No estoy bautizado. Cualquier roce con la religión me supone tornar la cabeza como un cachorro que no entiende nada cuando le hablas pero la gira 45 grados tratando de entender. Esa fascinación por el ornamento y el ritual la veo de un valor incalculable. Es como ver porno sin que te importe el final, por la mera celebración del espectáculo, preguntándote si todo eso es necesario o si la preparación del ritual es más importante que el ritual en sí. Salir a fotografiar una celebración en algún pueblo de España te hace sentir inevitablemente como una versión de outlet de esa señora bajita de Puertollano que está en Magnum.
El punto inicial es elegir que procesión, esa selección según la imagen del Paso se parece bastante a elegir personaje en un videojuego de lucha por la pinta que tiene. Últimos preparativos, apretar nudos de corbata, saludos entre hermandades. Los detalles son los que pulen el diamante. Alpargatas nuevas, smartphones coreanos, refrescos con cafeína y las más creyentes descalzas. ¿Qué nos llevamos puesto de casa cuando fotografiamos? ¿Qué nos queremos llevar a casa después de fotografiar?
Ciudad Real, estepa manchega, la Procesión Del Cristo De Medinaceli Y Esperanza (muchas mayúsculas en un nombre siempre honran) empieza en una zona casi industrial a las afueras. Los costaleros toman posiciones y hacen que veamos la estampa de la imagen saliendo junto a una máquina de aire acondicionado. Justo al comienzo se oyen palmas. ¿Qué se aplaude? Unas cornetas entonan un himno de España que rápidamente forma un mash-up con otra canción que no me suena. Los lentos pasos de la procesión hacen que la virgen se mueva con un bamboleo que me recuerda ese capítulo de Los Simpson en el que van a Brasil y aparece Xuxa (Maria da Graça ‘Xuxa’ Meneghel) indicando el camino con sus pompones, esta vez hacia uno de los Mercadona que pueblan Ciudad Real. Torpes pasos y adornos con esmalte de plata que me recuerdan a la antigua cama de mi abuela.
Medias blancas, pendientes en la nariz y mantillas negras. Avanza la tarde y muchos agradecen el extra de gomina para aguantar el tipo. Nos adentramos en el centro de la ciudad, la procesión roza las sillas de los bares (cruce de metales nobles). Al terminar la procesión y revisar las fotos, una pregunta me viene a la cabeza: ¿Cual es el testimonio más interesante para contar la historia, el nuestro o el de la señora con el smartphone?