Crecí en una familia nudista y sigo sin entender para qué sirve un bañador

crecer en una familia nudista

Cuando yo tenía unos cinco años mi madre me regaló un libro para niños sobre un osito. La trama no tenía mucha miga. Cada página trataba sobre el osito haciendo una cosa diferente. Cuando llegamos como a la mitad del libro el osito iba a un lago a bañarse, nada fuera de lo común. A mí me dio un ataque de risa. Mi madre, la pobre, no entendía nada, “Hija, ¿de qué te ríes?”. Y yo, con mi risa de niña que sabe algo que tú no, me tapaba la cara, “Nada, nada…”. Mi madre ya, con una curiosidad tremenda siguió rascando, “Venga, cuéntamelo, anda”. “Ay, ama, que el osito es tonto, que se le ha olvidado quitarse los calzoncillos antes de meterse al agua”.

Fue en ese momento cuando mi señora madre se dio cuenta de que yo, ya en Primaria, no tenía ni idea de lo que era un bañador. Desde la generación de mis abuelos mi familia es nudista y yo, por aquel entonces, nunca había visto a nadie “meterse con calzoncillos en el agua”.

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Voy a decir una cosa sin intención de herir a nadie, pero sigo pensando lo mismo que pensaba mi yo de cinco años: los bañadores son la prenda más absurda y antihigiénica que se ha inventado jamás. Ojo, no estoy diciendo que seas idiota por llevar ropa de baño, solo que llevar ropa de baño es en sí una idiotez.

Piénsalo un momento de esta forma. Imagina entrar a la consulta de tu ginecólogo y decirle que has decidido que durante los próximos cuatro meses del año vas a llevar unas bragas mojadas durante varias horas al día pegadas a tu coño. Fiesta de las bacterias, popurrí de hongos vaginales. ¿Qué crees que te diría el doctor? “Sí, por supuesto, no hay nada mejor para su cueva del amor que mantenerla cerrada con humedad constante”. Creciendo en una comunidad nudista aprendí desde la infancia que la ropa es necesaria cuando es necesaria, y a 40 grados a la sombra en una playa de Murcia claramente no lo es.

“Mi padre siempre me dice que yo era la nudista más radical que ha conocido en la vida. Según entraba por la puerta de casa me empezaba a quitar la ropa”

Bueno, cuando digo que lo entendí desde la infancia en verdad miento un poco. Mis padres tenían un pequeño problema a la hora de readaptarme a la vida vestida después de un verano de despelote 24/7. Una de las primeras cosas que tocaba hacer a la vuelta de vacaciones era preparar la vuelta al cole, cosa que mi madre (que odia ir de tiendas) intentaba liquidar en una jornada intensiva eterna en El Corte Inglés. Según me han contado mis padres, como protesta ante esas pilas de ropa que tenía que ponerme me escapaba desnuda de los probadores. Cada vez que me imagino a mi miniyo corriendo en pelotas por El Corte Inglés con mi madre gritándome que hiciera el favor de meterme pa’dentro me siento más punki de lo que en mi vida adulta seré jamás.

Mi padre siempre me dice que yo era la nudista más radical que ha conocido en la vida. Según entraba por la puerta de casa me empezaba a quitar la ropa. Antes de haber cruzado la mitad del pasillo ya estaba con mi uniforme de verano. Lógicamente si yo estaba tan cómoda con mi cuerpo desnudo es porque en mi familia siempre se vivió con toda la naturalidad. De hecho sigue resultándome muy raro hablar con gente y que me digan que ver a sus padres desnudos, o que sus padres les vieran a ellos, les resulta algo incómodo solo de pensarlo. Me parece turbio que, cuando sale este tema, la rara sea yo.

Que conste que no juzgo a nadie por sentir pudor al mostrar o ver el cuerpo desnudo. El pudor se aprende, y es muy difícil de desaprender. Yo me considero una privilegiada por haber crecido en un entorno en el que el desnudo no estaba sexualizado. En el que era perfectamente normal ver a personas de todas las edades sin ropa. Cuando era una niña el cuerpo de una mujer mayor sin ropa no me parecía algo extraño, ni feo, ni desagradable. Eso me lo enseñó la sociedad después.

