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La guerra civil de Sudán del Sur vuelve a combustionar y la seguridad de quienes están en el país vuelve a estar en el límite de lo desesperado. Las noticias que llegan sobre el terreno relatan el imparable aumento de la violencia contra los civiles que han quedado atrapados en el nuevo brote de violencia declarado entre el gobierno y los guerrilleros de la oposición. Ambos bandos están divididos no solo ideológicamente, sino también étnicamente.
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El 11 del julio del mes pasado, las tropas leales al presidente Salva Kiir irrumpieron en un complejo de apartamentos de la capital, la ciudad de Juba, en el que residían varios trabajadores humanitarios extranjeros. Se suponía que acudían a acometer una redada. Sin embargo, al final se dedicaron a golpear y a violar a muchos de los vecinos, y hasta ejecutaron a un periodista local.
Los miembros del cuerpo de pacificadores de Naciones Unidas, que se encontraban a poco más de un kilómetro de distancia, no movieron un solo dedo después de que se les llamara para que acudieran al rescate. Así lo relata este escalofriante informe de la agencia de noticias Associated Press.
La redada se produjo el pasado 11 de julio, después de varios días de enfrentamientos entre ambos bandos en distintas localizaciones de la capital. Según Human Rights Watch, los civiles también se convirtieron en objetivo durante aquellos días, mientras que las violaciones y el pillaje se convertirían también en moneda común — la mayoría, tal y como ha revelado la organización humanitaria, sería cometidos manos de las tropas del gobierno.
El conflicto se ha cobrado ya las vidas de más de 50.000 personas desde diciembre de 2013, tal y como ha informado un funcionario de Naciones Unidas. Se estima, igualmente, que alrededor de 2,5 millones de personas se han convertido en desplazados y que la mitad de la población está teniendo serios problemas para alimentarse.
A primera vista, todo indica que la guerra es el producto del enfrentamiento entre las dos mayores etnias del país, los dinka y los nuer. Así, el periodista ejecutado fue disparado después de que los soldados dinka le identificaran como miembro de los nuer.
Igualmente, un informe de Naciones Unidas denuncia que “las disensiones tribales” son cada vez más acusadas; y que el ejército, la inteligencia militar y otros órganos de seguridad estarían cada vez más controlados por “los dinkas”.
Sin embargo, la guerra civil tiene sus raíces en un conflicto que arrancó hace décadas, y que tiene mucho que ver con el control de las tierras y con el de los recursos naturales del país, que dispone de grandes extensiones de petróleo. Cuando Sudán del Sur se independizó de Sudán en 2011, se quedó con la mayoría de los campos de petróleo, mientras que Sudán se quedó a cargo de las exportaciones de ese petróleo. Tal sería la semilla de la que ha brotado el actual escenario bélico, que casi siempre se ha registrado en zonas de producción petrolífera.
[Conflicto en Sudán del Sur
Los colores más sombreados indican la existencia de varios asaltos en la misma localización. El tamaño de los círculos varía en función de las bajas registradas en cada punto.
9 de julio 2011: Sudán del Sur se convierte en un estado independiente.
Enero-febrero de 2013: El presidente Salva Kiir nombra a un nuevo jefe de la policía y reemplaza a los generales del ejército. 30 de diciembre: Dos semanas de enfrentamientos dejan un reguero de 1.000 personas muertas. Enero de 2014: Se suscribe un alto el fuego que será desobedecido en varias ocasiones. Agosto de 2015: Kiir y Marchal firman un acuerdo de paz, pero los enfrentamientos se siguen sucediendo más allá de Juba, la capital del país.
Fuentes: Reuters, ACLED (Datos sobre acontecimientos sucedidos en lugares en conflicto). Datos obtenidos el 9 de julio. C.Inton. Reuters.]
Sudán nació en 1956. Entonces se independizó de la coalición imperialista angloegipcia que gobernaba la zona. El país se convirtió entonces en el más grande África. Claro que era un país tan grande como dividido: a día de hoy el norte sigue siendo el lugar de residencia de los sudaneses musulmanes, mientras que el sur acoge a los cristianos y a los animistas. Los enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y las facciones rebeldes procedentes del sur del país terminaron convertidas en profundas divisiones sobre la forma en que debería de organizarse el país. Al poco tiempo las divisiones eran ya un conflicto armado.
En 2005, después de sendas guerras civiles sucesivas en las que murieron más de 2,5 millones de personas, se alcanzó un acuerdo de alto el fuego permanente, que contemplaba la creación de un gobierno conjunto, más autonomía para el sur y que se garantizara la celebración de un referéndum para decidir la independencia del Sur en 2011. El referéndum se celebró y el 99 por ciento de los sudaneses del sur votaron por la independencia. En julio de aquel año nació oficialmente la república del sur de Sudán.
Sin embargo, las semillas de otro conflicto quedarían sembradas durante la lucha por la independencia de Sudán del Sur. Los habitantes del sur acusaron entonces al gobierno central de haber diseñado varios grupos étnicos armados para sembrar el caos, especialmente entre dinkas y nuers.
