Lavarnos las manos, toser sobre nuestro codo y no salir de casa de casa a menos que sea imprescindible, estés o no enfermo. Parece que poco a poco vamos asimilando el nuevo catecismo epidemiológico, apremiados por imágenes e informaciones -muchas veces contradictorias, pero siempre urgentes- que saturan nuestras redes y secuestran nuestra atención. Pero a medida que comprendemos y asimilamos que para la mayoría lo peor del COVID-19 no será contagiarnos sino contagiar al resto -poniendo en peligro a los más vulnerables, agravando y alargando la crisis-, van surgiendo otras preocupaciones, que no son para nada menores: la angustia del encierro, el miedo difuso al aislamiento, el no poder hablar de otra cosa.
Sin embargo, estas micro angustias constituyen solo una pequeña parte de la realidad actual. Que esta crisis esté evidenciando nuestra interdependencia social y económica puede ser una buena forma de pensarnos como sociedad, pero para muchas personas esta incertidumbre se suma a problemas previos de salud mental y los agrava: para ellos asimilar la soledad, el miedo al contagio, el cambio de hábitos o la inseguridad económica puede volverse mucho más difícil y acabar afectando al desarrollo normal de su tratamiento psicológico.
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“Las personas con problemas de salud mental como depresión o ansiedad se esfuerzan cada día por mejorar sus síntomas o neutralizarlos, y esta situación puede hacer que se desestabilicen y sientan que su evolución puede empeorar”, explica Ines Bárcenas, psicóloga experta en counselling y psicoterapia, y añade: “es una prueba más, un interrogante nuevo que la vida nos pone a todos, solo que muchos se sienten agotados de tanto adaptarse, de tanto luchar”. Por ello, en realidad, no se trataría tanto de que la situación sea distinta en términos de salud mental para algunos sectores de la población, sino de que tenemos que asumir entre todos nuevos pactos sociales para seguir adelante; y eso está exigiendo más precisamente a quienes ya les suponía un problema hacer frente a la vida diaria. Así lo confirma Tatiana Fernández, doctora en en Psicología Clínica y de la Salud: “esta nueva situación va a requerir hacer un ejercicio de aceptación enorme, asumir que nos encontramos en una situación donde lo que era importante para nosotros hace dos días ha dejado de serlo. La prioridad ahora es otra, tenemos que asumir que nuestros objetivos diarios han cambiado y que lo primero es la salud y la seguridad de todos”
Es normal por tanto que todas las sesiones que ahora están teniendo comiencen hablando de este tema, “es inevitable, compartimos conversaciones acerca de cómo les está afectando, sus miedos, lo que están dejando de poder hacer. Es muy importante que creemos espacios para hablar de cómo nos afecta esta situación.”, afirma Bárcenas.
“Existe el miedo a pasar demasiado tiempo con familiares con los que la relación está deteriorada”
Atendiendo a las angustias específicas que están encontrando en las consultas con sus pacientes, las expertas señalan varias preocupaciones que se repiten: “El miedo más frecuente es al aislamiento, pero también ocurre al contrario, miedo a pasar demasiado tiempo con familiares con los que la relación está deteriorada”, explica Fernández, que también se ha encontrando con una angustia específica en las consultas que reproduce lo que estamos viendo en los medios de comunicación a diario, “como quedarse sin alimentos, medicamentos, enfermar, contagiar a un familiar mayor, perder viajes o actividades programadas que tenían un valor personal importante”.
De hecho, todas están de acuerdo también en que la responsabilidad en estos miedos que se han despertado o evolucionado durante los último días, no está solo en el coronavirus, también hay que señalar a los medios como generadores de un relato poco tranquilizador. “Lo que más hemos visto durante las últimas semanas es miedo a la posible pérdida de un ser querido. Evidentemente se habla de personas mayores que ya están en riesgo por su misma edad, pero la sobreexposición a tanta información ha hecho despertar la alarma de las personas más sensibles”, afirman desde el portal de terapia psicológica online ypsihablamos.com, Raquel Moyá y Estefanía Amengual. “Todos sabemos que nuestros abuelos van a morir algún día, pero ahora y últimamente entre los pacientes, se ha convertido en preocupación diaria. También hemos detectado miedo a morir en los propios pacientes”.
