Si bien Los tres amigos, como se conoce a los directores Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Guillermo Del Toro, han dado mucho de que hablar en la industria del cine hollywoodense durante los últimos años, no son los únicos mexicanos que se están destacando internacionalmente en el cine. La próxima entrega de los premios Oscar podría ser una de las más peleadas de la década; películas como Once Upon a Time in Hollywood (Tarantino, 2019), Dolor y Gloria (Almodovar, 2019), Us (Peele, 2019) y Little Women (Gerwig, 2019) se encontrarán entre las favoritas para pelear por el galardón, aunque sin duda una de las más esperadas del año es The Irishman de Scorsese, próxima a estrenarse este mes de septiembre en el marco del Festival de Cine de Nueva York. Protagonizado por Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, el gran regreso del maestro neoyorquino al cine de gángsters americanos ha generado gran expectativa debido a su alto prepuesto y a que mostrará al elenco 30 años más joven a través de CGI (Imágenes Generadas por Computadora).
Detrás de esta cinta se encuentra el productor mexicano Gastón Pavlovich, quien me contó cómo fue que llegó de un pequeño pueblo al norte de México, a trabajar en Hollywood con personas como Jerry Lewis, Tom Hanks y Martin Scorsese.
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Nací en el lugar más opuesto a Hollywood: Agua Prieta, Sonora. Si uno piensa que Hermosillo —capital del estado al noroeste de México— es un rancho, yo nací en una caballeriza.
Agua Prieta es un pequeño pueblo en la mera frontera con Estados Unidos, al cual le tengo un cariño infinito. Mi vida transcurrió entre ranchos y mucho ganado. Recuerdo que desde la ventana de mi casa podía ver Arizona. Mis vecinos eran norteamericanos, pero nos dividía un cerco, nada que ver con las murallas de hoy en día. Así mismo, estudié la primaria en ambos lados: en la mañana en Estados Unidos y en la noche en México.
Siempre he sido feliz en dos campos: el de béisbol y en los ranchos. Pero lo que más me marcó fue que una de las pocas bibliotecas que había en Agua Prieta le pertenecía a mi abuelo: ahí me la pasaba. Visitaba a mis abuelos para meterme a su biblioteca y la literatura me apasionó desde muy pequeño.
Crecí en los ochenta y cualquiera que haya pasado la adolescencia en esta década, trae esa cultura en el ADN: años de explosión y creatividad musical en todos los sentidos. Nací en el pop ochentero, pero fui más del rock, como Aerosmith y Journey. Iba a los conciertos y aunque nunca me dejé la melena, sí gritaba.
La tierra siempre jala y fue mi caso. Traía el gusanito de entrar a la política; como muchos, quería transformar. Pensé: “Voy a ser presidente de este país y lo voy a cambiar por completo”, entonces me fui a preparar y regresé a México para trabajar en el sector empresarial, luego gradualmente ingresé al sector público y pretendí hacer cambios desde ahí. Mi paso por el gobierno duró doce años.
Si algo tienen en común el gobierno y el cine, es que hay un exceso de vanidad y de egolatría en ambos campos; también un exceso de dinero. Cuando juntas esos componentes, si alguien no tiene los pies bien sólidos en la tierra se lo lleva la marea.
Mi experiencia en el Gobierno de México me ayudó a mantenerme firme ahora en todos los temas de Hollywood. En ambos casos tratas con lobos, tratas con vanidad, con egolatría y con mucho, mucho dinero. A partir de la muerte de mis abuelos, en homenaje a ellos, comencé a escribir el libreto de El Estudiante (Girault, 2009). Lo seguí escribiendo en lo que iba de una dependencia a otra, pasé por Gobernación, Agricultura y terminé en Presidencia. Fue ahí, cuando me di cuenta que el proyecto que traía en el gobierno no iba a avanzar mucho, era ahora o nunca.
Ya tenía la mayoría del dinero para El Estudiante y Lorenzo Servitje le apostó, dijo que le encantaba mi historia y que me apoyaba. Con ese dinero contraté un equipo, renuncié y me fui a filmar a Guanajuato. El Estudiante fue un éxito económico y crítico, afortunadamente. Llegó en el momento oportuno a México porque había un cine que no le daba su respeto a nuestro país, era un cine crítico positivo, pero un cine que proyectaba un México en general muy negativo.
El Estudiante me llevó a un festival en Estados Unidos, donde unos norteamericanos me invitaron a producirles la última película de Jerry Lewis: Max Rose (Noah, 2013). Esa fue mi primera producción norteamericana y fue la que llevé a Cannes. Jerry Lewis era un hombre que tenía cuarenta años de no hacer cine, es un hombre muy respetado en la industria, así que al entrar con él a nuestra función presentada por el presidente del Festival de Cannes —que no es poca cosa—, fuimos recibidos con gran alabanza. Generó tanta curiosidad en la gente, que comenzaron a preguntar: “¿Quién es este productor que le hizo la última película al gran Jerry Lewis?”. Los representantes que me vieron eran de Tom Hanks. Se me acercaron y me dijeron: “Tom tiene una película muy independiente, que está batallando para sacar y quizá te interese”. Hice Hologram for The King (Tykwer, 2016).
