Desde hace poco más de una década, los llamados “festivales boutique” han funcionado como un propulsor estratégico importante del talento musical emergente, fortaleciendo y dándole un juego más equitativo al trabajo de artistas locales y de buena parte de América Latina. En ese sentido, la propuesta de Bahidorá ha logrado fortalecerse y ratificarse como un punto de encuentro nodal de lo más granado y sobresaliente de la música contemporánea, y todo aquello que corresponde a los linderos de la cultura club, del baile y de la noche electrónica más vibrante.
Para la edición 2019, el carnaval de Bahidorá tuvo el desafío de solidificar y renovar un esquema sonoro y narrativo que ya se ha vuelto su impronta: talento emergente latinoamericano, electrónica de cuño poderoso, frecuencias gozosas que nos refieren al caribe, así como un pop sensual, reggae pasado por el tamiz electrojazz, o bien un techno de altura en diversos formatos y estilos.
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Aunque, habría que decir que justo la experiencia que propone Bahidorá es una de las más amplias y complejas en su tipo, ya que posee un sinfín de elementos más que la amplían, complementan y diversifican, al tiempo que la comprometen en términos comerciales. Léase: Un spot vacacional con río delicioso, activaciones, oferta artística y demás elementos de estimulación sensorial, que hacen de alguna manera que la propuesta sonora se perciba en función de ese elemento abstracto llamado ambiente. Es en estos términos que habría que leer la cantidad y calidad de sus actos que, si bien no fueron pocos, los verdaderamente memorables fueron de corte claro, íntimo, y de una conexión potente con el público asistente.
Sin embargo, esta apuesta que se ha ido afinando a lo largo de los años hasta encontrar su mejor definición en la edición de este año, fue también empañada por la tragedia. Un asistente al festival falleció, y al momento de escribir esto, aun no sabemos exactamente bajo qué condiciones.
Para el inicio de jornada del día sábado (la noche anterior habíamos tenido una buena jornada de techno de vieja escuela con Underground Resistance), el pleno momento de la atención se encontraba más en el río y las albercas que en los calurosos escenarios, por lo que las efectivas actuaciones de los Meridians Brothers o DJs pareja se quedaron en las postrimerías del olvido. No así la brutalidad cumbiera de Romperrayo, quienes lograron dar un contundente macanazo de baile a la pequeña concurrencia que fue a verlos. La música que se hace actualmente en Colombia arde para bien.
Posteriormente, en el escenario principal, una The Souljazz Orchestra intentaba repetir la gloria de ediciones pasadas que Antibalas había detonado en esa misma tarima. Y si bien los canadienses fueron superiores y solventes, lo prístino de su ejecución quedó un poco a deber. Aunque, no obstante, el calor venía a menos, el río y la relajación hacía lo suyo, y poco a poco los trajes de baños se transformaban en pants, pantalones, humo y ocaso.
Fue así como el río de la puesta de sol nos trajo la delicia de Nightmare on Wax, el legendario proyecto de George Evelyn, uno de los nombres que fueron parte importante detrás del prestigio inicial en el catálogo del no menos importante Warp Records. ¿Su ser? Un pop-jazz impecable y seguro, sin sobresaltos pero lo suficientemente efectivo como para ser el aperitivo perfecto de lo que sería el plato fuerte de la noche que comenzaba: Blood Orange.
En menos de diez años y un corpus esencial de cuatro trabajos de estudio de larga duración, Devonté Hynes ha crecido exponencialmente desde todas las aristas perceptibles: discurso, estilo, nivel compositivo y, por supuesto, calidad de ejecución. Su concierto del 16 de febrero fue un compendio de sensualidad, emoción pura e identidad consciente entregada sin ambajes. Un despliegue de pasión, en donde el pop soul y el R&B de los ochenta se funden en una reminiscencia viva con coherencia y poder. Y sí: Blood Orange es la “Sade” de nuestra generación. Enorme y memorable. De los mejores actos en la historia del carnaval.
