Todos hemos estado en ese lugar horrible. Y quienes no, lo estarán. Es casi una ley que a cada ser humano le romperán el corazón por lo menos una vez. Se dice por ahí, que el amor es una reacción química y si a cada acción corresponde una reacción, es lógico pensar que el dolor de una ruptura es igual de intenso que el enamoramiento. ¿Qué se hace cuando uno se encuentra en ese terrible escenario?
El peor momento de una relación no es romper, sino lo que sigue. Una vez aplacado el drama invariable de la ruptura, llega el temible momento de aclarar las cosas. Y qué decirle a tu expareja es uno de los asuntos que más se medita; se practica el discurso hasta el cansancio. El café y la sonrisa fingida son la antesala de un fenómeno curioso: el vómito verbal. En situaciones como ésta es cuando más necesitamos de inspiración: cómo decir todo aquello que sentimos sin perder la poca elegancia y dignidad que nos queda. Y para casos como éste resulta muy útil Oscar Wilde. Este personaje podría ser cualquier otra persona despechada, con la salvedad de que es un titán de la literatura. La combinación de genialidad y desdicha dan como resultado una extensa carta llamada De Profundis.
Videos by VICE
Hay un adagio posmoderno que dice así: “Esta es la historia donde un chico conoce a una chica, pero hay que tener algo claro, esto no es una historia de amor.” Para fines prácticos, habría que cambiar chica por chico. Por desgracia para Wilde, el dicho no pudo ser más verdadero.
Nuestro héroe y Lord Alfred Doulgas se conocieron en 1891, rápidamente se convirtieron en amantes. Su romance era un secreto a voces que se contaba con recelo porque la homosexualidad era un delito. Ante las primeras páginas de De Profundis, Bosie –como le decían a Douglas– aparece como un niño mimado sin aspiraciones en la vida, algo así como un trophy husband. Después de un romance tormentoso, el padre de Douglas arremete contra Wilde. Aquello termina con un poeta encarcelado, un ex novio que no hace nada para evitarlo y un reclamo hecho literatura.
El sistema Kübler-Ross describe que en el proceso por el cual el ser humano se enfrenta a la tragedia tiene cinco etapas. La primera es la negación; cuando repetimos constantemente las sabias palabras de Belinda: “Yo, súper bien. Todo perfecto. Ganando, como siempre”. La negación llega a su grado máximo cuando tenemos la necesidad, como dice Wilde, de consolar al otro aún en los días más oscuros.
Esta etapa deja una sensibilidad exacerbada que se transforma en ira. La intención es salir a explorar nuevas oportunidades de conquista. Después de un par de mezcales, parece que el cielo es el límite. Después de una docena, aparece José José y todo se arruina. La ira se despliega en un whatsapp mal redactado que nos avergonzará después. Pero el placer que produce dicho mensaje es sublime, y decir algo al modo de Wilde podría salvaguardar la dignidad, breve ejemplo: “Procurando decidir triste y gravemente si serías tal y como me parecías ser: lleno de terribles defectos, la ruina completa de ti mismo y de los demás, alguien que por el mero hecho de conocerlo estar con él resultaba fatídico”.
El tercer escenario es la negociación. Se traduce en llevar serenata o rogar verse una vez más. Para Oscar Wilde, la negociación no es otra cosa que echarse la culpa: “La base del carácter es la fuerza de voluntad, y mi fuerza de voluntad acabó sometiéndose absolutamente a la tuya”. Y aquí está el hilo negro; ¿por qué intentar salvar algo que ya fue? Si Wilde tiene razón, y la superficialidad es el mayor vicio, entonces la negociación es una etapa que no sirve.
En el mejor de los mundos posibles, la negociación falla. Ahí es donde Netflix encuentra su papel protagónico: la depresión. Como síntoma: el recordar constantemente cada detalle de la relación con el fin de sumirse en la propia miseria. Pensar cosas como: “en los viejos tiempos, te había dicho que estabas arruinando mi vida. Tú siempre te reías” es echarle limón a la herida. Aquí es donde, como Wilde, entramos en la profundidad del Hades porque notamos que sólo coincidíamos con nuestras exparejas “en el fango”, en lo más bajo de la mugre y la monotonía.
La depresión es la etapa que más tiempo dura. Es también una etapa donde dan ganas de hablar; queremos que la otra persona (y el mundo) sepa que somos miserables. A modo de catarsis, hacemos el ridículo diciendo una sarta de cursilerías nauseabundas. Es importante insistir en la elegancia. Escribirle a tu ex algo como: “Me entristece mucho pensar que la aversión, el resentimiento y el desprecio pudieran ocupar por siempre en mi corazón el sitio donde una vez hubo amor”, tiene mucho más estilo que mandarle un meme genérico o una frase de Paulo Coelho.
Hay un día donde vernos al espejo nos da pena ajena. El cerebro recobra la cordura y la racionalidad. Aceptar que terminó y estar conforme con eso es la última etapa. Recobramos gusto por las cosas, caemos en cuenta de que “media hora con el Arte significó siempre más para mí que un siglo contigo”. A los posmos nos gusta pensar que somos totalmente independientes y que no necesitamos de nadie. Pero en nuestro interior sabemos que eso falso y el hecho de que tengamos que vivir todo lo anterior para superar a alguien lo demuestra. La aceptación no es sólo el final, también es saber qué necesitas y quieres para estar a gusto.
Otra cosa: “llegar a ser un hombre más profundo es el privilegio de quienes han sufrido”. Es clarísimo que Wilde era un tipo sabio y Bosie un imbécil. Y Wilde se sintió imbécil muchísimo tiempo por lloriquear por un imbécil. Sentirse así no está mal, habla bien del carácter de una persona pero habla muy mal de Wilde, quien después de cumplir su sentencia regresará con Douglas.
Consejo de la autora: Si te encuentras con alguien que “pide sin elegancia y recibe sin agradecer”, hazte un favor y aléjate lo más rápido que puedas. Cada quien tiene su Bosie y regresar a esa persona es prueba irrefutable de que la racionalidad no es permanente, sólo “somos payasos con los corazones rotos”.
Relacionados:
Ilustraciones provocadoras resaltan la exquisitez de la lujuria