A su vez, existen casos más específicos, Fernández cuenta entre ellos, por ejemplo, que los síntomas podrían empeorar “si se trata de una persona que ya presentaba una preocupación excesiva por la limpieza, como cuando estamos ante un caso de trastorno obsesivo-compulsivo, o si se trata de una persona con miedo a contraer enfermedades, el tener información continuada en todos los medios sobre el problema y el que sea el tema de conversación actual provocará un aumento considerable de su ansiedad, con la posibilidad de que el problema que le trajo a consulta se magnifique”. Lo mismo ocurre para quienes se les ha recomendado aumentar las actividades sociales diarias y el ejercicio físico: “ahora se encuentran con que la situación les fuerza a estar aislados e inactivos, lo que cronificará el problema”, concluye la psicóloga.
¿Significa todo esto que recordaremos estos días como una crisis oscura a la que no supimos hacer frente? Podría ser así si atendemos a los valores que hasta ahora usábamos normalmente para medir nuestra calidad de vida, pero también podría ser de otra forma si, como argumenta Inés Bárcenas, nos centramos “en las oportunidades, en descansar, ya que somos una sociedad absolutamente agotada, y en desarrollar la responsabilidad social que únicamente habíamos leído hasta ahora en libros de ensayo”.
“El torrente de información es peligroso especialmente para las personas más vulnerables en cuanto a salud mental”
Es inevitable recibir esta posibilidad con excepticismo, pensar “ya, ojalá fuera tan fácil”. Pero es cuestión de seguir algunos consejos específicos, que además, son útiles también para quienes no teníamos patologías previas: el primero será alejarnos de las conversaciones e informaciones cíclicas en cuanto al coronavirus. “El torrente de información es peligroso especialmente para las personas más vulnerables en cuanto a salud mental. Si se trata de alguien que ya tiene un caldo de cultivo alrededor de la ansiedad, ese tiempo va a hacer que se encierre aún más en sí misma y que sus miedos crezcan seleccionando la información congruente con el miedo”, explican desde ypsihablamos?, que aconsejan no más de una hora al día de conexión, pues “este tiempo es más que suficiente para saber cómo está el mundo”.
Las expertas también coinciden en la necesidad de realizar ejercicio físico diario en casa, aunque sean unos estiramientos básicos, “evitar ver series o películas acerca de catástrofes o con un tono fatalista y elegir contenido que nos ofrezca una visión optimista o transcendente acerca de la vida”, añade Bárcenas, “igualmente, es el mejor momento para desarrollar esas ideas que nunca hemos tenido tiempo de materializar, cocinar esas recetas que llevan más tiempo y que nunca tenemos tiempo de preparar, o leer toda esa pila de libros que pensábamos que jamás llegaríamos a terminar”.
La cara frívola de esta situación está en el lamento por la imposibilidad de abandonarse a la rutina y salir por ahí a tomarse unas cañas, ir al cine, de compras o a cenar una hamburguesa: yo soy la primera en quejarme, claro. Pero si bien es cierto que esta crisis representa una oportunidad para repensar la arquitectura neoliberal de nuestra sociedad y cuestionar su lógica hiperconsumista, tampoco debemos olvidar que en nuestro día a día estas actividades, por mercantilizadas que estén, son nuestra fuente primaria de socialización, de estar con los demás: no nos angustia perdernos el vermut, sino perdernos a nuestros amigos, celebrar sus cumpleaños o comer con nuestra familia. La preocupación, como apuntaba el otro día en Instagram la periodista Alba Muñoz, es por el déficit de afectos: “las situaciones difíciles son preciosas. Ves lo poco que te importan todos esos libros y series y mucho que te importa oler un cuello, viajar, compartir un piti. […] El paraíso es hacerle una trenza a una amiga, acariciar una rodilla como si fuera una bola de cristal”.
Por eso, como señala, Tatiana Fernández no podemos pasarnos el día augurando cuándo acabará esta situación, porque eso nos llevará a la desesperación absoluta: “tratar de no pensar en más allá, en los días que seguirán es importante, debemos ajustar nuestras expectativas y entender que no tenemos el control cada uno de nosotros, porque durante un tiempo seguiremos las indicaciones que nos den”. Se trataría, en definitiva, de no tomarnos este cambio de vida de mala gana, esperando ansiosamente volver a lo de antes, sino como la oportunidad de la que hablaba Bárcenas: “Sentirnos tan pequeñitos de pronto puede ser una cura de humildad y restaurar la humanidad que muchos han perdido en entornos laborales extremadamente competitivos. Aprovechemos esta situación para hacer autorreflexión y conectar con lo verdaderamente imprescindible”.
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