Trascender la noche
Quien haya ido a Bahidorá sabe que el maratón electrónico de la noche es la verdadera jornada dura de todo el carnaval, esa que exige baile y condición, y que revela sus verdaderos secretos ya bien entrada la madrugada, allá en el escenario del fondo patrocinado por una marca de botanas.
Antes de adentrarnos en esas latitudes techno duras, en donde la enorme Octo Octa, ––uno de los nombres más refrescantes de la electrónica bailable de los últimos meses–– ya calentaba con creces los hornos de la gente, pasamos lista con un clásico del techno, leyenda y figura, especialmente querido en nuestro país: Larry Heard. En definitiva, un contraste de oro con el poderío posterior de Acid Arab y The Field, quienes cerraban el escenario principal e invitaban a administrar bien la energía restante.
De vuelta a la jornada de los guerreros de la noche. Baile, tracks insuperables y un sonido casi impecable en un espacio mejorado y replanteado desde la misma dinámica de su diseño base, cosa que brinda identidad y comodidad a partes iguales. Así, la recta final de la madrugada más desafiante correría a cargo de tres nombres distintos entre sus estilos pero que narrativamente harían un efecto demasiado solvente: Honey Dijon, Louie Fresco y Objekt.
La miel daba una cátedra sofisticada del beat, mientras la estafeta de Louie tuvo ese toque latino que ya hemos tenido oportunidad de probar para que posteriormente, ya cansados y en plena antesala del amanecer, la llave maestra le fuera entregada a otro recurrente de los afectos mexicanos, Objekt, el alias de batalla de TJ Hertz, quien ratificó su escaño como uno de los mejores productores de su generación (quien haya escuchado Cocoon Crush el año pasado sabe de qué va el futuro).
Este 2019 que comienza puede augurar un año nutrido y más interesante en términos musicales, en tanto los mejores momentos de Bahidorá lo proyectado. En ese sentido, mención honorífica para el personal y talento curado en el escenario pequeño del carnaval llamado La Estación, el cual ha potenciado a Bahidorá, sobre todo durante estas dos últimas emisiones, con una panoplia de artistas verdaderamente arriesgados, en especial el talento femenino latinoamericano, quienes seguramente marcarán las nuevas nomenclaturas sonoras de 2019.
Ese tono de fiesta aterrizada y menos decadente en cuanto a la densidad del ambiente que en otras ocasiones, ya bien entrada la noche cambió de forma sensible este año, aunque sin duda no se encuentra exento de que eventualidades, percances y sucesos adversos ocurran de forma inevitable, como el lamentable fallecimiento de uno de los asistentes, encontrado en el río y que hasta el momento se desconocen las causas precisas de su muerte. Al respecto, la organización del carnaval se pronunció con discreción y en investigación de los hechos, en aras del respeto a los familiares de la víctima.
Esto, invariablemente lanza nuevas preguntas y desafíos que recaen sobre los linderos y dimensiones de un festival, el que sea que albergue por un número considerable de horas a una cantidad mayúscula de asistentes.
Cierto es que como públicos o miembros de la prensa vemos sólo una parte de todo el engranaje que da vida a un evento de tales magnitudes; un sesgo que está más cerca del disfrute, los gustos y la perspectiva inmediata que de una impronta mayor. No obstante, ese trabajo desplegado en la experiencia misma, es la parte final que se dispara hacia miles de lados, del crecimiento de la escena musical mundial a la ratificación de un voto de confianza.
A toda la experiencia sonora-vacacional-de consumo que propone y despliega Bahidorá habría que sumar siempre el factor sorpresa, la redimensión de sus alcances y el reforzamiento de sus medidas de protección y protocolos de seguridad, sin salirse del ADN que lo compone. En ese sentido, Bahidorá, como uno de los eventos relevantes de México, esperemos que aún tenga mucho que ofrecer y que siga creciendo, tras una emisión de sesgo discreto y óptima desde varias de sus aristas.
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