Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
Un nuevo informe de la Agencia Internacional de Energía (AIE) advierte que, si bien en este 2020 se ha registrado la mayor caída en el nivel de emisiones de CO2 en la historia debido a la pandemia de coronavirus, aún hay motivos para preocuparse.
Videos by VICE
La AIE anticipa que las emisiones de carbono disminuirán casi un 8 por ciento, lo que representa una caída seis veces mayor que el récord anterior causado por la crisis financiera mundial de 2008 y el doble de la suma total de cada reducción en las emisiones desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. La demanda mundial de energía disminuirá 6 por ciento, que es una caída siete veces mayor que la de la crisis financiera mundial de 2008 y equivale a perder toda la demanda de energía de la India. Las energías renovables son la única fuente de energía en la que se espera ver un crecimiento, tanto en su uso (1.5 por ciento) como en su generación (3 por ciento), mientras que la demanda de petróleo disminuirá 9 por ciento; la de carbón, 8 por ciento y el gas natural, 5 por ciento.
Todas estas cifras son asombrosas pero también, insuficientes. A pesar de la disminución a lo largo de 70 años de cada una de estas fuentes de energía de carbono y la estimación de la AIE de que el 50 por ciento de todo el uso de energía mundial está apegado a estas medidas de contención global, estamos lejos de las reducciones requeridas para evitar una catástrofe climática. Además, estas reducciones son inequitativas y se han logrado a un costo personal trágico para muchos. Es necesario hacer cambios estructurales (Ej., Un nuevo acuerdo verde internacionalista que favorezca a la clase trabajadora) si es que queremos tener alguna esperanza.
Como escribe David Roberts del noticiario Vox, limitar el cambio climático a 1.5 grados centígrados —nuestra única oportunidad para evitar cientos de millones de muertes y el colapso ecológico generalizado— significa que “las emisiones tendrían que tener una caída estrepitosa de 15% al año, cada año, comenzando en 2020 y hasta que lleguen a cero”. De hecho, la reducción de emisiones que estamos por experimentar puede que no produzca beneficios ambientales duraderos que vayan más allá de los periodos de aislamiento, ya que la contaminación urbana, por ejemplo, volverá rápidamente.
Esta reducción insuficiente pero histórica se debe a las restricciones en los viajes y el paro económico generalizado, los cuales han causado niveles de desempleo que superan por mucho a los de la Gran Recesión y se acercan bastante a los de la Gran Depresión. Tan solo en los Estados Unidos, un país donde casi la mitad de la población vive con lo justo, es probable que las personas que perdieron su empleo sean muchas más de los 30 millones registrados y ahí se está desarrollando una huelga perpetua de pago de rentas a medida que una creciente pluralidad de inquilinos simplemente no tiene el dinero suficiente para llegar a fin de mes. El costo humano total de esta pandemia aún está por verse: su número inmediato de muertes reportadas puede estar por debajo de la cifra real, pero sin duda esta pandemia ha hecho evidente durante meses que, al parecer, la población más vulnerable se considera desechable.
“Siendo resultado de las muertes prematuras y los golpes económicos en todo el mundo, la disminución histórica en los niveles de emisiones a nivel mundial no es en absoluto un motivo de alegría”, dijo en un comunicado Faith Birol, directora ejecutiva de la AIE. “Y si nos guiamos por las consecuencias de la crisis financiera de 2008, es probable que pronto veamos un fuerte repunte de las emisiones, a medida que las condiciones económicas mejoren”.
Laura Cozzi, autora principal del informe de la AIE, hizo eco de las mismas preocupaciones en una conversación con Motherboard, sugiriendo que estas reducciones se verían anuladas y superadas si no se llevan a acabo medidas serias.
“Cada vez que hemos tenido una crisis, ya sea financiera o de algún otro tipo, lo que ha ocurrido es muy consistente: el año o los años alrededor de la crisis, ocurre una disminución en las emisiones; pero en el momento en que se reanuda la actividad económica, las emisiones comienzan a aumentar nuevamente porque no hemos descarbonizado nuestro sistema energético a nivel estructural”.
En los últimos años, se ha hecho mucho ruido en torno al poder que las personas ejercen en la lucha contra el cambio climático. Esta práctica de responsabilizar al consumidor de manera individual puede haber impulsado a Davos a ofrecer “combustible verde” para los aviones privados de los asistentes a su Foro Económico Mundial, pero no ha servido para fomentar que se aborde el hecho de que gran parte de nuestra actividad económica, desde el imperio comercial de Amazon hasta los viajes aéreos, es ambientalmente insostenible. El capitalismo depende del crecimiento perpetuo de la producción y el consumo, lo que lo hace incompatible con la descarbonización y el decrecimiento económico, por ello debemos buscar agresivamente evitar el genocidio climático de las naciones insulares y el Sur Global.
Además, el hecho de que el informe de la AIE señale que una gran parte de esta reducción mundial en el nivel de emisiones y la demanda de energía sea resultado de una disminución del 50 por ciento en la actividad global del transporte por carretera y de una caída del 60 por ciento en la aviación nos indica que se pueden hacer reformas estructurales permanentes en cuanto a esos puntos. Consideremos, por ejemplo, únicamente el área del debate que se puede abordar como un eje de acción individual: la propiedad de un automóvil.
Invertir en transporte público ecológico y reestructurar los espacios urbanos/suburbanos para desalentar la propiedad de un automóvil, eliminar la cultura de los traslados cotidianos en auto privado o simplemente para ser más ecológicos, todo en conjunto, nos podría permitir reducir las emisiones individualmente, pero lo más importante es que nos permitiría luchar contra la lógica del mercado que racionaliza la producción y el reemplazo anual de decenas millones de automóviles o convierte cada parcela de tierra en más caminos, estacionamientos, carreteras o alguna otra forma de santuario de concreto para automóviles.
Cozzi tiene la esperanza de que esta crisis pueda dar lugar a lecciones o políticas similares que aceleren estas transiciones y, finalmente, nos lleven a la descarbonización. Un próximo estudio en el que está trabajando analiza cómo la política climática puede lograr el tipo sustentable de cambios individuales y estructurales que necesitamos para evitar los escenarios que actualmente parecen inevitables y catastróficos.
“La importancia de la transición hacia las energías limpias en los paquetes de estímulos fiscales es, para nosotros, uno de los hallazgos fundamentales de estos informes”, dijo Cozzi. “El 70 por ciento de las inversiones en energía son dirigidas directamente por los gobiernos o mediante sus regulaciones. El papel de los gobiernos no debe subestimarse”.
Por supuesto, nada está predeterminado ni es un hecho inamovible. Es posible que los políticos no quieran recurrir a un Nuevo Tratado Verde debido a innumerables inconvenientes y obstáculos ideológicos. De hecho, es probable que no lo hagan. Pero, de la misma manera en que ha sucedido en muchas otras áreas durante la pandemia del coronavirus, los cambios que estamos viendo ahora pueden servir como modelos para la acción civil masiva del mañana.