Antonin Artaud y la crueldad como forma extrema del arte

Nadie mejor que Antonin Artaud supo plantear las implicaciones de la crueldad en el arte, particularmente, en el teatro y el cine. Influenciado por Nietzsche y en estrecha relación con Georges Bataille, André Bretón y Carl Dreyer, Artaud trazó caminos inusitados para el arte al transgredir las formas convencionales de la literatura, el teatro, el cine y la filosofía. Considerado el padre del teatro moderno, Artaud impregna al arte de una subversión donde vida y muerte, lo invisible y lo visible, el silencio y el lenguaje coexisten deshaciendo las relaciones ordinarias de la existencia.

¿Qué significan civilización y cultura en tiempos de crueldad? Fuerza vital. Alteración de la existencia. Incandescencia creativa en constante cambio. Recreación del arte que responde a una exigencia de hacer visible lo reprimido. Expresión que emerge como extrañeza. La crueldad en el arte nos conduce por senderos desconocidos que exploran no la opresión sino los ritmos de la vida.

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Provocador, insólito y salvaje, Artaud aporta un sentido poético al arte. Transgresor que deambula por múltiples trayectos: actor de cine en filmes como Napoleón (1927) de Abel Gance o La pasión de Juana de Arco (1928) de Dreyer; director de teatro, escritor de ensayos como Heliogábalo o el anarquista coronado (1934) o el compendio de escritos compilados en El teatro y su doble (1938). Explosiva existencia que vaga entre psiquiátricos, pesadillas y tratamientos curativos. Su influencia aborda una interminable lista de excluidos: Baudelaire, Poe, Rimbaud, Nerval, Hölderlin o Van Gogh. Provocado por una ritualidad que establece un umbral entre el cosmos y el hombre viaja a México y explorara la cultura tarahumara. No obstante, el hilo conductor de la propuesta artística de Artaud es el teatro y sus posibilidades inexploradas. Propuesta que desdibuja la literatura como dispositivo lineal que conecta al cuerpo como sistema de representaciones y el pensamiento como imitación, proponiendo en cambio la ruptura y alteridad del lenguaje y el cuerpo.

Capturas vía Youtube.

Para este francés, nacido en Marsella, el teatro de la crueldad da lugar a lo reprimido: lo poético que surge como alteración; la magia como signo de arrebato; la pasión como fluctuación intensiva en constante movimiento. Intensidad de formas efecto de una fuerza desgarrante y sorpresiva que lleva la sensibilidad hasta el paroxismo. Un teatro que prescinde de estereotipos, decorados, dramaturgia convencional y que se apoya en el uso excesivo del cuerpo. Para el filósofo y poeta, Maurice Blanchot:

“Cada poeta dice lo mismo y, sin embargo, no es lo mismo sino lo único, así lo sentimos. Artaud trae su parte propia. Lo que él dice es de una intensidad que no deberíamos soportar. Aquí habla un dolor que rechaza toda profundidad, toda ilusión y toda esperanza, pero que, mediante ese rechazo, brinda al pensamiento ‘el éter de un nuevo espacio’”.

Expulsado del surrealismo, próximo al dadaísmo, Artaud introduce en escena el grito anárquico, la intensidad vocal, los ritmos respiratorios no como accesorios sino como partes fundamentales de la expresión teatral. Un espacio colmado de instantes poéticos donde el cuerpo no es sometido y el diálogo no es declamado. Alejado de las palabras, dirigido a los sentidos, el teatro de la crueldad dinamiza imágenes inflamadas de erotismo, delirio y alucinación que acuden a la mente desatando lo impensado, lo inconcebible, lo peligroso. Apunta Artaud: Es la rebelión en su clímax, el amor absoluto que no conoce tregua. Vértigo que nos lleva más allá de lo imaginable, a la perversión del pensamiento y las sensaciones.

Poesía de los sentidos llamará Artaud a ese lenguaje físico, mimético con efecto intelectual. Poesía anárquica que pone en duda las relaciones de forma, contenido y significado; un desorden que para Artaud es próximo al caos. Expresión dinámica y vibratoria conformada por sonidos, gritos y gestos carentes de sentido habitual; proximidad íntima a lo inexpresado y lo irracional; una auténtica operación viva que transforma las formas institucionales y en donde el teatro, el cine y la literatura emergen como detonantes que incendian el mundo del arte.

Ejemplo de ello lo podemos apreciar en el filme surrealista La concha y el reverendo (1928), antecedente de El perro andaluz (1929) de Buñuel, es una audaz tentativa de cine que Artaud propone para dotar a las imágenes de soberanía: luz, movimiento y atmósfera que le es propia; significación íntima que no narra una historia sino que despliega niveles de sensaciones. Vibración que difiere a cualquier representación de imágenes; un choque intensivo que plantea el problema de la expresión desde diferentes perspectivas. Respecto al cine, escribe Artaud: “He apreciado en el cine una virtud propia en el movimiento secreto y en la materia de las imágenes. Hay en el cine una parte de improviso y de misterioso, que no se encuentra en otras artes”.

Excitación cerebral, vibración nerviosa que hace emerger lo no pensado. Una aproximación de cine cercana a la escritura automática que enlaza el pensamiento con lo no consciente. Autómata espiritual, apunta Gilles Deleuze: “Si Artaud es un precursor, desde un punto de vista específicamente cinematográfico, es porque invoca verdaderas situaciones psíquicas entre las cuales el pensamiento apresado busca una sutil salida”.

Para Artaud: “La destrucción del lenguaje con el objeto de acercarse a la vida es una forma de crear y recrear el teatro”. El arte desata el caos, libera intensidades, abre posibilidades. Este proceso alquímico, de destrucción y creación, conlleva a una apropiación de lo que aún no es. Deslumbramiento de formas que desfiguran las imposiciones sociales, políticas y estéticas dejando a su paso tan sólo quebrantamientos que devienen multiplicidad, singularidad y diferencia. Tenso drama de imágenes que perturba, horroriza el cerebro y emerge como un lenguaje único que saca a la luz lo inconfesable.

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