Cuando te crías en un entorno nudista no hay cuerpos “buenos” y cuerpos “malos”. Jamás he visto ningún otro lugar en el que se diese menos importancia al aspecto de la gente y en el que las personas se sintiesen más cómodas con su físico. Supongo que al quitarnos la ropa a la entrada del camping todos estábamos rompiendo con las normas sociales de una forma tan drástica que los complejos se quedaban en la puerta.

Allí todo el mundo se paseaba más a gusto que en brazos siendo gordo, flaco, alto, bajo, teniendo las tetas en la garganta o en el ombligo o teniendo una barra de pan o un purito entre las piernas. Bueno, no voy a negar que había bromas. Mi padre me ha hablado de “el padre de Paquito”, el papá de un niño con el que yo solía jugar y que al parecer tenía un miembro bastante descomunal, así que todos tenían la coña de que no querían ponerse a su lado en la ducha porque la comparación les dejaba en mal lugar.

“Cuando te haces amigo de alguien en un camping nudista no tienes ni idea de qué aspecto tiene esa persona con ropa, si viste del Zara o es el más gótico de su barrio”

Aunque me imagino que esto os resultará raro a la mayoría de vosotros, cuando conoces y te relacionas con gente completamente desnudo, lo que resulta raro y “da vergüenza” es el momento de verse vestido. Desnudos (quitando los tatuajes y poca cosa más) no tenemos un “estilo”. Cuando te haces amigo de alguien en un camping nudista no tienes ni idea de qué aspecto tiene esa persona con ropa, si viste pijo o es el más gótico de su barrio. Recuerdo que cuando a veces refrescaba por la noche y nos vestíamos todo el mundo me resultaba muy extraño, a nadie le pegaba lo que llevaba puesto. Yo me sentía incómoda, “¿Qué estarán pensando de mi ropa?”. Sé que suena a cosa de locos, pero a mí el pudor me llegaba a la hora de vestirme, no de desvestirme.

Mi amiga Erika, a la que conocí en aquel camping en 1994 también recuerda esa misma sensación. Vestirse tenía también un componente emocionante: os voy a decir una cosa, cuando te pasas el día a coño visto ponerse algo de ropa (aunque sea un pareo de playa) se vuelve mucho más importante que cuando lo haces a diario. De repente cualquier trapo de hace sentir muy vestido. Recuerdo que disfrutábamos de los pareos como si fueran vestidos de gala. Los atábamos de mil formas distintas y nos sentíamos como actrices en la alfombra roja. Parece mentira que eso lo diga una persona que actualmente tiene mil vestidos más de los que le hacen falta muertos de asco en el armario, muchos con la etiqueta puesta. A veces, me siento ridícula mirando ese arsenal de perchas habiendo sido una niña que era mucho más feliz cuando no tenía que preocuparse de la ropa en absoluto.

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Por desgracia para mi salud mental y mi felicidad en general el entorno nudista fue uno de los pilares de mi socialización, pero no el único. Según fueron pasando los años el resto de contextos sociales me enseñaron que sí hay cuerpos buenos y cuerpos malos. Que más me valía ser guapa y delgada si quería valer algo. Que el valor de mi cuerpo se medía en base a lo que la opinión masculina pensara de él. Ya en primaria los chicos hacían listas puntuándonos de la más guapa a la más fea. Yo fui la sexta de aquella lista, justo en la mitad. Y nadie quiere sentirse mediocre.

Al ir creciendo esa paz que sentía al convivir con gente a la que le daba igual enseñar su cuerpo tal y como era fue desapareciendo. Se la fue comiendo una voz mucho más fuerte que me repetía constantemente que no era lo suficientemente buena. Dejé de comer. Empecé a vomitar. Pruebas, hospitales, psicólogos. Mi cuerpo y yo empezamos una guerra eterna que hoy todavía tengo que luchar para no recaer de lleno en la enfermedad. Y tengo claro que mi infancia nudista juega un gran papel en que pueda analizar la frivolidad con la que se miran nuestros cuerpos y la crueldad con la que nos tratamos frente al espejo.

