Artículo publicado originalmente por VICE Francia.
Los estudios de periodismo deberían comenzar con la siguiente advertencia: “Cuidado: trabajar en este sector puede ser nocivo para la salud”. Cuando publiqué un tuit buscando periodistas que habían dejado la profesión, me quedé pasmada al ver los casi 100 mensajes que recibí. Y al hablar por teléfono con varios de ellos, escuché algunas historias escandalosas.
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No es sorprendente que un nuevo estudio en Francia haya descubierto que la gente que ronda los treinta esté renunciando a esta precaria profesión. Muchos comienzan en la industria con ambiciones nobles de escribir historias que cambien el mundo y se marchan decepcionados en cuanto se dan cuenta de que tienen que estar sentados en un escritorio a merced del algoritmo de Google. Hemos hablado con varios experiodistas de Francia sobre por qué dejaron su trabajo y cómo encontraron la felicidad en sus nuevas profesiones.
Justin Daniel Freeman: de un periódico a carnicero
Justin Daniel Freeman descubrió el periodismo cuando estaba terminando sus estudios. Tras finalizar una capacitación en el periódico Le Télégramme en la Bretaña francesa, estuvo cuatro años haciendo trabajos temporales para periódicos regionales de la zona. Su novia estaba embarazada y Justin decía que estaba agotado, explotado y harto de cambiar constantemente de lugar de trabajo. Finalmente, encontró otro puesto temporal en un periódico al oeste del país, donde, tras unos meses, le ofrecieron un puesto fijo.
El cansancio le hizo desmoronarse. “Comencé a preguntarme qué diablos estaba haciendo, siempre durmiendo con un teléfono bajo la almohada por si tenía que levantarme a las 3 de la mañana para escribir sobre un accidente de coche en un campo”. Entonces, ocurrió la tragedia: perdió un hijo y se vio obligado a replantearse todo. “En el periodismo, tienes que entregarte completamente a tu trabajo” dijo de una profesión que a menudo requiere trabajar fines de semana y vacaciones. “No puedes tomarte días libres para disfrutar de tus seres queridos y no tienes tiempo para ti mismo. Realmente, renuncias a tu vida”.
El hecho es que el periodismo sigue siendo muy competitivo; muchos compiten por cada vez menos trabajos. “Hay tanta gente ansiosa por estar ahí, que los jefes sabes que pueden hacer lo que quieran contigo”, contaba Justin. “Prácticamente tienes que agradecerles que te sigan pagando”. Sopesó las ventajas y los inconvenientes y decidió que un trabajo así no merecía todos esos sacrificios.
Tras considerar los trabajos que los experiodistas suelen realizar, como las comunicaciones o la educación, acabó encontrando algo que le atraía muchísimo más: un puesto de trabajo en una carnicería. Justin, que acababa de terminar su capacitación, dijo que estaba encantado con su nueva rutina, aunque no fuera fácil adaptarse. “Es un mundo completamente diferente. Es difícil cuando tienes 30 años y ves que hay muchachos de 18 años que lo hacen mucho mejor que tú”. Ahora, busca un trabajo de su nuevo oficio. Dice que aún sigue leyendo el periódico todos los días.
Dominique*: de editor en jefe a profesor
Durante muchos años, Dominique fue el editor en jefe de un programa famoso de noticias de televisión. A pesar de haber conseguido un puesto tan importante, decidió que lo mejor era dejarlo. “Pedía cosas inaceptables a mis empleados: que estuvieran disponibles a horas impensables y que trabajaran hasta la saciedad”, recuerda. “Sentía que no tenía otra opción por la presión que tenía encima”.
Dominique se siente culpable por haberse aprovechado de los jóvenes periodistas que trabajaban para él. “Cuando tenemos trabajadores temporales, los exprimimos como si fueran limones. Así eran las cosas. Sabíamos que nunca dirían que no y nos aprovechábamos”. Y, sin embargo, muchos de esos trabajadores se quedaban años, esperando conseguir un trabajo estable.
