De fiesta con la policía secreta de Rumanía


Ilustración de Michael Shaeffer

Las opciones de vacaciones en la Rumanía comunista estaban bastante limitadas. En el Día del Trabajo del 1 de mayo, la más importante festividad del año, muchos rumanos se desplazaban a Costinesti, el único centro turístico costero para la gente joven de todo el país. Para llegar tenían que coger el tren hasta la última parada y después caminar algo más de tres kilómetros, o pedir a un granjero que te dejara subir a su carro. La mayoría de la gente era pobre en esos tiempos, así que muchos viajeros dormían en los tejados de chozas alquiladas; las únicas fuentes de calor eran las fogatas que la gente hacía en la playa.

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En Costinesti únicamente había dos discotecas, y por alguna razón arcaica, bailar en ellas solo estaba permitido de la 1 a las 3 de la tarde y de las 6 hasta las 10 de la noche. Se vendía exclusivamente cerveza rumana; otros tipos de bebidas solo estaban disponibles en una tienda destinada a los turistas. Y, por supuesto, todo el mundo estaba constantemente vigilado por guardas del gobierno.

   Sorin Lupascu, que fue DJ en Costinesti en esos tiempos, recuerda, “Podías beber hasta caerte de frente. El régimen nunca se entrometía en las fiestas, pero el lugar estaba lleno de policía secreta oteando posibles nuevos empleados”. Las restricciones del gobierno causaban también otros problemas, según dice Natalia, una profesora de matemáticas que llevaba a adolescentes de excusión a la playa. “Toda la clase podía acabar embarazada, porque los condones eran ilegales. Por la noche tenía que hincar a través de los arbustos con una escoba para evitar que tuvieran sexo”.

   Tras la caída del Telón de Acero y la revolución que le siguió en 1989, la gente joven tuvo más opciones de fiesta. Muchos empezaron a ir a Neptun, una localidad turística a unos 80 kilómetros bajando la costa. Mariana, que fue allí recepcionista de hotel entre 1987 y 1996, describe el cambio: “Después de la Revolución, la gente vio el 1º de mayo como un día en el que podían hacer lo que quisieran. Además, el alcohol ya estaba en el mercado”. Las cosas empezaron a ponerse salvajes: un año, el Hotel Romanta, en Neptun, acabó destrozado tras una descomunal pelea entre un grupo de amigos que habían alquilado el 70% de las habitaciones. Teo, un ginecólogo que presenció la trifulca, me contó: “Los polis no tuvieron agallas de meterse. Se quedaron mirando mientras camas, armarios y mesas volaban por las ventanas”. Al año siguiente, un enfrentamiento entre los clientes de dos pubs, en la misma calle y uno enfrente del otro, derivó en una brutal pelea en plena calle que solo se detuvo cuando llegaron las ambulancias.

   Otros destinos se han hecho populares en los últimos años, como la aldea de Vama Veche –donde los hippies haraganean, saquean tiendas de campaña, follan en la playa y se atizan en la cara unos a otros– y Mamaia, donde la chavalada celebra la libertad de sus vacaciones robando a la gente y cometiendo actos vandálicos al azar. Y aunque dicho así no parezcan estos los mejores de los tiempos, al menos no hay policía secreta rondando por ahí.

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