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Atentado en Barcelona

Las redes sociales, armas desde el sofá en el atentado de Barcelona

Todos compartíamos información por WhatsApp, y daba igual lo falsa que pudiera ser.
Captura de uno de los vídeos que circuló ayer por las redes sociales

Cuando el Conseller de Interior declaró ayer ante los medios que el atentado terrorista de Barcelona había dejado 1 muerto y 32 heridos, muchos ya habíamos recibido por WhatsApp fotos y vídeos de contenido más que explícito en los que se intuía que la cifra iba a ser mayor. Las redes tenían más "información" que los medios convencionales y se movían con la rapidez de los cables de fibra óptica. Ayer todos teníamos un amigo que tenía un tío Mosso, un colega que tenía un colega trabajando en una tienda de Las Ramblas y una excompañera de clase en la redacción de un diario que manejaba información confidencial. Había un audio —uno de tantos— circulando por WhatsApp de una mujer que declaraba que tenía contacto con la Policía y que le habían dicho que "iban a explotar más bombas por toda la ciudad". En Barcelona ayer estalló el horror, pero ninguna bomba.

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Las autoridades reaccionaron rápidamente: difundir contenido del atentado en las redes podía dificultar las operaciones policiales, faltar al respeto de víctimas y familiares y contribuir al pánico generalizado, pero hicimos caso omiso. Porque queríamos poner nuestro granito de arena. Porque confundimos la palabra con la acción y porque en algún momento de nuestra vida empezamos a creer que el botón de compartir era un arma poderosa.

Así, el scroll de Facebook se convirtió en el terreno en el que se estaba llevando a cabo la auténtica investigación. Los usuarios compartían informaciones contradictorias: un tiroteo en La Boquería que resultaron ser los comerciantes echando los cierres, un atrincheramiento en H&M, la declaración de alerta 5 por ataque terrorista… Y en cada hogar, la misma estampa: puesta en común de los datos que cada cual había recibido por sus grupos, debate sobre cuáles eran las imágenes más duras y, sobre todo, opiniones encontradas sobre si esas fotos y vídeos eran necesarios para ilustrar el horror. Y, un paso más allá, los que opinaban que registrar aquello en imágenes en lugar de ayudar no era ético, otra cuestión que viene de tiempo atrás, heredada del fotoperiodismo (aquella imagen del niño hambriento y el buitre de Kevin Carter) a la que ahora tienen que enfrentarse todos los que echan mano del móvil cuando ocurre una catástrofe.

"Si nos ponemos a opinar y a denunciar los bulos, los comentarios islamófobos o las imágenes sangrientas, les estamos dando una atención que no merecen"

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En la televisión ocurría lo mismo: la información, que caía con cuentagotas, dio paso al debate sobre si era honrado o no difundir imágenes de contenido explícito. Algunos canales comenzaron a pixelar caras. Otros siguieron tirando de los vídeos con la crudeza con la que fueron grabados y compartidos en redes, donde la consternación dio paso a la irritación por algunas posturas y opiniones, como la de Hermann Tertsch.

Aparecieron entonces los tweets alusivos a que los Mossos habían informado primero en catalán. Los que arremetían contra la comunidad islámica y aseguraban que los terroristas habían recibido ayudas del Estado. Los que se preguntaban dónde estaban los imanes condenando el atentado sin molestarse en buscar si lo habían hecho o no. Todos teníamos ayer una opinión sobre algo, ya fuera sobre la dureza de las imágenes, la politización del atentado, la lengua en la que las autoridades catalanas emitían los comunicados o la comunidad islámica en nuestro país. Y todos teníamos que compartirla, no fuera a parecer que no existiéramos por un día.

Llamo a Juan Soto Ivars, autor de Arden las redes y uno de los periodistas que más se ha interesado por la comunicación social en nuestro país en los últimos tiempos. Vive en Barcelona y, como cuenta en este artículo, él también se enteró del atentado terrorista por WhatsApp.

Todos teníamos ayer una opinión sobre algo, y todos teníamos que compartirla, no fuera a parecer que no existiéramos por un día

"Ayer estuve luchando conmigo mismo para no conectarme a ninguna red social porque sabía lo que había", me cuenta. "Cuando lo hice, por la noche, la sensación fue de desánimo porque, efectivamente, estaba ocurriendo lo que imaginaba: que el abatimiento y la denuncia habían dado paso a la ira y el enfrentamiento. Para mí la mejor opción es hacer caso omiso a aquello que nos indigna para no contribuir al efecto Bárbara Streisand. Si nos ponemos a opinar y a denunciar los bulos, los comentarios islamófobos o las imágenes sangrientas, les estamos dando una atención que no merecen. Estamos contribuyendo a su difusión", dice Ivars.

Ayer, mientras debatíamos sobre los miserables tuits de Hermann Tertsch y Alfonso Rojo, mientras analizábamos las reacciones en las redes de los políticos o conjeturábamos sobre si la comunidad islámica había dado una respuesta lo suficientemente contundente, se nos olvidaba algo: que lo realmente importante era que hay 13 personas que nunca volverán a pasear por Las Ramblas. Y puede que el silencio sea una de las formas más simbólicas del respeto.