De chiquitos todos alguna vez fantaseamos con lo que queríamos ser cuando fuéramos grandes. Algunos dijimos que astronautas, otros dijimos que bomberos, también dijimos que policías, médicos, soldados, futbolistas, biólogos marinos, artistas, escritores, presidentes etc. Algunos lograron su sueño de infancia, otros no tan afortunados tuvieron que improvisar en el camino, y otros, sin aviso alguno del destino, terminaron siendo dealers. Sí dealers, esos que se encargan de venderle droga a los astronautas, a los bomberos, a los policías, a los médicos, a los soldados, a los futbolistas, a los biólogos marinos, a los artistas, a los escritores, a los presidentes y a usted por supuesto querido lector.
Querámoslo o no, ese eslabón perdido en la sociedad hoy es más real que nunca. El dealer, o jíbaro si prefieren, es un personaje que navega con sutileza en la ilegalidad, es el actor que nos recuerda a todos que somos parte de un juego de doble moral permanente, algo así como un ninja que no se deja ver ni sentir, que sabe defenderse y puede ponerse peligroso si requiere. En últimas es un comerciante de placer y de delito, un amigo y un villano a la vez.
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Hoy, en tiempos en los que las palabras toman forma de letra por sobre la del habla, pasamos horas y horas enteras interrelacionándonos en chats con familia, amigos, colegas y para ser sinceros también con nuestros dealers. Les tenemos un nombrecito especial dentro de nuestra lista de contactos y junto a ellos hemos desarrollado códigos meta-lingüísticos para hablar en clave, todo en una jerga tan particular que podría tener su propio diccionario, eso sin contar la cantidad de situaciones en las que nos vemos envueltos en estas negociaciones furtivas.
Los invito entonces a dar un pequeño recorrido por algunas de esas peculiares interacciones que suceden diariamente por Whatsapp con ese también peculiar personaje que es el dealer.
(Todas las identidades, celulares y direcciones han sido protegidos en aras de preservar la seguridad de los colaboradores).
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Empecemos con esta pobre alma desesperada. Después de la primera negativa, este man prácticamente le dice a su dealer “¡tráigame lo que sea! ¡Lo que tenga!”. Con la segunda negativa que es algo así como “Pana, ya cerramos el chuzo, paila” el pobre sinvergüenza clama por piedad.
Aquí apreciamos un manejo de emojis bien interesante, la verdad no sabemos de qué están hablando a ciencia cierta al comienzo, sin duda sus códigos secretos están muy bien cifrados. Después vemos que surge un posible problema con la calidad del producto, qué vaina, le quita puntos. Y para terminar con broche de oro, llega el tan esperado saludo de fin de año anunciando nada más ni nada menos que una gira NACIONAL. Impresionante nivel mercadotécnico, un aplauso para este emprendedor.
¿Harina? ¿Lechuga? Seguramente será una noche de wraps en casa.
¿Corinthians? ¿Crespo? Estos dos fijo son de los marihuaneros que no saben qué les gusta más, si fumar bareta o el deporte rey, y no los juzgo. Una sola pregunta para ellos: ¿el Crespo es Elvis o Hernán? Y ojo porque el celu se le va a enchonchar, digo, se le va a descargar.
Yo no sé qué tan buena práctica sea poner al celador a recibir las droguitas, pero bueno, parece que aquí hay confianza. En la siguiente conversación de esta colaboradora vemos un típico caso de “el cliente siempre tiene la razón”. Hermano, cambie esa cafucha que no le gustó a la niña y tráigale algo de calidad. Y para rematar tenemos un típico caso de “salí a comprar leche y pan y terminé haciendo mercado”.
Innovación y diversificación de producto. ¡Ojo con esas gomas!
El viejo truco de “me tiene olvidado” siempre funciona y más si viene acompañado con “sandeces gráficas” que llaman. También encontramos ofertas de temporada y un surtido bien poderosos en stock.
Oiga venga, un consejito final, no dejen plantado al dealer, no sean así en serio.
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