Hasta arriba del Darién, al borde del gran Pacífico, nos fuimos para encarar un fin de semana seguido de pura farra. Panamá nos recibía a Paula Thomas y a mí, con un calor y una humedad tremenda que suponíamos era normal. ¿Nuestra misión? el TDA o The Day After Festival, un evento masivo, el más grande en materia electrónica de ese país, que para este año se fue de largo con tres días de fiesta (15, 16 y 17 de enero) y headliners súper estrellas como Jack Ü, Nervo, Above & Beyond y Zedd, o estandartes del house y el techno como Bob Moses, Guy Gerber, Magda o Lee Burridge.
Puestas en la mesa las características de este intenso agasajo en tierras de Vasco Núñez de Balboa, honestamente no sabíamos qué esperar. Por lo que se alcanzaba a percibir en las comunicaciones del Festival, la cosa pintaba un poco permeada por la onda “Tomorrowland”, que viene siendo una especie de explosión perfectamente diseñada del release y del drop, del júbilo y la reunión, del EDM con algo de eso que aún llaman “undergound”.
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Apenas entramos al Figali Convention Center, el TDA nos sorprendía. Dos stages, el main, dedicado a las tendencias más comerciales, era enorme y estaba custodiado a sus espaldas por un edifico de forma cóncava que le daba un matiz imponente al escenario, mientras se expedían chorros de luz, que incluso, se alcanzaban a ver desde los prominentes edificios del centro de la ciudad. A ojo, calculábamos que era un espacio al aire libre para unas 10.000 personas. El secundario, estaba auspiciado por la empresa más visible de ventas online de música electrónica, Beatport. Era una sala indoor que podía contener unas 3000 personas, en donde la luz era más escasa y las frecuencias bajas recorrían muy bien el espacio que detrás del booth tenía un VIP que evocaba con precisión el estilo Boiler Room o backstages tipo Time Warp.
Al dejar nuestros espacios de confort en zonas para prensa, nos colamos en la masa. Bastó con recorrer diez metros para concluir que algo no andaba bien. El 60 por ciento de la gente dentro del Festival aún tenía acné en la dermis y sus protuberancias parecían no haber salido por completo. Sí, los menores de edad tenían permitido el acceso al festival bajo ciertas reglas y con la supervisión de las autoridades. Sin duda la medida nos preocupó un poco, pero mientras nos mezclábamos con la infancia, nos dimos cuenta que fue un acierto total. La perfecta logística del evento hizo que miles de niñitos pudieran compartir masivamente con adultos en un entorno responsable que nunca sufrió inconvenientes. Los pelaos se pintaban las caras, se peluquiaban en un espacio de “barbería” que adecuó el Festival, hacían dinámicas de baile estrambóticos y algunas hasta se despojaban de sus vestiduras para quedar solo en cuquitos.
Mientras en el día nos recuperábamos del trajín de la farra en el Canal de Panamá, Museos, el Casco Viejo, o simplemente recibiendo el bajo sol en una piscina panameña, entendimos que allí estaba ocurriendo un fenómeno bien particular; estábamos viviendo la experiencia EDM en carne propia por primera vez. Si bien nuestra línea conducía más a los sonidos que emanaban del Beatport Stage, con Bob Moses, Francesca Lombardo, Gerber y Magda a la cabeza, nos dejamos deslumbrar por lo que generaba en la gente este tal EDM. Concluimos, de entrada, que no se trata sobre la música. De hecho, no sabemos con certeza si a eso se le pueda llamar “música”, pero digerimos el suceso desde otra perspectiva, analizando el tema como una experiencia que, en perfecta sincronía, estalla y se viene en la cara de miles de personas que encuentran lo que buscan: liberaciones extremas y conjuntas de dopamina y serotonina. Por ello no tiene caso describir día por día. La fórmula química es perfecta, uno creería que el resultado de la ecuación es puro aburrimiento, pero no. Esto funciona, el EDM es pura eficiencia para las personas que solo exploran las capaz superficiales de la música electrónica.
En medio de esa mezcla cultural tan brava, pues también había una importante presencia de extranjeros latinos, europeos y gringos, actos como los de Jack Ü, Zedd o Nervo enaltecían ese jolgorio y sentimientos en modo leitmotiv. Y es que no solo se trataba de los headliners; podía tocar cualquiera y siempre sucedía lo mismo. Desconocíamos muchísimos nombres (vea aquí el cartel completo), pero a todos los celebraban. Destacamos el sync audiovisual del show (porque eso es lo que es) de Skrillex y Diplo. Nos encantó también que el stage “underground” siempre tuvo buena concurrencia, y fue una ventana enorme para que chicos que hasta ese momento solo conocían tendencias comerciales, pudieran explorar otros sonidos con más profundidad. Musicalmente, fue bacana la línea progresiva e íntima que manejó el Guy Gerber (fue chévere cuando tiró su “Timming”), pero sin duda el momento más épico del festival lo vivieron pocos, el sábado, a eso de las 4 de la madrugada, cuando Lee Burridge cerró su set con el remix de Laolu al “Too Much Information” de Afrobeat Orchestra & Dele Sosimi.
La energía del público panameño es realmente contagiosa. Sentimos un ambiente casi que libre de drogas y aún así la energía fue la más tremenda que hemos presenciado en un festival. El intercambio de culturas, ver incluso cómo un niño de 8 años fue a disfrutar de su DJ favorito con su papá, fue algo que no habíamos visto en otra parte. Sin duda la apuesta de los organizadores, Showpro, Disco Donnie y el apoyo de la Autoridad de Turismo de Panamá, fue un all in que se llevó toda la ganancia, una que, principalmente, fue un regalo a la dinamización de la cultura electrónica de este país. Esperamos que el festival siga creciendo, y que ojalá, otros promotores y realizadores de eventos se empapen de este modelo que se puede resumir en una palabra clave: inclusión.
Por ahora les dejamos más capturas del The Day After Panamá 2016.