La primera foto que revelé con mis propias manos, en la que se aprecia una estatua en lo alto de un mausoleo, es una imagen fea, torpe. Salpicada de químicos. Sin embargo, la llevo hace años en mi billetera, y podría describir en detalle cómo fue aquel día en el que la tomé. Me acuerdo de todo. El gusto del caramelo que paseaba por mi lengua, el sonido del obturador, las tumbas como laberintos.
Por el contrario, de las fotos que tomo con el celular no guardo el más mínimo registro. Ni siquiera sé cuál fue la última que saqué hoy, hace minutos, antes de sentarme a escribir.
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Joan Fontcuberta (creador, crítico, e historiador en el campo de la fotografía), no se equivoca cuando explica que “las imágenes digitales tienen esa capacidad espectral de aparecer en lugares de los que automáticamente se esfuman”. De hecho, es más el tiempo que dedicamos a producirlas, que a mirarlas. Y, de ser el preciado registro de lo acontecido, se han transformado en el testimonio fugaz de nuestro aquí-ahora.
Sin embargo, o quizás por eso, hoy día la fotografía analógica adquiere otro valor. Hay fotos que elegimos guardar, casi atesorar como un objeto, o amuleto. Otras, ni siquiera sabemos por qué es que las conservamos. Pero ahí están. Despiertan recuerdos que a las imágenes virtuales, tan volátiles, les cuesta traer de regreso.
¿Cuáles son esas fotografías que decidimos guardar en nuestras billeteras? ¿Por qué lo hacemos?
Gabriela, 32
Una de las fotos es la primera ecografía de mi hijo, en la panza. Como la tinta con la que imprime el ecógrafo es muy débil, se empezó a borrar al poco tiempo de que nació. Ahora que cumplió un año, ya casi no se ve. Me da ternura verla, y a la vez tiene algo muy crudo que es la separación que estamos experimentando desde que nació.
La otra, es una foto carnet en la que mi marido salió mal. La rescaté del bote de basura porque él la había tirado. La guardo en mi billetera para molestarlo. Le digo que se la muestro a todo el mundo.
Valen, 26
Mi billetera es como un álbum. Las fotos carnet son de mi familia paterna. Las guardo porque fueron regalos de distintas visitas que les hago cuando voy a Chivilcoy, el pueblo de mi papá -mis padres están separados desde antes de que yo naciera-. Una es de mi tía, dos son de mi papá -una de cuando era joven, y otra más actual-.
Y otra es de mi abuelo, a quien no conocí pero me contaron que hacía teatro y fue quien inauguró el teatro de Chivilcoy. Así que siento que hay algo que nos une, a pesar de saber muy poco de él. También sé que hizo una película que todavía no vi, se llama “La tierra será nuestra” y quizás la vea ahora que acabo de ver su foto.
En la tira de varias fotos aparecemos mis primas, una amiga de ellas, y yo. Es de unas vacaciones juntas, y como vivimos lejos y no nos vemos muy seguido, me encantó la idea de quedármela y llevarla en mi billetera.
Merce, 28
Creía que no guardaba fotos, y acabo de abrir el bolsillo de mi billetera en el que encontré estas tres de un ex. Fuimos novios durante mucho tiempo, y teníamos la costumbre de, año con año, intercambiar fotos carnet. Yo guardaba las de él en mi billetera. Pero fue una sorpresa (no sé si del todo grata) haberlas encontrado hoy, después de tres años de haber cortado. El resto: santos, vírgenes… tampoco sabía que soy así de creyente.
Calculo que son más reliquias kitsch que otra cosa, porque jamás recurro a ellas, y pienso sacarlas ahora que las encontré ahí. Al parecer, mi billetera es algo así como un cajón de objetos perdidos. El amor, la fe, en fin…
Luli, 30
Una es la foto de Guada, mi ahijada, que me dijo exactamente dónde tenía que ponerla. La otra, es de los hijos de mis primos. Las guardo porque están hermosos los cuatro. Y la frase de Johnny Cash la tengo hace miles de años, fue mutando de lugar y finalmente encontró su espacio ahí en mi billetera. La guardo porque me gusta cómo él ve el paraíso en una cuestión tan cotidiana. Me causa ternura.
Daniel, 41
La foto es de mi padre. La guardo porque a menudo me gustaría tener la oportunidad de charlar con él. Y lo otro, es ese boleto. Lo encontré hace años, en una bolsa que alguien dejó cuando se fue del departamento que yo le alquilaba. Lo puse una vez en la billetera, y temo que al sacarlo la cosa se pudra. A la memoria hay que ponerle condimento, a la larga es lo que importa. Lo que fue verdad, qué se yo…
Ailín, 31
Guardo una foto de mi novio y unas de mi familia. Las tengo ahí, un poco por cábala, o como si fuesen estampitas, protección. No sé, algo parecido a eso. Si me pasa algo, o tengo alguna situación importante por delante, soy de mirarlas, de recurrir a ellas.
Elena, 33
Federico, 25
Nada de fotos. Son micropuntos, LSD comprimido. Me los regaló un amigo en una fiesta durante las vacaciones de verano. Los guardo porque cuando llegue la ocasión voy a estar listo. Quien sabe divertirse, espera el momento y dispara. One shot.
Brenni, 30
La foto es en realidad una “Rock Card” de Angus Young, guitarrista de AC/DC. Me la regaló mi primer novio cuando tenía 15 años. Es una imagen que me acompaña, y me recuerda que el único gusto que mantengo, hace tanto tiempo, es el rock.
Silvia, 60
Guardo una foto de mis hijas, lo más importante en mi vida. Leí en algún lado, que según el Feng Shui, no es aconsejable llevar imágenes en la billetera. Si fuera por mí, llevaría un álbum de ellas a todos lados.
Diego, 40
Las guardo por ese mandato social de que hay que tener la foto de alguien en la billetera. Las tengo un poco por suerte, y para sentir que me acompañan. Pero la verdad es que no soy de mirarlas tanto, prefiero ver las fotos de mis hijos que guardo en el celular. A veces los mandatos sociales son esas costumbres que uno sigue sin preguntarse para qué.
Jimbo, 40
Ya están muy gastadas, pero aún las llevo conmigo. Son fotos de seres queridos. Me alientan.
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