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Ilustración: Massimiliano Marzucco
Actualidad

La horrible historia del secuestro más largo de la mafia

Carlo Celadon tenía 19 años cuando la ‘Ndrangheta lo secuestró en su casa. Lo liberaron al cabo de 831 días.
Niccolò Carradori
Florence, IT
MA
traducido por Mario Abad

Carlo Celadon, de 19 años, estaba cenando solo en su casa, en la pequeña población italiana de Arzignano. Su padre, el rico empresario Candido Celadon, se encontraba de vacaciones con su hermana, y el hermano mayor de Carlo estaba de luna de miel. De repente, cuatro hombres armados entraron en la casa. Ataron a Carlo, lo metieron en el maletero de un coche y se fueron. Aquella noche del 25 de enero de 1988, Carlo se convirtió en la víctima del secuestro más largo de la historia de Italia.

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Los cuatro hombres eran miembros de la ‘Ndrangheta, una poderosa organización mafiosa de Calabria. En la actualidad, el grupo tiene una posición prominente en el narcotráfico mundial: está especializado en la venta de cocaína y su actividad genera unas ganancias anuales que ascienden a 44 000 millones de euros. Sin embargo, antes de convertirse en una superpotencia criminal, la ‘Ndrangheta amasó una fortuna secuestrando a miembros de familias adineradas y pidiendo rescates. Durante la que se dio en llamar “temporada de secuestros”, entre finales de los 60 y principios de los 90, tomaron como rehenes a casi 700 personas.



El periodista italiano Pablo Trincia reconstruyó la historia de “sufrimiento y resistencia” de Carlo en un episodio del podcast Buio (Oscuridad). “Ese periodo marca un punto de inflexión en el ascenso de los clanes mafiosos”, me explicó Trincia por teléfono. “La ‘Ndrangheta creó un sistema centrado en los secuestros y basado en reinvertir las ganancias en otras actividades ilegales más rentables, como la inversión en propiedades inmobiliarias y el narcotráfico”.

Aquella noche de enero de 1988, los secuestradores de Carlo condujeron 17 horas sin parar hasta Aspromonte, en Calabria, donde se encuentra la base de operaciones de la ‘Ndrangheta. Allí, lo encadenaron en un pequeño zulo bajo tierra, con solo una bolsa de pan para comer. Carlo sabía por las noticias que los secuestros podían llegar a prolongarse hasta seis meses, debido a las negociaciones y el tiempo que se tardaba en reunir el dinero del rescate. “Me preparé para un largo periodo de sufrimiento”, recordaba en el podcast.

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"Lo encadenaron en un pequeño zulo bajo tierra, con solo una bolsa de pan para comer"

Atrapado en ese agujero, Carlo fue incapaz de quitarse un recuerdo de la cabeza. Una noche, había estado cenando con su padre mientras en las noticias anunciaban que habían liberado a otro rehén a cambio de un rescate. Carlo preguntó a su padre qué haría en esa situación. Candido lo miró a los ojos y sacudió la cabeza, como queriendo decir que nunca pagaría el dinero. “Temí que me dejaría morir”, dijo Carlo.

En realidad, su padre interrumpió sus vacaciones y regresó a casa tan rápido como pudo, listo para hacer lo que fuera por salvar a su hijo. Durante varios días, la familia solo recibía llamadas de gente que se hacía pasar por los secuestradores para cobrar el rescate. Los Celadon esperaron tres angustiosos meses a que los verdaderos secuestradores se pusieran en contacto con ellos. Al cabo de ese tiempo, un hombre que se hacía llamar Agip exigió la suma de 5 000 millones de liras (2,6 millones de euros) por la liberación de Carlo.

Carlo ignoraba todo esto. Durante aquellos meses de silencio, sus secuestradores habían estado alimentando sus mayores temores diciéndole que su padre se negaba a pagar el rescate. Lo obligaron a escribirle cartas implorando que lo ayudara, pero nunca llegaron a enviarse. Cuando Candido pidió pruebas de que su hijo seguía vivo antes de iniciar las negociaciones, le enviaron una cinta en la que Carlo lo acusaba de haberlo abandonado y de pensar solo en el dinero.