Él cree con toda certeza que contribuyó a que muchos periodistas jóvenes decidieran dejar ese mundillo. Ya fueran sus gritos, la presión constante a la que sometía a los empleados o las horas escandalosas a las que los hacía trabajar, Dominique asegura que él solo hacía lo que le pedían sus jefes. También recuerda haber pasado por lo mismo cuando era más joven.
“Pero cada vez más, me di cuenta de que no había ninguna razón que justificara lo que estaba haciendo. Obligaba a la gente a conducir distancias larguísimas solo para darme un informe meteorológico. Eso no es periodismo”. Entonces Dominique perdió a su madre, con la que había tenido una relación muy cercana hasta que su trabajo hizo que se separaran poco a poco. Entró en depresión, aunque siguió yendo a trabajar.
Un programa de televisión sobre la próxima temporada de regreso a clases le hizo plantearse hacerse profesor. “Fue entonces cuando tuve una especie de epifanía. Nunca había podido tener hijos por mi trabajo y quería algo más sustancial en la vida”. Se preparó para las oposiciones a profesorado y las aprobó a la primera.
“Entonces, empecé a llorar. Solo entonces me percaté de que finalmente podía hacer otra cosa”.
Ahora, Dominique lleva un año trabajando como profesor en París y, aunque cobra una tercera parte del salario anterior, dice que no lo cambiaría por nada en el mundo.
Lucie*: de periodismo en internet a comunicaciones
Para Lucie, hablar de su antigua profesión todavía es complicado. Tan solo hace unos meses, decidió abandonar el trabajo de sus sueños. “Al principio me veía aguantando hasta los 40. Pero este año, con 25, acabé completamente consumida”, dijo, culpando a la presión que ejercían el tiempo y el dinero. “Siempre me pagaban a destiempo cuando hacía trabajos de manera independiente, y no podía imaginarme aceptar más trabajo sin morir de estrés”, nos dijo.
Debido a la temática de algunos de sus artículos, Lucie fue objeto de ciberacoso e insultos terribles en redes sociales. Pero su problema con la profesión iba mucho más allá. “Era esa presión constante por estar siempre escribiendo contenido más rápido, mejor y más original. Era la montaña rusa entre la emoción de publicar un artículo genial y los tres días siguientes que pasaba copiando artículos de medios estadounidenses”.
Al final, Lucie encontró un trabajo de tiempo completo en una página web, pero descubrió que era un entorno muy tóxico. Nos contó que los editores hostigaban a los empleados por su personalidad, su estilo de trabajo o por una coma mal colocada. “Me gritaban sin razón alguna en frente de todo el mundo”. Algunos periodistas se marchaban en manadas.
“La hora de la verdad llegó durante mi evaluación anual. Había pedido un aumento de 250 euros al mes, pensando que al menos recibiría la mitad. En su lugar, uno de los jefes se rio de mí. Otro me dijo que, si quería cambiar de profesión o de compañía, podía hacerlo”. Lucie comenzó a tener ataques de ansiedad en la oficina. Un lunes, no podía levantarse de la cama y decidió dejarlo. “Me di cuenta de que no era feliz y de que no conocía a ningún periodista que lo fuera”.
Tras meses de terapia y ansiolíticos, Lucie ha comenzado a trabajar de forma independiente en comunicaciones. “Es un alivio de verdad haber dejado ese mundillo. Ahora finalmente me siento valorada en el trabajo. Eso sin mencionar que tengo un sueldo decente”.
Sonia: de periodista de televisión a redactora creativa
Durante cinco años y medio, Sonia fue acosada y discriminada por sus raíces árabes en un programa importante de la televisión francesa. A menudo se enfrentaba a motes y comentarios inapropiados, y a referencias frecuentes sobre el Ramadán o la carne de cerdo. “En cuanto el equipo editorial veía a un árabe con algo de barba, lo llamaban ‘yihadista’. Y decían que yo sabía de lo que hablaban”.
