Una visita al ‘Cementerio de los Curros’ de la Expo 92

Los sevillanos nacidos en los noventa hemos crecido con Curro. Un simpático pájaro de cresta y pico multicolor, un adelantado a su época. La mascota de la Exposición Universal de 1992 conformó parte de nuestro ideario y se convirtió en un icono de la idiosincrasia de la ciudad. Estaba por todas partes: bares, camisetas, toallas, muñecos, pegatinas.

Lo integramos en nuestros juegos mientras crecíamos en torno a conversaciones teñidas de nostalgia acerca de aquel acontecimiento que supuso un revulsivo para Sevilla: no sólo la transformó, sino que la vorágine de cambios a los que fue sometida a todos los niveles provocó que la historia contemporánea de la urbe estuviera dividida en dos hitos diferenciados: la Sevilla “antes de la Expo” y “la Sevilla desde el 92”.

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Todas las fotos realizadas en 35mm

Los que vivieron aquella transición siempre hacen hincapié en este nuevo punto de partida. La ciudad jamás sería la misma. Se presupuestaron 1104 millones de euros para un evento que posicionaría a Sevilla en el mapa mundial y por ende, a Andalucía.

25 años después de su inauguración, aquel recinto de ensueño devuelve otra imagen bien distinta

Cuando se inauguró la Expo yo era demasiado pequeña como para conservar recuerdos. Los hijos de la generación de Curro nos hemos criado escuchando hablar de ella. “Era la puerta a otro mundo”, suelen decir quienes la recuerdan y la disfrutaron. Una cita con la vanguardia, la modernidad, el arte, la tecnología y sobre todo, el intercambio cultural. La Isla de la Cartuja se convirtió en una metrópoli futurista cargada de pabellones coloridos, monorraíles y teleféricos que la surcaban por las alturas, jardines imposibles, colorido y luz. Y Curro, el habitante de aquel extraño planeta.

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La Expo 92 contó con 215 hectáreas de recinto y acogió a 15,5 millones de habitantes. Solo con ver imágenes de archivo de aquella época empiezas a tomar conciencia de la envergadura y del esplendor que adquirió. Y ahora, 25 años después de su inauguración, aquel recinto de ensueño devuelve otra imagen bien distinta. La de una urbe distópica. La resaca del 92.

Se presupuestaron 1104 millones de euros para un evento que posicionaría a Sevilla en el mapa mundial y por ende, a Andalucía

Un reflejo de la decadencia que asola el lugar y que bien podría hablar por sí sola sobre nuestra sociedad actual. Pese a que se haya convertido en un Parque Tecnológico y Empresarial y sea sede de la recién estrenada Torre Sevilla, un simple paseo puede mostrarnos la otra cara de la moneda.

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Los años posteriores al 92 se sucedieron en torno a demoliciones de pabellones, desmantelamiento de infraestructura y lucha por recuperar los jardines. Hasta hace relativamente poco podían verse los teleféricos apilados a su suerte completamente abandonados. Lo mismo pasó con el famoso monorraíl.

El único que puede verse expuesto y conservado se encuentra, curiosamente, en un centro comercial de Zaragoza, mientras que aquí permanecieron muchos años desahuciados en una estación sufriendo todo tipo de actos vandálicos. Nadie quería que acabase la Expo y sin embargo, cuando ocurrió, la ciudadanía no sintió escuchada su demanda para una mejor utilización y conservación del espacio.

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¿Y qué pasó con Curro? A día de hoy podemos encontrar centenares de las atracciones del pajarito descansando en lo que popularmente se conoce como “el Cementerio de los Curros”, que es una tienda de antigüedades que los rescató de su inminente desgracia y que los conserva al aire libre, esperando que alguien quiera llevárselos.

Lejos de evocarnos esa frescura que solía despertar, parece que nos devuelve una sonrisa macabra que se hubiera congelado en el tiempo. Sus colores están desgastados. Saluda al cielo, como el que se despide. El último superviviente de aquel planeta deshabitado reflejo de lo que fue y no terminó de ser. Esta serie de fotografías está tomada en diapositiva de 35 mm evocando las texturas de la película utilizada en aquella época.

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