verano

Todos fingimos que trabajamos el primer día de curro después de vacaciones

Estamos tan tristes que no podemos ni contestar un par de mails.
trabajar al volver de vacaciones
Foto de portada vía Flickr | CC BY 2.0

El primer día en el que vuelves al curro después de vacaciones y tienes que volver a preparar cafés para desconocidos que se creen conocidos y te dicen “lo de siempre” cuando no tienes ni puta idea de quién es esa persona, o que regresas a la oficina y te sientas de nuevo delante del ordenador en esa deprimente silla azul de oficina que es como las de todas las oficinas de España, es uno de los momentos más deprimentes y lúcidos de la vida de una persona. “Síndrome postvacacional” lo llaman, cuando realmente es el momento en el que somos más conscientes del fracaso de la civilización occidental y, claro, de nuestro fracaso personal: a pesar de las grandes expectativas que teníamos, trabajamos en sitios de mierda a cambio de sueldos de mierda.

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No ha hecho falta que te hayas ido de viaje a un sitio muy lejano o exótico para darte cuenta de que la vida apesta. Puede que simplemente te hayas quedado en casa pasándote las fotos del móvil al ordenador y clasificándolas en tres carpetas, una llamada “Yo”, otra “Gente random” y la última, “Animales muertos”. No pasa nada, cada uno a lo suyo. El caso es que al volver al trabajo te has dado cuenta de que se puede vivir sin currar, más bien, que te has creído que es posible sobrevivir sin trabajo y que te gustaría hacer esto todo el año. Pero claro, hay que volver ya que estas vacaciones que acaban de caducar, de hecho, han sido posibles gracias a que, precisamente, has estado trabajando. Trabajas para poder permitirte unos días sin trabajar; es un poco complicado y absurdo pero es así.

Ese primer día es complicado. Tienes unos cuantos mails por leer o ya ni te acuerdas de cómo se cocinaba una hamburguesa “Mar y montaña” del frankfurt donde curras. A la gente le gustaba mucho la “Mar y montaña” y mira que no tiene puto sentido mezclar pollo con merluza en una hamburguesa pero en fin, el caso es que es el contraste con la libertad vacacional lo que hace que ese día la gente se derrumbe, de repente vivir a cambio de calentar hamburguesas todo el día no vale la pena.

LA ENTRADA

Hay quien, al entrar en la oficina, estalla en una amalgama de saludos y ruidos exagerados. Abrazos, risas e incluso llantos. Gente que se alegra de volver al trabajo y cuenta sus “aventuras” en Vietnam como si le tuvieran que importar a alguien. Todo es maravilloso. Pero la gran mayoría de peña llega al trabajo, saluda y se sienta como si no hubiera pasado nada, como si fuera un día normal y el día anterior hubiera estado también trabajando. Como si no estuviera profundamente triste por tener que volver a levantarse cada día a las siete de la mañana. Quizás en algún momento alguien sorprende con un “¿qué tal las vacaciones?”, a lo que se le responde con un sencillo y escueto “bien”.

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LA DESPRESURIZACIÓN

Como cuando los buceadores bajan al mar a hacer fotos o robar animales, en el trabajo también existe una especie de momento de despresurización. Uno no se puede poner a trabajar así de golpe, la cabeza le estallaría, nadie puede reanudar el asunto en el punto exacto en el que lo había dejado justo antes de irse de vacaciones, coger el teléfono y decir: “Maite, ya te tengo preparado el pedido de las placas de yeso antihumedad”. No somos putos robots. Lo más normal es quedarse mucho rato mirando la pantalla o la pared con la mente en blanco, sin pensar en nada, o quizás pensando en campos de amapolas o accidentes de tráfico en los que hay perros involucrados. Lo que sea, la mente a veces se dispara hacia rincones extraños. Hay que perder un rato de tiempo divagando y dejando que la mente fluya y se readapte a las exigencias de concentración de la jornada laboral.

'TRABAJAR'

Ese primer día, es sabido, no hace falta trabajar, al menos no al ritmo habitual. Después de la despresurización, hay que mover unos cuantos papeles sin ningún tipo de sentido, contestar un par de mails, abrir algún Excel y cerrarlo, fotocopiar hojas en blanco y poco más. Es como el primer día del cole al volver de vacaciones, ese día sirve para ordenar el estuche, los libros y ver si hay algún niño nuevo en la clase. Esto es lo que vas a hacer. Aprovecha para fijarte en las paredes de pladur, a veces esconden texturas maravillosas, incluso sonidos; golpea levemente las yemas de tus dedos sobre su superficie y conseguirás unos *tap, tap, tap* muy agradables. *Tap, tap, tap*, pruébalo. O mira por la ventana, ¿verdad que nunca te habías fijado en el vecino ese que hace ejercicios en casa como disfrazado de Capitán Jack Sparrow? Si observas bien encontrarás auténticas maravillas. Mira, el aire acondicionado está moviendo esa hoja de papel blanco de una forma muy curiosa, sensual incluso. El movimiento se repite una y otra vez hasta que viene el cretino de Javier y se lleva la hoja para TRABAJAR y ya te ha jodido la jornada laboral.

EL BAÑO, NUESTRO AMIGO

Este es nuestro espacio aliado. Puedes visitar muchas veces el baño, para descansar un rato y para mandar mensajes a amigos y familiares diciendo “creo que no aguantaré un año más en este curro”. Es normal, es el ciclo de la vida. En unos meses se nos habrá pasado y aceptaremos como normal esta situación que ahora nos parece una auténtica tortura.

LA HUIDA

La salida es tan silenciosa como la llegada. Esta esconde el peso dramático de la escena de El verdugo de Berlanga, ya sabéis a la que me refiero. Nos vamos contentos y alegres porque ha terminado la jornada pero sabemos que a partir de ahora cada día lo pasaremos entre estas paredes. Cada día será lo mismo y cada vez quedarán más lejos esos días en los que existía la vida sin trabajo. Cada vez un poco más lejos hasta que los olvidemos y nos adaptemos, de nuevo, a una vida gris.