Las divisiones proverbiales de ambos bandos afectan a recursos naturales como las tierras y el agua. Y tales enfrentamientos se transformaron en una guerra en toda regla, después de la disputa entre el vicepresidente de etnia nuer Riek Machar y el presidente, Salva Kiir, de etnia dinka.
El conflicto estaba apuntalado sobre divisiones étnicas, sin embargo, tal y como demuestra un análisis de la BBC, era de raíces fundamentalmente políticas. El apoyo a Kiir y Machar no estaba restringido a sus respectivas etnias. A menudo, las batallas se desencadenaron tras disputas sobre el petróleo, que representa el 98 por ciento del presupuesto del país.
“Lo que había arrancado como un conflicto entre las élites políticas, un conflicto que puso de manifiesto las diferencias étnicas, se ha transformado en los últimos 10 meses en una lucha desequilibrada, que se ha concentrado en la limpieza étnica de las posiciones de poder”, tal y como relató una comisión de expertos en Sudán del Sur en una carta publicada en enero de 2016.
Sudán del Sur al borde de una nueva guerra civil. Leer más aquí.
“De tal manera, el conflicto no es una competición bipolar entre el gobierno y su oposición y las etnias que están detrás de cada bando”, escribieron entonces los expertos. Según ellos se trata de una guerra atomizada donde la pertenencia y la lealtad a uno u otro bando cambian rápidamente dependiendo del acceso a los recursos de cada uno en cada momento. Además, conflictos no declarados y la oportunidad de prosperar política o militarmente de varios comandantes, quienes habrían aprovechado la coyuntura para poner presión y sacar tajada militar o económica de la situación, también se encontrarían entre los detonantes”.
En 2014 se declaró un corto alto el fuego para permitir que se llevarán a cabo las conversaciones de paz, que terminaron siendo sostenidas en el escenario neutral de la vecina Etiopía. En agosto de 2015, Kiir, presionado por las amenazas de Naciones Unidas, suscribió un acuerdo de paz para permitir que Machar regresara al Sudán del Sur como vicepresidente de un gobierno de unidad, lo que sucedió, finalmente, en abril de 2016. Sin embargo, Machar fue reemplazado en julio como responsable de su facción y despedido de la vicepresidencia.
Cientos de personas han sido asesinadas desde entonces y ambos bandos han sido acusados de haber violado los derechos humanos de sus ciudadanos de manera sistemática. Según concluye el informe redactado por Naciones Unidas, tale violaciones habrían sido proclamadas por ambos líderes.
“No existen evidencias concluyentes… de que la mayoría de los actos de violencia cometidos durante la guerra por el gobierno o por fuerzas afiliadas al gobierno, actos como la violencia contra los civiles y las violaciones de la ley humanitaria internacional y de los derechos humanos, hayan sido orquestados o dirigidos con el conocimiento de individuos situados en al cúpula ejecutiva”, relata el informe de Naciones Unidas. Y lo mismo se puede decir de la oposición, añade.
Mientras tanto, la confusión sigue reinando sobre el terreno, y nadie sabe quién debería de tomar cartas en el asunto para detener la situación. Naciones Unidas sigue disponiendo de un contingente multinacional considerable cuyos cuarteles generales están en la capital, en Juba, donde cuenta con más de 10.000 soldados, actualmente dirigidos por un comandante etíope. Sin embargo, el pasado 11 de julio, Naciones Unidas no mandó ningún tipo de ayuda después de recibir una llamada para que lo hiciera desde el complejo residencial asaltado.
“Nos preocupa profundamente que los pacificadores de Naciones Unidas no pudieran o no quisieran responder a las llamadas de socorro que recibieron”, ha declarado a través de un comunicado Samantha Power, la embajadora estadounidense en Naciones Unidas, quien también ha informado que su agencia ha abierto una investigación para esclarecer lo sucedido.
Por su parte, la embajada estadounidense también habría recibido peticiones para intervenir aquel mismo día, sin embargo la portavoz del departamento de Estado, Elizabeth Trudeau, ha comentado que no disponía de los medios para hacerlo, de manera que el embajador contactó entonces a las autoridades del gobierno de Sudán del Sur.
Por su parte, las fuerzas de la oposición han negado haber estado implicadas en los altercados del pasado 11 de julio. Kiir declaró durante un discurso proclamado el pasado lunes ante la Asamblea Legislativa Nacional de Transición que las acusaciones están siendo investigadas.
“Me gustaría subrayar que creemos que se trata de un asunto muy serio y quiero igualmente señalar que nuestra actitud ante este tipo de situaciones es de tolerancia cero”, ha comentado el presidente. “Ya hemos puesto en marcha una investigación y estamos analizando los informes médicos. La idea sigue siendo llevar ante la justicia a todos aquellos cuya participación en los acontecimientos quede probada”.
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