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Tras la primera llamada, el fiscal Tonino De Silvestri se puso al mando del caso. “Había dos escuelas de pensamiento”, explicaba De Silvestri en el podcast. “Unos creían que había que congelar los activos de la familia [para obligar a los secuestradores a renunciar al rescate] y evitar la comunicación con ellos. Otros defendían que fuera la familia quien dirimiera el asunto”. De Silvestri se decantó por un término medio, congelando los bienes familiares en un inicio pero dejando que fuera Candido quien negociara con los secuestradores. La idea era que la policía les tendiera una emboscada el día del intercambio.

Pasaban los meses y Carlo seguía encerrado en aquel zulo. “El olor de la comida atrajo a los ratones, por lo que me tuve que quedar en un rincón”, explicaba a Trincia. “Ponía un trozo de queso debajo de un vaso bocabajo y, cuando los ratones se acercaban, les aplastaba la cabeza con el borde del vaso. En dos ocasiones se colaron serpientes… Sabía que si me mordían y la herida se infectaba, mis secuestradores nunca me llevarían al hospital”. En otra ocasión, Carlo casi se ahoga durante una tormenta que provocó que el zulo se inundara. “Grité a pleno pulmón, pero nadie respondió”.

Al fin, Candido y Agip acordaron verse. Candido siguió las instrucciones y depositó el dinero, pero no le devolvieron a Carlo. Apostada no muy lejos, la policía siguió a los hombres que habían recogido el dinero del rescate hasta una pequeña casa y arrestaron a cinco personas. Pero Carlo y el dinero ya habían desaparecido.

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"Logró evitar volverse loco. Sobrevivió en un zulo durante dos años y medio, sin otra cosa que hacer que contar los segundos que mediaban entre el amanecer y la puesta de sol"

Poco antes de la redada, la banda había trasladado a Carlo a una cueva en medio del bosque. Durante los siguientes siete meses, no se produjeron más comunicaciones. La familia de Carlo temía que estuviera muerto. Finalmente, Agi volvió a ponerse en contacto con ellos, esta vez para exigir el pago de 5000 millones de liras. El tono de Agip era cada vez más violento. “Si no quieres pagarlo, simplemente dilo”, le indicó a Candido. “Te mandaremos su cabeza”.

Meses más tarde, acordaron encontrarse de nueva. Candido había logrado rebajar el precio del rescate a 2000 millones de liras (un millón de euros). La mañana del 4 de mayo de 1990, 831 días después del secuestro, Carlo fue por fin liberado.

“Me llevaron a una autopista y me dejaron tumbado en el suelo”, recuerda. Un conductor lo vio y llamó a la policía. A esas alturas, Carlo había perdido 30 kilos y no era capaz de mantenerse en pie. Se negó a hablar con su padre por teléfono, convencido aún de que había estado cautivo durante tanto tiempo porque se había negado a pagar el rescate.

“Lo que me chocó de la historia de Carlo Celadon”, explica Trincia, “fue que logró evitar volverse loco. Sobrevivió en un zulo durante dos años y medio, sin otra cosa que hacer que contar los segundos que mediaban entre el amanecer y la puesta de sol, atenazado por el pensamiento constante de que su familia lo había abandonado y de que cualquier día podrían matarlo”.

Según el Diario Italiano de Criminología, los secuestros no solo eran una fuente de ingresos para la ‘Ndrangheta, sino también un arma con la que infundir miedo al público y hacer que las autoridades se sintieran impotentes. La organización criminal creó una red de lealtades a su alrededor repartiendo parte de las ganancias en las aldeas más depauperadas de Aspromonte, lo cual dificultaba increíblemente las tareas de rastreo de los criminales.

Trincia señala que, unos años después de la liberación de Carlo, las autoridades descubrieron el paradero de Agip durante una redada de narcotráfico en Alemania y lo arrestaron. “La policía reconoció su voz mientras escuchaba cintas de escuchas telefónicas. Pero fue por pura casualidad, y luego se supo que él era solo uno de muchos intermediarios”.

El resto de los secuestradores desaparecieron llevándose consigo miles de millones de liras.