Cuando ella conseguía una exclusiva, decían que era solo porque había flirteado con la gente. “Siempre recibía comentarios sobre la ropa que llevaba, su pecho o su culo. En el momento en que llegaba a la redacción, me decían que seguramente un futbolista me había comprado la ropa. Básicamente, si eres mujer con raíces marroquíes, te llaman prostituta”.
Hubo un momento en el que el editor en jefe de Sonia incluso le sugirió que se acostara con un compañero que decía que estaba “buena”. Poco a poco, comenzó a distanciarse del resto de editores para no contestar agresivamente y echar más leña al fuego. “Nunca iba a los encuentros fuera del trabajo y luego me decían: ‘¿Por qué no vienes nunca?’. Terminé por ser etiquetada como la antisocial”.
Sonia finalmente reaccionó, marchándose después de tantos años de duro trabajo. Cuando se presentó a otros puestos, a menudo le decían que estaba sobrecalificada. Un nuevo medio le ofreció algunos trabajos independientes, pero por muy poco dinero. Hizo un par de proyectos, pero perdió su certificado de prensa y no pudo seguir trabajando. Alguien le sugirió que podía trabajar como consultora sin cobrar: esa fue la gota que colmó el vaso.
Cambiar de oficio fue una decisión difícil, pero cuando Sonia recuerda su antigua profesión, reflexiona: “Hay muy pocas oportunidades. Nadie quiere pagar a trabajadores asalariados. Así que acabas con un montón de prácticas. Y los recién graduados están dispuestos a aceptar condiciones terribles”. En vez de seguir sufriendo, Sonia se hizo redactora creativa independiente. Dice que todavía no se ha arrepentido.
Flavien*: de periodista en internet a fotógrafo de comunicaciones
Tras una pasantía en un periódico local, Flavien encontró trabajo temporal rápidamente en un sitio web de noticias. Unos meses después, su jefe le dijo que no podía mantener su contrato, pero que quería que siguiera trabajando para él como contratista independiente. Puesto que en Francia esto es ilegal, Flavien se negó y, dos meses más tarde, su jefe cambió de idea y le ofreció un puesto permanente. “En ese tiempo, uno de mis compañeros había sido ascendido a jefe de equipo. Se dedicaba a hacerle la vida imposible a todo el mundo y el ambiente se tornó muy tóxico”.
Los trabajadores se enfrentaban a una vigilancia constante, a políticas insufribles y a críticas interminables. Cuando Flavien se hartó, pidió que rescindieran su contrato, pero denegaron la petición y la situación empeoró. Le regañaban hasta por no saltarse la comida para seguir trabajando.
Además de todo esto, Flavien nos contó que a menudo le obligaban a modificar artículos siempre que pudiera, aunque no hubiera nada que cambiar excepto una coma, para aparecer en los primeros resultados de Google. “Acabas reescribiendo el comienzo del artículo 50 veces, reordenando las mismas palabras una y otra vez. Se necesita mucho tiempo y es mentalmente agotador”.
Flavien se pasaba los días analizando números y estadísticas para tener una audiencia mayor. Todos los meses, tenía que dar un informe a los jefes con una tabla en la que mostrara las visitas a sus artículos. “Nos prohibían escribir sobre temas que no se buscaran mucho en Google, aunque fueran interesantes o importantes. Básicamente, si mucha gente buscaba ‘caca y pis’ en Google, escribían un artículo sobre ello”.
Se arrepiente del tiempo que pasó en los medios y culpa a la universidad por no haberle enseñado lo que realmente significaba trabajar en este sector. “Nos dijeron muy poco sobre las condiciones con las que nos encontraríamos, especialmente a lo que a trabajo independiente se refiere. Te cuentan una y otra vez la maravillosa y noble trayectoria periodística que tendrás, pero a muchos de nosotros eso no nos sirve para pagar el alquiler”.
Varios meses después de la primera petición, finalmente le permitieron rescindir su contrato. Ahora trabaja como fotógrafo de comunicaciones. “Dejar el periodismo fue liberador”, nos dijo.
*Los nombres fueron cambiados para mantener su identidad a salvo