pero es difícil no verla como un reto de parte del artista hacia un sucesor, para que se levante y continúe su lucha cuando este ya se haya ido.

“Lazarus” reduce bastante el tema intergaláctico, y más bien se enfoca en Bowie, mientras se retuerce en lo que parece ser una cama de hospital, bailando de una manera en la que en la toma parece que está levitando. “Look up here, I’m in heaven,” es como comienza. Y después: “This way or no way, you know I’ll be free / Just like that bluebird, oh, ain’t that just like me?” La canción también es el tema principal de un musical off-Broadway estelarizado por Michael C. Hall de Dexter como un anciano y deprimido Thomas Newton, el ser extraterrestre del clásico de 1976 de Bowie The Man Who Fell to Earth. Quizá, mientras que la historia del Lázaro del Nuevo Testamento se enfoca en un cuerpo que se libera de los confines de la muerte, la interpretación de Bowie, tanto en la canción como sobre el escenario, invierte las propiedades, liberando el espíritu de las cadenas de su ancla mortal.

Es obscuro, pero la magia de Blackstar es el balance que tiene entre estas densas meditaciones sobre la mortalidad y la fresca levedad con la que se analizan, lleno de alusiones literarias. “‘Tis a Pity She Was a Whore” y “Sue (Or in a Season of Crime)” rehuyen del tema principal y más bien adaptan la obra del Renacimiento ‘Tis a Pity She’s a Whore, y “Girl Loves Me” es un track de hip-hop cantado principalmente en la jerga inventada en La naranja mecánica de Anthony Burgess. Pero cuando esta última regresa al inglés al fin del primer verso, Bowie dice “I’m sitting in the chestnut tree / Who the fuck’s gonna mess with me?” The Chestnut Tree Cafe es el lugar en el se reúnen los criminales mentales en el libro 1984, y el sitio en el que el protagonista Winston Smith se sienta al final de la novela, anticipando tranquilamente una bala en la cabeza. (Bowie nombró al clásico de Orwell como uno de sus 100 libros favoritos en la edición de Toronto de su exposición itinerante David Bowie is, en el 2013.) Esta escalofriante paz es el corazón latente de Blackstar; como Bowie canta en “Lazarus,” “I’ve got nothing left to lose / I’m so high it makes my brain whirl.” Caminó por las puertas de la muerte tan audazmente como lo hizo por los valores tradicionales y los roles de género.

En las últimas dos canciones de Blackstar, Bowie intenta brindarle esta calma a sus escuchas, y como resultado tenemos la despedida más directa que un fan podría pedir de su artista favorito. Tanto “Dollar Days” como “I Can’t Give Everything Away” evocan el deseo del hombre de seguir luchando pero al mismo tiempo reconocen la imposibilidad de hacerlo: “If I never see the English evergreens I’m running to, it’s nothing to me, it’s nothing to see.” El acto final del Thin White Duke termina con un delirante solo de guitarra que hace referencia al punteo de guitarra de Robert Fripp en “‘Heroes’”, una adecuada nota final de parte de un héroe cuyo regalo más grande fue enseñarnos a nosotros a ser nuestros propios héroes.

Esta semana David Bowie cambió de piel una vez más, sólo que en esta ocasión no sólo dejó atrás ropas o un sonido. Dejó atrás su cuerpo y se convirtió en la idea que habitó ese cuerpo, el sentimiento de que puedes ser cualquier cosa que tu corazón desee, incluso si ese deseo cambia de un día a otro, y que si el mundo no lo entiende al principio, entonces tendrán que terminar entendiéndolo si tú haces el suficiente ruido posible. Blackstar lleva ese mensaje un paso más allá: Ni la muerte puede detenerte si vives lo suficientemente grande y amas lo más que puedas. David Bowie nos dejó con una vida llena de recuerdos y música, y aunque ya se ha ido de manera física, su voz va a durar para siempre.

Craig desea que Bowie se hubiera podido quedar más tiempo. Síguelo en Twitter.