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verano

No hay nada más deprimente que las lluvias de final de verano

Cuando el cielo se pone gris y empieza a llover y tú te quieres pegar un tiro.
Imagen modificada vía el usuario de Flickr topsteph53

Si fuera asquerosamente rico —y con ser asquerosamente rico me refiero a tener tanto dinero que podría incluso comprar la piel de una persona, vestirme con ella y deambular por el centro de Madrid sin que pasara ABSOLUTAMENTE NADA— construiría una institución penitenciaria especialmente dedicada a almacenar a toda aquella gente que adora el final del verano, esos seres que anhelan que los días tengan cada vez menos horas de luz; esas criaturas infames que adoran el acercamiento del frío y la muerte; esas criaturas que son felices durante el resto del año mientras yo no lo soy.

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El final del verano y el final de la luz significaba el regreso a las viejas estructuras, a las obligaciones, a la reclusión y a la responsabilidad

Recuerdo perfectamente esas tardes en Cubelles —el sitio donde iba a veranear de pequeño y donde voy a llorar de mayor— en las que salía al acotado balcón del apartamento y veía ese tristísimo cielo gris y sin luz plagado de nubes como enfermas que, poco a poco, derramaban una tormenta que indicaba el final de todas las cosas buenas. Esos truenos graves que susurraban "en breve volverás al colegio".

Una imagen impactante que me contrastaba violentamente con ese recuerdo mental del soleado y vigorado día anterior que aún impregnaba mi pequeña cabeza.

Foto vía el usuario de Flickr topsteph53

Ver la carretera y las calles húmedas y notar ese olor acalorado que impregnaba todo lo mojado me generaba una tristeza sin igual. Sí, era por la ausencia de luz pero también era por lo que significaba: el final de esos días en los que el calendario casi ni existía, esos días en los que nos desprendíamos de la necesidad de estructurar nuestra percepción de la realidad por días, semanas y meses. Esos días en los que podíamos ser nosotros por encima de todas las cosas.

El final del verano y el final de la luz significaba el regreso a las viejas estructuras, a las obligaciones, a la reclusión y a la responsabilidad.

Es muy distinto dirigirse hacia los días soleados que estar alejándose de ellos. En fin, a partir de ahora todo volverá a ser normal. Normal y jodido

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Actualmente, si estudias, tendrás que volver a estudiar esa carrera que hace meses decidiste que no querías continuar —dato que no compartiste con nadie más— y encima tendrás que levantarte cada día a las siete y gastarte dinero en ir en metro. Para los trabajadores termina el tan ansiado horario de verano de las oficinas; la gente empieza a regresar de las vacaciones y la tranquilidad de un espacio de trabajo casi vacío —por el que puedes deambular en calzoncillos e imprimirte libros enteros sin generar sospechas — desaparece.

Foto vía el usuario de Flickr topsteph53

Se terminan las borracheras improvisadas al salir del trabajo, se terminan esas tardes libres en las que por fin podías terminar ese fanzine sobre el Another Green World de Brian Eno, se termina el poder comer Kinder Joy. La simpatía se transforma y se convierte en una especie de seriedad agotadora.

Y lo que es peor, si hacemos una proyección hacia adelante, el panorama se presenta largo y pesado, se extiende durante meses y meses, unos meses en los que nos arrastraremos irremediablemente hacia el frío y el fallecimiento del año. Es muy distinto dirigirse hacia los días soleados que estar alejándose de ellos. En fin, a partir de ahora todo volverá a ser normal. Normal y jodido.

Descubrir indignadísimo que alguien ha dejado una derrape fecal en el baño de tu casa pero entonces recordar que hace ya casi un año que nadie viene a visitarte a casa. Esto es triste pero no es tan jodidamente triste como el final del verano

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Y es que pocas cosas son tan deprimentes como esto.

Ir a un paqui, pillar una pizza Dr. Oetker Speciale y darte cuenta de que no tienes ni un duro para pagar. Decirle al tipo que te atiende que vas a sacar dinero al cajero y que ahora vuelves pero te vas directamente a casa porque sabes que en la cuenta no tienes ni un duro y te calientas, otra vez, un poco de arroz blanco para cenar. Esto es triste pero no es tan jodidamente triste como el final del verano.

Descubrir indignadísimo que alguien ha dejado una derrape fecal en el baño de tu casa pero entonces recordar que hace ya casi un año que nadie viene a visitarte a casa. Esto es triste pero no es tan jodidamente triste como el final del verano.

Foto vía el usuario de Flickr editor

Un amigo intenta hacerte una fiesta de cumpleaños sorpresa —¡cumples 30 años!— pero nadie se apunta. Ese día tus "colegas" están "liados". Te comenta esto el día de tu cumpleaños, mientras coméis juntos en un Pans & Company. Esto es triste pero no es tan jodidamente triste como el final del verano.

Liarla con el teclado y en vez de buscar en Google "muñecas de silicona baratas oferta" mandar a ese grupo de WhatsApp llamado "La Famili ||*||" el siguiente mensaje: "muñecas de silicona baratas oferta". Intentas solucionarlo bromeando pero todos llevan años sabiendo que eres un pervertido —como mínimo desde eso que pasó en la piscina en el año 1999— y nadie dice NADA. Ese silencio te mata. Esto es triste pero no es tan jodidamente triste como el final del verano.

Llegar a casa y encontrarte una nota en la que tu mujer se despide de ti. Dice que ha conocido a otra persona y que no puede soportar seguir contigo. A las pocas horas ella regresa —se ve que al final esa "otra persona" ha decidido no dejar a su pareja para embarcarse en esta nueva aventura— y te dice que todo esto "era una broma". Sabes que no es cierto pero te lo callas y te ríes y sigues viviendo con ella hasta que os morís. Esto es triste pero no es tan jodidamente triste como el final del verano.