La coincidencia fue que en una cena, los agentes de Tom Hanks platicaron con los de Scorsese. Ellos se quejaban de que a Scorsese se le cayeron los productores de la película que él más quería hacer y eran los enésimos productores que se le caían de una producción muy difícil. La película era demasiado católica y religiosa para Hollywood y ese es un tema doloroso. Castigaron al maestro Scorsese por querer hacer una película tan religiosa. Pero él quería. Entonces sus agentes le dijeron que había un mexicano, aparentemente católico, que les había hecho una buena chamba en Hologram for the King. Cuarenta y ocho horas después estaba sentado con Scorsese en su casa en Nueva York. Así fue que se llegué a Silence (Scorsese, 2016).
The Irishman (Scorsese, 2019) siempre la encabezó Robert DeNiro. Este es un proyecto que trae entre manos desde hace casi diez años. Era él quien estaba tratando de convencer a Scorsese de que dirigiera la película. Entonces cuando yo estaba en Taiwan filmando Silence (Scorsese, 2016), Scorsese me dijo en un descanso: “En agradecimiento por lo que has hecho por mí con Silence, te voy a ofrecer mi siguiente proyecto”. Meses después me buscó y me platicó del proyecto; que lo iba a hacer con DeNiro, pero tenía que convencer a DeNiro porque era su proyecto. Fui con él y tuvimos una cena maravillosa y tranquila. A la mañana siguiente, DeNiro dijo a través de un mensaje de texto: “Let’s go with Gastón”.
Yo estaba muy feliz hasta que me dijeron que los derechos los tenía Paramount. Ellos habían pagado a Steven Zaillian, el mejor guionista de Hollywood. Esto le costó al estudio millones de dólares. Cuando les dijimos lo que iba a costar realizar la película, ellos contestaron: “Ahorita no, no creemos que vaya a funcionar”. Entonces me transfirieron los derechos, me pidieron que tratara de sacar la película o que de lo contrario los derechos se los iban a regresar.
Armé el proyecto y me di cuenta de que era demasiado caro para los cines. No es una película de superhéroes y estaba costando lo mismo, por eso la gente de Paramount nos dijo: “No es lo nuestro y ahora no estamos en posición para pagarlo”. Cuando negociamos con Netflix, aceptaron pagar lo que les dijimos que costaría, que era excesivamente alto para cualquier casa productora o estudio. Aceptaron porque la ventaja y diferencia de Netflix, es que no dependen de los cines. Si sacáramos The Irishman en cines tendría que hacer un chinguísimo de dinero para recuperar la inversión, pero como Netflix no depende de eso porque genera dinero de las suscripciones, ponerla en los cines es un lujo para ellos.
A la par de The Irishman (Scorsese, 2019) también me encuentro trabajando en un proyecto mexicano que se llama 108 Costuras (Kalife, 2018), que llegará a las salas de cine este mes de septiembre.
Además de lo obvio, la cantidad de dinero, la diferencia entre producir un proyecto multimillonario como The Irishman —que trae un presupuesto de alrededor de 148 millones de dólares—, y 108 Costuras —que cuenta con 50 millones de pesos mexicanos—, allá en Estados Unidos Scorsese trae un equipo de decenas de personas. Los actores traen managers y abogados. Todo es con más disciplina y responsabilidad. Se necesitan el triple de contratos por todos lados y en todos los temas. Y también el triple de disciplina financiera por la cantidad de dinero que se maneja. Eso involucra muchos bancos, préstamos y fideicomisos. En cambio en México es mucho más sencillo en ese sentido. Yo no trataba con los agentes de los actores, yo trataba directo con ellos con contratos muy sencillos. Con depósitos pequeños a un par de bancos y ya. Sin embargo, donde sí se parecen las producciones, es que hay mucho talento en México detrás de las cámaras: hay directores de fotografía, edición y manejo del equipo. Es muy bueno el talento. Aunque allá tienen mucha más experiencia y son increíbles, acá la verdad es que el crew mexicano es bastante bueno. Las técnicas son las mismas en cuestión de luz, de ángulo, de tiempos de producción y horarios.
En retrospectiva creo que he cometido muchos errores y luego pienso que efectivamente fue parte del proceso. Creo que gracias a esas cosas ahora puedo ser algo mejor o diferente. En Hollywood la gente es de poco fiar. Ahí yo sería un poco más frío y realista al entrar a Hollywood. Pero es por lo que te digo, que he tenido muchas experiencias dolorosas y complicadas. Sin embargo, me han hecho crecer y madurar más y aprender más. No los cambiaría.
Estoy orgulloso de haber logrado filmar en más de siete países, en varios continentes. Me siento confiado de la visión que traigo, de lo que podemos hacer como empresa mexicana pero con vista internacional. El cine está creciendo en muchos países. Incluso cine de idioma local. Yo quiero ir y producir una película italiana para Italia. China para China. Ser un productor que puede ir a producir en otros idiomas. Me siento confiado en poder ir a producir a otros países e idiomas. Estamos en un gran momento para hacer cine en México. Trabajo hay ahora y va a haber más.