En mi viaje por Sudamérica, escuché susurros, rumores y recomendaciones de un lugar llamado Route 36. Según algunos, y con “algunos” me refiero a las personas que les encanta poner cocaína altamente pura en sus narices, es tan esencial como Machu Picchu en el itinerario de cualquier viajero que va de mochilazo.
Route 36 es un bar ilegal ubicado en La Paz, Bolivia, donde te sirven cocaína por gramo en bandeja de plata junto con el coctel de tu preferencia. Y al parecer todo el mundo sabe sobre él, así que es lógico sospechar que sigue abierto gracias a la corrupción.
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Y claro, aunque todos saben que existe, son pocos los que saben dónde está. Después de hacer que tres taxistas se pusieran pálidos, por fin encontramos al indicado. “¿Nos puede llevar a Route 36 por favor?”, le preguntamos. Nos cobró 15 bolivianos (34 pesos mexicanos) y nos llevó a nuestro destino. El único obstáculo en nuestro viaje fue la barricada que tuvimos que evadir.
La policía estaba cuidando la plaza principal de La Paz porque dos semanas antes se manifestó un grupo de mineros de otra ciudad que exigían inversión. Un día antes de nuestra aventura en el taxi, a finales de julio, las manifestantes expresaron sus peticiones con explosiones de dinamita en plena calle. Así se vive en La Paz desde hace algunos años; los turistas disfrutan de los servicios locales de drogas artesanales mientras la población se manifiesta a cada rato, desde soldados que piden mejores condiciones de trabajo hasta discapacitados que piden un mejor servicio de salud social.
Mientras recorríamos las afuera de La Paz para evadir la barricada, el taxista me explicó que la mayoría de la cocaína de Bolivia se produce en las ciudades de Cochabamba y Santa Cruz. Bolivia es el tercer lugar en producción de coca por su gran cantidad de granjas y sus 23 mil hectáreas de plantaciones. El primer lugar se lo lleva Perú con con 49,800 hectáreas y el segundo Colombia con 48 mil.
Cuando llegamos al bar, tres jóvenes bolivianos parados discretamente fuera del lugar nos manosearon antes de pasar por una puerta de 1.20 cm que parecía ser la entrada de un garaje. Después de pagar nuestros 25 bolivianos (60 pesos) de entrada (a cambio de unos pedazos de papel que indicaban el no. 12056 y el no. 12057, respectivamente) nos dieron un recorrido y nos sentaron en la mesa más llena, junto a un noruego encantador.
El noruego anduvo preguntando por coca en la calle hasta que lo metieron a un taxi y lo trajeron al bar.
“Dos caiprainas, por favor“, le dijo mi amiga Josephine a la mesera exhausta que se nos acercó mientras nos acomodábamos.
“Y un gramo de cocaína, ¿cierto?”, interrumpió antes de que la última sílaba se escapara de la boca de Josephine.
Pagamos 50 bls (118 pesos) por los cocteles más otros 150 bls (355 pesos) por el gramo de coca. Nos lo llevaron al instante.
No es la clase de bar que ignora a los dealers en el baño; es un bar que facilita y promueve el consumo de cocaína. Route 36 cambia de ubicación en cuanto los vecinos se quejan. Según los que estaban en nuestra mesa, lleva unas cuantas semanas aquí.
Había cerca de 20 personas en el bar. Estábamos sentadas con ocho jóvenes ingleses, dos profesionistas belgas y el noruego. Habían otros seis empresarios irlandeses al otro extremo del bar, los más pedos y adictos a la coca de todo el lugar. También estaban las dos meseras, la hostess, el DJ (que ponía puro pinche dubstep) y dos guardias de seguridad que pasaban a cada rato.
La hoja de coca, de donde sale la cocaína, salió en las noticias hace poco, cuando el Papa visitó La Paz. En los Andes, la hoja se considera un producto sagrado y el presidente Evo Morales es un defensor acérrimo de sus propiedades medicinales y nutricionales. Y su argumento tiene puntos muy válidos; su importancia cultural para los andinos, que han masticado la hoja desde hace miles de años, es para aliviar las nauseas por la altitud, no facilitar cuatro horas de platicas sobre cómo mejorar el flujo de trabajo con tu jefe en una fiesta.
Por esta razón, Evo acabó con la practica de destruir los campos de coca que implementaron los gobiernos anteriores como parte de la guerra estadunidense contra las drogas. Corrió a la DEA porque ofrecía 1,500 dólares (24,551 pesos) por cada campo de coca destruido. Se refirió a esta actividad como imperialismo cultural y dijo que el aumento en la demanda de la cocaína en EU no es razón para robarle a los pueblos indígenas sus tradiciones milenarias.
Desde que legalizó el cultivo de coca tras su elección en 2006, Morales ha insistido en varias ocasiones que la coca no es cocaína y pidió a la ONU que la quitara de la lista de drogas prohibidas. Sin embargo, la exportación de cocaína de Bolivia ha aumentado desde que Morales asumió el poder y la producción aumentó de 290 a 420 toneladas entre 2013 y 2014. Tal vez la existencia de Route 36 es gracias a estas políticas liberales.
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Tuve que disculparme por no participar en las bromas y las presentaciones para pasar directo al producto que nos proporcionó el bar. Hice dos líneas con el papel que nos dieron y las inhalé. Estaba bastante buena. Pudo haber sido más fina pero pasó bien. Si no duele no sirve. Como era de esperarse, me volví más platicadora de lo normal y todos compartimos historias de vida y consejos para viajar.
Los dos ingleses sentados junto a mí, Hamish y Josh, nos contaron cómo unos gánsters colombianos los obligaron a pagar el equivalente a 14 mil pesos a cambio de 10 gramos (aunque solo querían dos) la vez que trataron de comprar coca en Medellín. Este lugar no tenía nada que ver con la experiencia de ese día.
Como había promoción, Josephine y yo cooperamos con nuestros dos amigos nuevos para comprar cuatro gramos al precio de tres. De pronto, un sueco carismático —pero un poco novato— apareció junto a nosotros y compró líneas para todos. Tuve que enseñarle cómo inhalar la coca. Era el tipo de chico al que estafarían en cualquier otro lugar fuera de la seguridad de este círculo, y el hecho de que pudiera entrar dejó claro lo fácil que es encontrar este bar.
A las 5AM ya estaba muy entrada, fumando un cigarro tras otro y hablándole a la gente en vez de con la gente. Para cuando dieron las 6AM, una mujer cincuentona nos preguntó si queríamos comprar mota sin que nos vieran los empleados del bar. Compramos cinco gramos de una masa negra disfrazada de mariguana imposible de fumar que me provocó un dolor de cabeza por 80 bolivianos (190 pesos) y nos regresamos en taxi a nuestra casa que rentamos por Airbnb con siete de nuestros nuevos amigos muy drogados y muy platicadores.
Tuvimos una noche muy divertida y aprendí un par de cosas: los turistas tienen un hambre insaciable de cocaína; y que si viajaste a Sudamérica por coca, es mejor que vayas directo a Route 36 en vez de comprarla en la calle y arriesgarte a que te amenacen con un cuchillo en la garganta.
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