crimen

Lo peor del crimen de Alcàsser también son los espectadores

Nunca podremos entender el crimen de Alcàsser.
Captura de pantalla 2019-06-20 a las 16
Captura de pantalla vía NETFLIX

Llevo casi un mes preparando este artículo. Mientras esperaba el estreno del documental he podido leer Desde las tinieblas. Un descenso al caso Alcàsser de Joan M. Oleaque y el prohibido —e infumable— ¿Qué pasó en Alcàsser? de Juan Ignacio Blanco. He revisado material televisivo, artículos de la época así como aquellos que defienden una supuesta mentira de estado. Una vez estrenado el documental lo he visto dos veces. He contactado, sin éxito, a algunos de los implicados, tanto en el caso como en el documental. Pero internet va más rápido. Ya han salido, como era de esperar, tropecientos artículos sobre lo de Alcàsser, todos contando un poco lo mismo, para qué nos vamos a engañar. Y el mío, a pesar de mi empeño, llega tarde. ¿Merece la pena todo esto?

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Volvamos a aquel día. Yo tenía cinco años. Mi abuela vivía en el 47 de la Plaza de la Ermita de Picassent, el último punto donde, según el testimonio de algunos vecinos, les xiquetes d’Alcàsser fueron vistas con vida por última vez. A partir de aquel viernes 13 de noviembre de 1992, en la televisión ya no se volvió a hablar de otra cosa. Una noche de terror, 27 años de macabro entretenimiento.

En mayo de ese mismo año, David Lynch visitaba la ciudad del Turia con motivo de una exposición —comisariada por el artista plástico Artur Heras— con sus pinturas y fotografías en la Sala Parpalló. Twin Peaks se había estrenado con inusual éxito en Telecinco y el calado de la famosa serie fue tal que llegó hasta el denominado "sonido Valencia" de la mano de Megabeat. En 1991, el mítico grupo valenciano rindió acertado tributo a la serie con Balada para Jet Harris, un mini LP con varias versiones de The ballad of Jet Harris, del grupo inglés Apple Boutique. Junto a la épica melodía podían escucharse una y otra vez dos frases clave del doblaje español de la serie: "¿Sabe ya quién mató a Laura Palmer?" y "Está muerta, envuelta en un plástico".

Siniestra coincidencia, pues l’Horta Sud estaba a punto de convertirse en el foco mediático de la crónica negra española. A pesar de que meses antes del suceso de Alcàsser se habían producido varias desapariciones de adolescentes, como la de Gloria Martínez en Alfaz del Pi o las de Virginia y Manuela en Aguilar de Campo, fueron los nombres de Miriam, Toñi y Desirée los que se grabaron a fuego en nuestra memoria.

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"¿Realmente es necesario que conozcamos hasta el último detalle de un crimen? ¿Para qué le sirve al ciudadano de a pie tanta información?"

Producido y dirigido por Ramón Campos y Elías León Simiani, el documental consta de cinco capítulos y reconstruye con acierto —como ya hicieron en Lo que la verdad esconde: el caso Asunta— todo el caso: desde la desaparición y asesinato de las tres adolescentes hasta la extraña ficción —digna de la imaginación de Lynch— que se creó en paralelo gracias a la excesiva cobertura mediática y a nuestro insaciable morbo.

A diferencia de las imágenes del cuerpo sin vida de Laura Palmer, las imágenes de las autopsias de Miriam, Toñi y Desirée estaban totalmente alejadas de cualquier ápice de glamour cinematográfico; eran tan indigeribles para mí en aquel momento como lo siguen siendo ahora. ¿Realmente es necesario que conozcamos hasta el último detalle de un crimen? ¿Para qué le sirve al ciudadano de a pie tanta información?

Con la llegada de internet, las teorías conspiranoicas que Juan Ignacio Blanco y Fernando García defendían día sí día también en el programa de Pepe Navarro echaron a volar por cuenta propia gracias a webs como El Palleter. Esto es algo de lo que no se habla en el documental pero que creo que hubiese sido interesante. Yo misma me he estado tragando estas teorías durante años, que si Macastre, que si el caso Bar España, pero ja no puc mes. ¿Desde cuándo somos todos expertos en ciencia forense, en criminología, en detener a un preso fugado?

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Por no hablar de todos esos caballeros del misterio que se dedican a arrojar más sombras a la oscuridad, como el Dr. Frontela anunciando grandes descubrimientos tres meses antes en el programa de Iker Jiménez, o Juan Ignacio Blanco y su supuesto as en la manga. ¿Y qué pasa con nosotros, con la audiencia? Hace años trabajé filtrando SMS en el canal 24 horas de un conocido reality. Gracias a ese trabajo pude conocer a la España grande y mediocre. Pero es que entre el público de este tipo de entretenimiento también figuran posmodernos, pseudointelectuales, cínicos, morbosos, irónicos, sin escrúpulos. ¿Os reconocéis?

Dicen que este caso fue el origen de la telebasura en España. En Estados Unidos tendríamos que remontarnos hasta 1979, año del juicio a Ted Bundy por los asesinatos cometidos en la hermandad Chi Omega de Tallahassee. Él mismo pidió —sin éxito— que el juicio no se retransmitiese en directo. Aquello supuso un antes y un después. Aquí Canal 9 no corrió la misma suerte, aún así le dedicó El juí d’Alcàsser. Al final, todos somos cómplices de este circo.

"Entre el público de este tipo de entretenimiento también figuran posmodernos, pseudointelectuales, cínicos, morbosos, irónicos, sin escrúpulos. ¿Os reconocéis?"

¿Y qué pasa con Antonio Anglés? El gran acierto del libro de Oleaque era, precisamente, todo lo que contaba sobre el famosos prófugo. Creas o no en su culpabilidad, "el Ausente" era un personaje cuanto menos peculiar: el quinqui menos quinqui del barrio, el Calígula de Catarroja, el lobo más feroz. De pequeña odiaba su nombre, que pesadilla, estaba por todas partes, como el de su súbdito, Miguel Ricart. Adoramos al Jaro y al Vaquilla pero cuando la violencia se les va de las manos… preferimos pensar que los verdaderos culpables son altos cargos del PSOE.

En mi obsesión por investigar este tipo de sucesos está el encontrar alguna pista, alguna clave que me haga entender este mundo tan horrible. La única conclusión que he podido sacar es que el verdadero conocimiento se encuentra más allá de los límites del bien y del mal. Nos cuesta entender que el asesino mata porque ha nacido para ello, porque su programación inconsciente así lo manda. No basta con calificar este caso como violencia de género. El género en la violencia no es más que la chapa, la pintura, no el motor. ¿Estamos preparados para conocer la verdad?

Sigue a Mirena en @mirenaossorno.

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