Este artículo fue publicado originalmente en mayo 25 de 2017.
Los picos nevados se ciernen sobre la camioneta que sube por un camino de tierra al pie de las montañas de Zagros, la cadena montañosa más larga entre Irak e Irán. Son los últimos días de abril, pero las temperaturas continúan frías en la frontera que divide a ambos países.
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Después de una escarpada de 30 minutos desde la ciudad de Choman en la región semiautónoma de Kurdistán Iraquí, nos detenemos en una estación fronteriza improvisada ubicada a unos 9 kilómetros al oeste de la verdadera frontera, la cual es controlada por el Partido Democrático de Kurdistán Iraní, una organización política prohibida en Irán exiliada a Irak, cuyos miembros actúan como una patrulla fronteriza no oficial.
Dos kurdos bajan de la camioneta. Están armados con rifles Kalashnikov, aunque no vinieron a pelear. En realidad están aquí para vender su cargamento: decenas de cajas llenas de bebidas alcohólicas.
El cargamento está compuesto en su mayoría por whiskey, vodka y cerveza que llegan desde Turquía, para después pasar por las ciudades de Erbil y Solimania. El alcohol tiene que ser contrabandeado a través del escarpado terreno de las montañas para poder llegar a Irán, país donde poseer bebidas alcohólicas es un crimen para los musulmanes. Ser atrapado por las autoridades en posesión de alcohol puede resultar en un castigo con latigazos, mientras que acumular tres detenciones por el mismo delito puede llevar a la pena de muerte.
“Si el clima es bueno, llegan a venir entre 200 y 150 contrabandistas cada día”, dice Fariat, uno de los dos milicianos kurdos.
Sin embargo, el tiempo no es tan cálido el día de hoy, y pronto aparecen 20 hombres provenientes de Irán, quienes bajan lentamente por las montañas que están aún llenas de minas terrestres que fueron sembradas en los años ochenta durante la Guerra entre Irak e Irán. Llegan a pie, muchos de ellos usando calzado maltratado y roto. Algunos también llegan con el rostro cubierto para protegerse contra el frío.
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Uno de esos hombres es Ahmed, un traficante de 45 años que comenzó su viaje desde la ciudad iraní de Piranshahr a las 3 de la mañana. Él junto con sus camaradas kurdos están aquí para comprar alcohol y regresar por la frontera.
“Ahora voy a cargar 40 kilogramos de botellas de alcohol en mi espalda”, dice. Ahmed necesitó seis horas para caminar hasta aquí sin contratiempos, pero ahora con el nuevo cargamento va a necesitar hasta el triple de ese tiempo.
Sonríe. “Me va a llevar 18 horas cruzar este paraíso”.
A pesar de la posibilidad de recibir fuertes castigos, no es tan difícil conseguir alcohol en Irán.
En 2011, lograron entrar de contrabando entre 60 y 80 millones de litros en bebidas alcohólicas, cuyo valor se calcula en 730 millones de dólares, siendo vendido mayormente en las grandes ciudades por gente conocida como sagis. Estas personas no son difíciles de encontrar, y su clientela incluye un amplio rango de niveles económicos; ya que las botellas traficadas al país pueden costar entre 20 y 100 dólares.
Además, el alcohol es producido de forma legal —de forma extremadamente limitada— y consumida en el país por miembros de minorías religiosas.
Como resultado del relativamente fácil acceso al alcohol ilegal, el entonces encargado de la policía nacional dijo en 2012 que había más de un millón de consumidores regulares de alcohol en Irán, de todos ellos, un estimado de 200.000 tenía problemas de alcoholismo.
Ahmed ha estado contrabandeando alcohol desde hace diez años, completando su ruta unas diez veces al mes, cuando el clima se lo permite, aunque la definición de “buen tiempo” puede ser bastante amplia para un traficante.
“El frío es nuestro peor enemigo”, dice camino a la frontera. “Cada año perdemos colegas que mueren por el frío”.
Otros pierden la vida durante los encontronazos con la guardia iraní, quien patrulla la frontera montañosa. Unas semanas antes, nos cuenta Ahmed, los guardias fronterizos le dispararon a él y a sus compañeros, muriendo dos de ellos. De haber sido atrapados por las autoridades, muy probablemente habrían pasado años en prisión.
En verano, Ahmed gana cerca de 500 dólares, cuando logra completar el recorrido con mayor frecuencia, mientras que el ingreso mensual en Irán es de cerca de 350 dólares.
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Los milicianos del Partido Democrático de Kurdistán Iraní obligan a los traficantes a pagar un impuesto de entre 30 y 50 dólares, dependiendo del valor del cargamento. Algunos contrabandistas prefieren transportar licores más baratos, aunque no por culpa de ese impuesto.
“Si compramos botellas de lujo, podemos ganar mucho”, asegura Peshawa, un traficante que viaja con Ahmed. “Pero es un riesgo también, ya que si tenemos que abandonar el cargamento mientras huimos de los guardas fronterizos, podemos perder mucho dinero”.
Mohammad, un hombre de 39 años, toma un descanso durante el camino. “Yo pasé tres años en la prisión de Urmía, en Irán”, explica. “¿Por qué? Porque durante un enfrentamiento en las montañas desarmé y golpeé a un guardia iraní”.
El guarda, nos cuenta, estuvo en coma por dos meses.
“Vine a Irak para unirme al Partido Democrático de Kurdistán Iraní”, continúa. “Pero como tengo un primo que es miembro de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, no me contrataron”.
Aunque los contrabandistas dicen que son casi incapaces de sobornar a los guardias fronterizos, trabajan con informantes que identifican el paradero de las patrullas. Aunque también hay informantes en las filas de los contrabandistas, dice Fariat. Esos informantes avisan a los cuerpos de inteligencia iraníes sobre cargamentos más serios que alcohol.
“Los servicios secretos iraníes intentan infiltrarse a los grupos de traficantes en lugar de combatirlos”, dice Bernard Hourcade, investigador especializado en Irán en el Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia. “El tráfico de alcohol es menos importante; drogas, disidentes o terroristas son el verdadero objetivo del gobierno. Los traficantes de alcohol son más útiles como informantes”.
No lejos de la frontera, VICE News sale con Ahmed, Peshawa, Mohammad y los otros contrabandistas. A la mañana siguiente, se encontrarán con los mercaderes kurdos en Irán y les venderán el alcohol, y a su vez ellos lo introducirán en las ciudades más grandes de Irán, donde se lo venderán a los sagis, y finalmente terminará en manos de los bebedores.
“Llamas al sagi y le dices lo que quieres”, explica Ramim, un residente de Teherán de 23 años que bebe con regularidad. “Te subes a tu auto, esperas por él en algún semáforo y haces la transacción”.
Mientras tanto, los contrabandistas iniciarán otro viaje por la frontera.
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