“Al ir creciendo esa paz que sentía al convivir con gente a la que le daba igual enseñar su cuerpo tal y como era fue desapareciendo”

Estoy plenamente convencida de que la censura que se ejerce sobre el cuerpo desnudo tiene mucho que ver con los complejos que tenemos. Cuando iba al instituto, que yo ya me creía un poco antropóloga de la vida, solía preguntarle a mis compañeras y amigas a ver si su coño les parecía bonito o feo. No sé a cuántas personas llegué a hacer esta pregunta, pero recuerdo perfectamente que todas respondieron lo mismo y sin dudar: feo.

El desnudo está tan hipersexualizado que los genitales femeninos se ven representados fundamentalmente en el porno, donde hay un modelo predeterminado de coño que se ha convertido en el único válido. Los únicos cuerpos desnudos con los que podemos compararnos son los de actrices y celebrities a las que, aunque veamos sin ropa, nunca solemos ver al natural: maquillaje, photoshop y cirugías suelen estar presentes en todas las imágenes de cuerpos desnudos que vemos.

Como no tenemos un registro mental de cómo se ve el resto de gente sin ropa, miramos a otras asumiendo que su cuerpo desnudo no tendrá las “imperfecciones” que tiene el nuestro. Nos estamos comparando con una imagen que ni siquiera hemos llegado a ver. Por eso creo que es tan sano plantarse en una playa nudista y ver la diversidad de fisionomías que hay a nuestro alrededor. Necesitamos ver cuerpos desnudos fuera de una puesta en escena sexual para comprender que no hay nada de raro ni de malo en lo que escondemos bajo la ropa.

Recuerdo también a todas las chicas de mi clase haciendo corrillo alrededor de un National Geographic en el que aparecía una tribu de algún otro lugar del mundo. Todos estaban sin ropa y a ellas les estaba estallando la cabeza. Recuerdo no entender por qué tanta risita nerviosa y curiosidad por algo que a mí me parecía tan normal.

La hipersexualización del desnudo me parece algo bastante deprimente, especialmente por la parte que nos toca a las mujeres. Nuestros cuerpos desnudos están bien si es para vender una cerveza o para que los señores puedan pajearse mirándolos, pero si los mostramos por voluntad propia la policía de la moral tarda menos de medio segundo en aparecer a increparnos por putas, feminazis, por desvirtuar la causa feminista y mil cosas más.

“¿Qué pasaría si yo me paseo en tetas por el centro de la ciudad? A parte del acoso al que me vería sometida, no descarto que la policía (la de verdad) viniera a ponerme una multa o algo similar”

Ahora que ha llegado el verano y el calor aprieta en Barcelona no puedo dejar de cabrearme cuando paseo por la calle y veo a tipos paseando sin camiseta sin que nadie les diga ni mu ni ellos se sientan incómodos. ¿Qué pasaría si yo me paseo en tetas por el centro de la ciudad? A parte del acoso al que me vería sometida, no descarto que la policía (la de verdad) viniera a ponerme una multa o algo similar.

¿Qué concepción más básica y triste de la sexualidad tiene que tener la gente para que el cuerpo desnudo sea sinónimo de algo sexual? El erotismo y la sensualidad son cosas bastante más bonitas y complejas (por suerte) que llevar o no llevar ropa puesta. Y si no eres capaz de verlo siento decirte, colega, que no has debido disfrutar del sexo en condiciones en tu puñetera vida.

crecer en una familia nudista

Si crees que el nudismo puede ayudarte a sentirte más libre y más cómodo con tu cuerpo o simplemente te apetece disfrutar de un baño en el mar sin que la tela del bañador pegada al cuerpo, adelante. Pero ve con la cabeza abierta y una actitud de respeto ante la gente que te encuentres allí: no te rías de una persona porque su cuerpo no te gusta, no hagas fotos y vídeos de la gente para compartir con tus amigos y, sobre todo, no seas un puto pajero.

Sinceramente me gustaría que todo el mundo pudiese disfrutar de la paz mental que me ha dado a mí criarme en un entorno nudista, pero entiendo que quitarse la ropa en un espacio público en un momento en el que las mujeres vemos como nuestros desnudos se difunden mediante la misoginia colaborativa en foros como Hispachan no es fácil. Si vas a un espacio nudista con tu mood de machito no estás liberando tu mente sino incomodando a las mujeres de tu entorno.

Así que recuerda, chaval: si vas a practicar nudismo que sea aprendiendo antes a no acosar, que no es tan difícil.

Sigue a Elena en @elenaruemorgue.

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