Pinturas matéricas rozan el pasado revelando temas tabús que entretejen la trama de la sociedad alemana. Obras que fusionan medios, técnicas y materiales: pintura, fotografía y escultura; collage o assemblage; alquitrán, plomo, plantas, vidrio o alambre son pretextos que detonan obras colmadas de signos y simbolismos culturales. Inmerso en la mitología alemana, el Cábala o el misticismo judío, y sumamente influenciado por la poesía de Paul Celan, la música de Wagner y el pensamiento de Nietzsche, Heidegger y Foucault, este artista pone en manifiesto un entramado histórico como antídoto de la amnesia colectiva.
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“Trabajo con símbolos que vinculan nuestra conciencia con el pasado. Los símbolos crean una especie de continuidad simultánea recordando nuestros orígenes.”
— Anselm Kiefer
Nació en 1945 en Alemania, poco antes del fin de la II Guerra Mundial; testigo de la destrucción, reconstrucción y renovación de una nación dividida, Anselm Keifer traza una constelación de ideas, cuyos destellos revelan una textura del mundo que va del neoexpresionismo al neorrealismo, de las vanguardias al arte conceptual, exponiendo una tensión donde se confrontan imágenes que incendian la mente y las sensaciones.
Confrontación que expresa rasgos reminiscentes de la guerra; el holocausto y la ocupación alemana son gestos provocativos que colman sus polémicas series pictóricas Ocupaciones y símbolos heroicos realizadas a finales de los sesenta, en donde Keifer explora la anacrónica relación entre la historia, las imágenes y la memoria.
“Modo de ser de todo lo que nos es dado en la experiencia, la Historia se convirtió así en lo inmoldeable de nuestro pensamiento…”
—Michael Foucault
Dejando a un lado sus estudios de leyes para sumergirse en el mundo del arte; influenciado por la arquitectura de Le Corbusier, Keifer intenta dar a la abstracción matérica una apariencia colmada de ideas religiosas y místicas. A lo largo de su obra, este artista ha dejado de expresar el poder de la renovación, trascendencia y regeneración. Práctica alquímica, con trasfondos medievales, muestra un proceso que busca la transformación espiritual y la redención por medio del arte.
Entre 1963 y 1966 emprendió un viaje por Francia, Holanda e Italia donde se vio impregnado por las influencias poéticas-pictóricas de los versos de Rilke, los majestuosos colores térreos de Van Gogh, o la tersa blancura de las esculturas de Rodin. Estos viajes enfatizarían dos ideas que permearían su obra: la paradójica alianza entre el cielo y el infierno y la transgresión de los límites. Experiencias que lo llevan a dar una explicación a los fenómenos físicos y humanos, los cuales le sirven de personajes e historias que adquieren vida en sus obras.
“La vivencia no es sólo la fuente decisiva que da la norma para el goce del arte, sino de la creación artística.”
— Martin Heidegger
Lienzos que expresan una tensión entre la bidimensionalidad y la tridimensionalidad; tensión donde convergen vida y arte, forma y contenido. La pintura de Keifer, impregnada de símbolos mitológicos y religiosos, sugiere una teatralidad donde se superponen capas de color, mezclas de materiales y fusiones de medios. Puesta en escena donde se materializan ideas filosóficas, históricas y religiosas, como El orden de los ángeles (2000).
Teatralidad donde se entrelazan la mirada y el tacto emergiendo en un espacio háptico que desborda los sentidos: la intensidad de las pinceladas; la vibración de la gama monocromática de colores; la alianza de materiales tan dispares como el plomo, la paja, el barro o las plantas. Impacto visual que borra todo rastro de verdad; conmoción creativa que revela diferentes puntos de vista respecto al ser humano y su lugar en el universo.
Para este artista el arte se conforma por un profundo sentimiento que capta el imaginario colectivo; el arte invita a la interpretación y a la contemplación desde muy diferentes ángulos y perspectivas. Aproximación histórico-mítica que nos lleva no a una narrativa, sino a una perspectiva paradójica de la vida. Para Keifer no hay verdades sólo interpretaciones; su perspectiva del arte invita al espectador a pensar por cuenta propia.
Aunque parezca mentira, no es hasta 1980 en la Bienal de Venecia, cuando el trabajo de Keifer alcanza proyección internacional. Obras como Parsifal (1973) y Los héroes espirituales de Alemania (1973) desataron la polémica más allá de su país natal.
Sin dejar de explorar diversas formas de expresión: imaginarios fotográficos, paisajes pictóricos, escultura y arquitectura, Keifer mezcla con suprema libertad lo filosófico y lo espiritual, la realidad y los mitos, la disposición espacial y la fusión de medios como en sus majestuosos lienzos de la serie Chevirat Ha-Kelim (2000) o La vida secreta de las plantas (2001–2002).
Entablando un diálogo entre el arte y la vida. Este artista plasma en su obra las afecciones del siglo XX; naturaleza irónica y provocativa que cuestiona la historia, las normas, los mitos e ideas acerca de lo que significa el arte en la época post guerra.
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