Conoce al tipo que crea arte con restos de crack y cigarrillos

Cuando me encuentro con el artista de Brooklyn Tyrrell Winston en su estudio en pleno barrio de Bushwick, en la ciudad de Nueva York se respira un aire húmedo y sofocante. El tufillo a basura y la mugre que flota en el ambiente se pega en la ropa y la piel, dejándonos una apestosa sensación de suciedad. No estamos en el Brooklyn de los estilosos apartamentos de nueva construcción, ni en el Brooklyn de los artistas o el Brooklyn de la diversión. A principios de verano en esta misma manzana 33 personas tuvieron que ser llevadas de urgencia al hospital por una presunta sobredosis de la droga sintética K2.

Aquí es donde Winston crea su obra multimedia codificada con colores, que a menudo se ve como un sórdido collage creado con restos de diversas drogas, desde colillas de cigarrillo, botellas vacías de alcohol y mecheros rotos que tratan de contar una historia. De hecho, si los examinamos a fondo, podemos encontrar subtramas y sorpresas en el trabajo de Winston, que a menudo nos puede parecer incluso atractivo por su simplicidad, antes de darnos cuenta de que en realidad estamos ante un conjunto de restos de malos vicios de color pastel.

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“Empecé a coleccionar bolsitas y restos de droga hace unos cinco años sin ningún objetivo en particular”, explica, señalando hacia diferentes rincones de su estudio. “Luego empecé a recoger basura de colores y ha crear diferentes montajes”.

El arte de Winston es engañosamente simple y coherente, algo que parece haber advertido hace poco. Me comenta que en sus primeros collages notaba que faltaba algo. Más que un conjunto de deshechos agrupados por colores en un nuevo contexto, la obra de Winston es arqueología urbana, y cada uno de sus trabajos es muy personal. Recoge todos los elementos en la calle, sin guantes, y no suele alterarlos. Algunas de sus obras conservan su aroma natural, un olor rancio y fétido. Incluso las miles de colillas con restos de pintalabios ordenadas dentro de una estructura de cristal transmiten un cierto olor y sensación, a pesar de su aspecto uniforme y estéril.

“Cada uno de esos cigarrillos tiene una historia, una conversación que alguien tuvo, un pensamiento, algo que le pasó a alguien”, explica. “Son repugnantes, pero también un símbolo sexual. Cuando era pequeño siempre pensaba que las madres de mis amigos que fumaban eran lo más. Me parecían algo misóginas pero al mismo tiempo muy femeninas”.

Cuando empiezas a buscar, pronto aprendes a encontrar lo que buscas y las agrupaciones te parecen lógicas. Winston cuenta una historia con cada una de sus obras, y los objetos que utiliza comparten la experiencia de haber sido usados y desechados. 

“Las cápsulas de crack siguen estando por todas partes en esta zona. Si me doy una vuelta el viernes, sábado o domingo por la mañana encuentro cigarrillos en el Lower East Side de Manhattan, frente a los bares antes de que pasen a limpiar. Puedo conseguir unos cientos”.

Seguimos recorriendo su estudio hasta llegar a una pequeña habitación cuadrada donde vemos imágenes de Michael Jordan y Justin Bieber con un número de teléfono que no es más que un teléfono falso de un camello que Winston se ha inventado, animando a que la gente a que llame y deje un  mensaje que utilizará para futuros proyectos.

“Son una oda al fetichismo de las celebrities”, explica. “Hay algo que nos incomoda y quiero que la gente se muestre vacilante cuando llame”.

La obra de Winston nos recuerda que Nueva York sigue llena de historias oscuras que olvidamos con rapidez. Nos cuenta que algunas de las 33 personas que sufrieron la sobredosis estuvieron tendidas a la salida de su estudio y casi ni podía abrir la puerta, pero no ha vuelto a ver a ninguna de ellas por ahí, han desaparecido sin más. 

De momento, Winston se contenta con el ritmo de su trabajo y disfruta con todo el proceso, desde la recogida de sus materiales hasta la presentación de sus obras en fiestas y pequeñas inauguraciones.

Aquí encontrarás más información sobre el artista. 

Traducción de Rosa Gregori

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