No hay resaca que no ceda ante un platillo monchoso, con grasa y de generosas proporciones, ya sea nadando en caldo o bañado con una salsa súper picante. En la CDMX hay un lugar que cumple todas tus expectativas de zombie hambriento y las materializa en un género gastronómico que muchos llevan tatuado en el corazón: la “garnacha”, la “fritanga”, o comida de la calle.
Nos referimos a El Mjiknito (se pronuncia “el mexicanito”), la meca de todos los antojos preparados con masa de maíz, rellenos con guisos y pasados por el comal o por un recipiente con aceite hirviendo. Este lugar expende sus pecaminosas delicias dentro de un local ambientado como si fuera una casa provinciana.
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Los dueños, Sadoc y Eloisa Quintanilla, son responsables de que (desde 2014) miles en la capital se hayan vuelto adictos a su gordita de suadero, ahogada en una salsa de tomate y conocida en los bajos mundos como “la Mjiknita”.
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Los oficinistas, estudiantes, corredores y vecinos de su sede principal (en Avenida Cuauhtémoc 852, de la colonia Narvarte), así como de su otra sucursal (en La Quebrada 429, de la misma demarcación), son capaces de aguantarse el hambre, hacer fila o esperar una entrega a domicilio, con tal de sopear e hincarle el diente a este tesoro curacrudas, o a cualquier otra opción de su amplia carta de alimentos.
Sea o no que la resaca haga de las suyas en tu cuerpo, tienes que saber que abren todos los días, y que venden paquetes de desayunos y unas flautas que pueden estar rellenas de pollo, carne, queso o papa, por las que irremediablemente regresarás.
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Sus tortas de chilaquiles te ayudarán a sobrellevar cualquier “bajón”; sus burritos de 30 centímetros de largo son para estómagos insondables; los sopecitos te harán recordar cuando tu abuelita decía que “de lo bueno, poco”, y sus salsas de habanero amarilla, roja y verde, te harán ver a Dios en la Tierra y en el cielo, pero te van a encantar.
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Para tomar, no hay que pensar demasiado: sus micheladas y sus nuevas “mexichelas” (latas de cerveza con chamoy en la orilla) son un hit. También venden una bebida sin alcohol, llamada “la Mística”, que lleva rodajas de naranja, limón, agua mineral y un toque especial de la casa, que ha levantado a más de un muerto. Su antítesis es “la Sádica”, que lleva todo lo anterior, además de vino tinto.
El Mjiknito empezó como la consecuencia de un regaño que recibió Sadoc, cuando su mamá lo vio echándose un taco sobre un “burro de planchar” (mueble que se usa para esos menesteres), a lo cual ella reaccionó así, “¡No es para comer!”
Hoy, las mesas del restaurante son los “burros” sobre los que le prohibieron a Sadoc hacer otra cosa que no fuera desaparecer arrugas de sus camisas y te reciben con la misma compasión con que tu madre te prepara algo cada vez que cruzas de madrugada la puerta y ve lo destruido que llegaste.
Sal de esa cama que te aprisiona, lávate la cara, llega hasta los coloridos cuartos de este restaurante y demuéstrale a la vida que hasta el alma más cruda puede recuperarse con una “garnacha” picosa y una chela helada.